El horror,
la locura, en las tinieblas de la humanidad
Juan Carlos Suárez Revollar
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El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, ilustrado por Matt Kish. |
Dislocada y delirante es la imagen del Congo belga de
finales del siglo XIX en El corazón de
las tinieblas (1901), la obra maestra de Joseph Conrad. La novela inicia
con un ambiente apacible y diáfano, poco antes de que Marlowe relate su
inmersión en unas metafóricas tinieblas, un mundo primitivo donde el alma
humana toca fondo y pierde todo asomo de razón. La historia ocurre en la jungla
africana —aunque en el libro no se menciona ubicaciones—, controlada por la
Societé Anonyme Belge por le Commerce du Haut-Congo, que pese a sus
pretensiones filantrópicas, era en realidad una codiciosa empresa de
explotación, saqueo y exterminio.
Al margen de la realidad real, el narrador tiene una
visión particular de las cosas, que muestra a gentes trastornadas y carentes de
toda lógica. Son elocuentes el barco que cañonea hacia la nada en los
matorrales o los constructores del ferrocarril que realizan voladuras demasiado
alejadas de los futuros rieles. Estas tierras llevan a tornarse en violentos a
hombres apacibles; y además de la mente, destruyen el cuerpo con la malaria y
otras enfermedades tropicales, si es que el desquiciado estado de los hombres
blancos no los lleva a matarse o a obligar a los nativos a asesinarlos en
legítima defensa. Las tinieblas podrían definirse como lo más oscuro del alma
humana, donde confluyen el mal y la locura. Pero también lo más primitivo de la
tierra y los inicios de la creación, un territorio inexpugnable y alejado de la
civilización.
El verdadero protagonista de la novela —implícito y
constante— es Kurtz, una inteligencia superior que no solo ha acopiado para la
compañía más marfil que todos los demás agentes juntos, sino que ha construido
en su estación, a partir de la nada, una suerte de reino donde él es tenido
entre un monarca y una deidad. El retrato de profunda admiración que le hacen
los demás contrasta con el mesurado e incrédulo que recoge Marlowe, pues este
lo conocerá en los albores de la muerte, cuando la enfermedad y la locura
—hombre al fin y al cabo— han destruido lo extraordinario que había en él. ¿Qué
lleva a un ser de gran talento como Kurtz, sensible a la poesía, la música y la
pintura, a abandonar Europa para sumergirse en las tinieblas? La razón sería
pueril y terrena: desaprobado por la familia de su prometida por no ser lo
suficientemente rico, se sugiere como causa la impaciencia por su pobreza. Como
los otros, su objetivo es extraer los recursos del Congo, pero queda claro que
él es todavía peor, pues ha saqueado, robado o estafado más marfil que el resto.
Para Marlowe la estación de Kurtz es «una tenebrosa
región de sutiles horrores y de un salvajismo puro». Desde su llegada a ese
punto, la narración toma un cariz delirante, como si se tratase de una
pesadilla.
Aunque se revela que el ataque al vapor que acaba con el
timonel muerto fue por orden de un Kurtz ya enloquecido, la confusa batalla
tiene el aspecto de una confrontación entre las fuerzas de la naturaleza y el
hombre blanco que ha llegado para saquearla, una constante en toda la trama.
La novela tiene a dos narradores: el primero es anónimo y
reproduce lo que Marlowe —el segundo— le cuenta de su experiencia en el Congo.
Este doble filtro profundiza la subjetividad del relato (de por sí, la historia
de Marlowe ya lo es).
Antes de morir, Kurtz resume en sus últimas palabras el
estado en que ha acabado toda la aventura congolesa del hombre blanco: «¡El
horror!». No creo que exista intento mejor que esta novela en la eterna
exploración de las tinieblas de la humanidad.
Nacido
en Polonia en 1857 con el nombre de Konrad Korzeniowski, escribió su obra en
inglés. El ejercicio de la marina en su juventud le dio abundante material para
sus más de veinte novelas, que distan largamente de la literatura convencional
de aventuras por la profundidad y el cuidado de su técnica. Obras suyas son La línea de sombra, Lord Jim, El agente secreto
o El corazón de las tinieblas, esta
última protagonizada por Marlowe, un alter ego suyo. Se trata de uno de los
narradores más importantes de la literatura universal. Murió en Inglaterra, su
segunda patria, en 1924.
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