Pedro González Paucar
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Abel Beriche. Foto: Pedro González. |
'Así es la vida', pero me resisto a
creer. El maestro Abel Beriche, el miteño que amaba, sufría y apostaba todo por
la Huaconada, partió a la inmortalidad. Tenía una forma especial de vivir, a
veces alejado de su familia, ermitaño en su taller, pero que resplandecía en
las fiestas cuando de danzar se trataba.
No era un simple tallador de máscaras
de huacones, sino un creador, un innovador y, primordialmente, un danzarín; así,
en ese contexto se le debe recordar. Desde los siete años comenzó a bailar la Huaconada
en la plaza de Mito, su tierra natal, todos los años sin falta, hasta hoy. Su
convicción era única, alguna vez en su taller, durante una conversa y
compartiendo un vaso de chicha de jora que preparaba esporádicamente, me
aseveró que seguiría y que se moriría danzando como 'huacón antiguo'.
Cualquier tronco, ya sea de quinual,
aliso o molle, servía para su arte: con una azuela iniciaba dando la primera
forma, por un lado ahuecaba y por el otro le daba forma al rostro. Después, con
la ayuda de un martillo, un pequeño cincel y dos punzones, le facilitaba el
toque requerido: frente pequeña, ojos oblicuos, a veces podían ser ‘de tuku’ (búho), la nariz enorme, encorvada
y ganchuda (como de cóndor), el rostro lleno de arrugas, la boca con una mueca
mostrando los dientes. Culminado el tallado, pasaba lija para darle un acabado
fino, enseguida pintaba los ojos, las cejas y la boca. Finalizaba cubriendo con
aceite, linaza o barniz, y frotando hasta lograr el brillo. Con cada máscara terminada
se llenaba el pecho de alegría y orgullo. Sus manos dotadas para el arte
lograban expresiones a veces de “serenidad”, de “burla” o de “ira” y otras también
de “dolor”. «Este arte —me dijo— me viene por parte de mi bisabuelo materno,
Ponciano Macha, y de mi abuelo, Julián Macha, ambos danzantes y excelentes
mascareros».
Abel Beriche era un constante
innovador, pese a que la máscara del huacón tiene rasgos con patrones rígidos,
pero se daba maña para recrearla dentro de lo permitido. El año pasado le
mostré una que el mismo elaboró, hace 25 años, para mí y se quedó sorprendido,
casi no podía reconocer su obra, después, no quería despegarse de ella. Su
tallado era orientado por una búsqueda, tal vez debido a que el profesor Simeón
Orellana logró sembrar en él la ilusión de «tallar algún día» esa máscara de
los huacones de «expresión a puro demonio», que vio Cobo e impresionó al historiador
Acosta, al relatarle los documentos dejados por los cronistas. Sin duda, la
máscara era su vida, su pasión, a tal punto que
pidió a sus hijos que «cuando se muera, le entierren con una máscara de
huacón». Es su palabra.
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Abel Beriche junto a su hijo José Carlos, heredero de su arte. Foto:
Pedro González. |
Para sobrevivir, supo combinar su arte
con otras actividades: sembrar parcelas, hacer pequeños negocios de compra y venta
de eucaliptus, trenzar cueros para hacer ‘tronadores’ (látigos para la danza),
elaborar bolas de pelotaris a base de ligas de jebe forrado con estambres y
cuero fino. En la cocina era un experto para grandes ocasiones, preparando
Carnero al palo o Pachamanca, en la música, dominaba la quena, en fin, era un
total “curioso” como suelen llamar en el pueblo.
Me contó alguna vez, antes de la
década del 80, que cada uno hacía sus propias máscaras para danzar, raras vez
se hacía por encargo o pedido de un paisano. Fue a partir de 1990 que la
demanda de máscaras crece a solicitud de los visitantes, coleccionistas y
admiradores. Seguramente, gracias al prestigio de la propia danza (reconocida
como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2010 por la UNESCO) y a los
méritos de Abel: en 1990, obtiene un premio en el concurso organizado por la
Revista Caretas; en 1992, se presenta en Lima para mostrar su arte del tallado
al lado de los mascareros: Santiago Rojas (Cusco) y Edwin Loza (Puno) en
“Detrás de la máscara”, convocado por el Grupo de Teatro Yuyachkani. Y este año,
en marzo, como corolario a su trabajo, le llega la máxima distinción con el
reconocimiento en vida: Personalidad Meritoria de la Cultura.
Hace dos meses, visité su taller de la
Huaycha (Mito) y conversamos de todo. Recuerdo que me dijo a manera de encargo:
«Tengo mucha demanda, ya no me doy abasto, ayúdame a promover los talleres de
dos jóvenes maestros que son toda una promesa, uno es de José Carlos (su hijo)
en el barrio de Junín, y el otro, cerca de la plaza de Mito, de Julio Landeo».
Así será maestro.