Tulio Mora

Y así, entre dobles estallidos de la palabra de sema y soma, curiosamente aplicadas también a sus reconocidas crónicas, en este libro Jáuregui nos va introduciendo en otra relectura de una historia derramada del Perú: tiempos donde las canciones se pintan en las nubes, rocas instantáneas y soles de adjetivos que fluyen como las aguas termales para registrar el vuelo de aves totémicas. Insisto: relectura poética de una historia que es el hoy, “de alzada atemporal”, porque efectivamente los desgarramientos aún no han producido soldamientos definitivos, sino otras incandescencias, otras revelaciones que vuelven y e

Aquí están pues sus obsesiones: el diálogo perpetuo entre Garcilaso de la Vega y Guamán Poma de Ayala (¿se entienden/se desentienden?), que quizá sea el mismo entre Eguren y Vallejo, Churata y Martín Adán, Arguedas y Vargas Llosa, Hora Zero y los canónicos. Aquí están la avenida Primavera que atraviesa “el niño tatuado a la mirada del ebrio a contraluz” y Juan Ramírez Ruiz y Malcom Lowry y toda la bella inocencia de la carne erotizada que puede brotar de una capilla de San Bartolo al amanecer. Aquí está en suma la poesía como “la inmensidad cicatrizada del pellejo de los cielos”.
Que tras este libro se desentierren los otros que guarda Eloy con tanto celo para que Hora Zero siga siendo el “estandarte de sus nietos”.
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