Jorge Escobar Galván
La diferencia que observa el
antropólogo entre el arte de las sociedades llamadas “primitivas” y el arte de
los “tiempos modernos”, según Lévi-Strauss, obedece a dos hechos: por una
parte, la individualización de la producción artística, y, por otra, su carácter
cada vez más figurativo y representativo.
Cuando habla de la individualización
de la producción artística, no piensa primero en la personalidad del artista,
como individuo y como creador, para él, el artista también posee estas
singularidades en muchas de las sociedades llamadas “primitivas”. Estudios de
la escultura africana muestran que el escultor es un artista que es conocido, a
veces, a mucha distancia, y que el público indígena sabe reconocer el estilo de
cada autor de máscara o estatua.
Con el arte de los tiempos modernos,
se trataría de una individualización creciente, no del creador, sino de la
clientela. Señala que no es el grupo en su conjunto el que espera que el
artista le proporcione algunos objetos realizados según cánones prescritos, sino
que son “aficionados” o “entendedores” o grupos de conocedores.
El arte está reservado a los
conocedores, en nuestra época, por varias razones. En primer lugar, hay un
corte o separación en el interior del grupo, pues una parte del mismo se
desinteresa totalmente de la obra de arte. Pero también se plantea un problema
económico: la obra de arte, en nuestras sociedades, es un objeto muy caro y,
por consiguiente, no es accesible a todos.
Para Lévi-Strauss hay algunas
sociedades primitivas en las que se manifiestan los mismos fenómenos económicos
y sociales a los que se hizo alusión hace un momento, donde los artistas crean
para personas o para grupos ricos que pagan las obras extremadamente caras, y
que, incluso, ven un gran prestigio en el hecho de poseer la producción de un
determinado artista. Aunque esto ocurra, de todas maneras es algo excepcional.
Afirma, que en las artes que llamamos
primitivas, hay siempre —a pesar de la tecnología muy rudimentaria de los
grupos en cuestión— una disparidad entre los medios técnicos que dispone el
artista y la resistencia de los materiales que tiene que vencer, la cual le
impide hacer de su obra un simple facsímil. No puede o no quiere “reproducir”
íntegramente su modelo y, entonces, se ve obligado a “significarlo”.
En vez de ser representativo, el arte
se presenta como un sistema de signos, al igual que una lengua. Sin embargo, si
se piensa en ello, se ve que estos dos fenómenos: individualización de la
producción artística, por una parte, y pérdida o debilitamiento de la función
significativa de la obra, por otra, están ligados funcionalmente. La razón es
sencilla: para que haya lenguaje, es necesario que haya grupo. Es evidente que
el lenguaje es un fenómeno de grupo, es constitutivo de un colectivo, no existe
más que por el grupo, pues el lenguaje no se modifica, no se trasforma a simple
voluntad.
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