miércoles, 25 de abril de 2012
Jauja, ciudad de leyenda
Diana Casas
Primera capital del Perú, imagen simbólica del mítico país de la esperanza, pedacito de cielo, alegría del corazón. Jauja cumple este 25 de abril, 478 años de su fundación española, conservando el aire serenamente amable de las viejas urbes históricas.
Ubicada en la margen izquierda del río Mantaro, Jauja es la típica ciudad cordillerana, que despierta friolenta cada mañana a la luminosidad de un esplendoroso sol, bajo la bóveda de un cielo perennemente azul. El mismo azul que seguramente vieron los españoles al llegar a las tierras de los xauxa wankas y quedar deslumbrados por su extraordinaria riqueza en oro, plata, mantenimientos; la benignidad de su clima y la belleza y feracidad del valle.
Los cronistas coinciden en que la saya de Hatun Xauxa, a la que llegó Pizarro en 1533 y a inmediaciones de la cual se daría a Jauja, el año siguiente, la calidad de capital de los nuevos reinos de Castilla, era por entonces una de las principales, sino la segunda más importante “llakta inka” después del Cusco. Se dice que aproximadamente cien mil personas pululaban por las calles del pueblo, engrandecido por Huayna Cápac tras el sometimiento de los xauxa wankas por Cápac Yupanqui.
En el recuerdo han quedado la magnificencia de un templo del Sol y una casa y convento de vírgenes; un palacio con un jardín similar al que existía en el Coricancha, lleno de áureas espigas de maíz, esculturas y fuentes cinceladas en ese precioso metal; amén de los numerosos depósitos existentes, provistos de todas las cosas posibles: maíz, quinua, papas, leña y un largo etcétera.
Toda esta riqueza de fábula, conseguida por los españoles a costa ajena, con muy poco o ningún esfuerzo, fue seguramente la que originó la leyenda de la provincia de ensueño en el fabuloso territorio de “El dorado”, un país de utopía para un mundo sometido al hambre y las privaciones como era Europa antes del descubrimiento de América.
Pero la riqueza de Jauja no sólo está en la memoria de su dorado pasado inka; antes y después de aquél, su límpido cielo vio tejerse un entramado histórico y cultural de un valor que rebasa grandemente lo material.
Su historia se habría iniciado en los umbrales del tiempo, hacia el 5000 a.c., en Tutanya, zona rocosa cercana a Jauja, Otros sitios de ocupación habrían sido las quebradas y punas del Río Mantaro, el Valle de Yanamarca y la zona oriental; desarrollándose hacia el 3000 a. c. el campamento estacional a campo abierto de San Juan Pata, bajo influencia Lauricocha.
Tras el paso del nomadismo a la horticultura y el pastoreo, nuevos centros de ocupación poblacional aparecerían entre los años 1000 a. c. y 600 d. c. en la zona de los actuales distritos de San Lorenzo, Paca, Huertas, Molinos, Acolla, Ataura y Sincos. Los wari, que ocuparon el territorio entre el año 600 y el 900 d.c, dejaron evidencias ceramográficas de su cultura en Ullusca (Parco), Tuku Pata, Huaripampa y Marco. Fueron ellos los que implantaron el culto al dios tiahuanaquense Apu Kon Ticse Wiracocha, que aparece en gran parte de la literatura oral.
Los importantes complejos arqueológicos de Wajlasmarca y Tunanmarca, que aún subsisten, se construyeron hacia aproximadamente el año 1200 d. c. Tunanmarca, también llamada “Siq`llapampa” o Siquillapucara (en una traducción libre: “llanura de flores azules donde la luna se posa”), fue la capital del señorío étnico de los xauxa wankas, y sus restos aún conservan el aura espiritual de los míticos guerreros que la habitaron, y que resistieron a los invasores inkas hasta la toma de la ciudadela el año 1460.
Después de la llegada de los españoles esta magia de siglos se instaló en la colonial Jauja. Trasladada pronto la capital del Virreinato a Lima, la población disminuyó, pero Jauja se convirtió en una ciudad señorial, de callecitas perfectamente trazadas, casonas con hermosos balcones tallados, celosías y rumorosas fuentes en los sombreados patios, y un vecindario orgulloso de su tradición y prosapia.
Un vecindario que en la hora de la emancipación cultivó los valores libertarios y se unió a la causa de la independencia, para ingresar a la república con la decisión de hacerla grande con el aporte de sus hijos: trabajadores, escritores, artistas e intelectuales que, como Wenceslao Hinostroza, Fabián Villagaray, Clodoaldo Espinosa Bravo, Miguel Núñez, Leopoldo García, Pedro Monge, Pablo Marcial Casas, Ernesto Bonilla del Valle, Edgardo Rivera Martínez, Hugo Orellana, Gerardo Garciarosales, Sergio Castillo, Ida Solís, Manuel Perales, Henoch Loayza, entre muchos otros, le han dado y le siguen dando lustre y vigor al País de Jauja.
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