Jhony Carhuallanqui
El profesor Manuel León en compañía de sus alumnos iniciándoles en el arte de la pintura. Año 1964. |
Frederick Douglas fue conocido como
uno de los más importantes e influyentes consejeros de Abraham Lincoln; sin
embargo, pocos recuerdan que nació y se crió como esclavo. Cuentan que en
cierta ocasión su ama pretendió enseñarle las letras del alfabeto, a lo que el
marido de tan noble mujer se opuso furibundamente y le increpó: «Si le enseñas
a leer dejará de ser esclavo», pues es que como dice Diego Luis Córdoba: «Por
la ignorancia se desciende a la servidumbre y por la educación se asciende a la
libertad».
Por ello, la educación no es un
mecanismo de transmisión de conceptos, ideas o datos, sino un proceso de “hominización,
socialización y culturación”, al menos así lo entendía Walter Peñaloza, un gran
maestro que siempre nos recordaba que el papel del docente (con formación o no) es importante,
pero nunca debe ser imperante hacia el alumno, pues rescataba lo que alguna vez
Plutarco sistematizó: «La mente —del alumno— no es un vaso que hay que llenar, sino un fuego que hay que avivar».
En estos tiempos, donde todos hablan
del modelo Finlandés por sus reiterados éxitos en el Informe PISA, es necesario
replantear muchos aspectos del sistema educativo, y con respecto a los
maestros, rescatar que en este país nórdico ellos cuentan con más prestigio y
reconocimiento que un médico y que el aspecto remunerativo es acorde a sus
méritos y responsabilidades; así mismo, tienen especial cuidado en su
selección: solo los mejores alumnos pueden ser maestros y los mejores maestros
están en el nivel primario para cumplir la misión de formar a los estudiantes
con una visión humanística, fortaleciendo la igualdad, la libertad y el trabajo
en equipo, desterrando así la competencia individualista.
Los maestros no son los celadores de
centros depositarios donde los padres dejan a sus hijos por las múltiples
ocupaciones que puedan tener, es un centro de interconexión con las demás
personas y la sociedad, y donde «decir lo que uno piensa no es faltar el
respeto».
En nuestro país, la miopía política
del Estado desconoce y desmerece el esfuerzo de muchos docentes que tienen que
lidiar con situaciones problemáticas, ajenas a los planes y programas oficiales,
en lugares tan alejados como olvidados y que, con frecuencia, se pretende
subsanar con “capacitaciones”, acarreando una avalancha de cursos, seminarios,
talleres, diplomados, maestrías de una calidad, por decirlo menos,
cuestionable.
Es momento que todos encaminemos el
Proyecto Educativo Nacional al 2021 (elaborado por el Consejo Nacional de
Educación) y valoremos su tercer objetivo estratégico: «Maestros bien
preparados que ejercen profesionalmente la docencia», si en verdad queremos
iniciar un cambio educacional, pero respetando algo elemental: sus derechos
logrados, y sin olvidar el rol protagónico que tiene que asumir el docente.
Álvaro Villavicencio Whittembury
siempre nos decía que los maestros deben recordar que «nadie puede enseñar lo
que no sabe» y que «quien se dedica a enseñar, nunca debe dejar de aprender».
El Día del Maestro debe ser un motivo
de reflexión para el Estado y para el docente, pues en 191 años de haberse
instituido esta celebración, tras la fundación de la
Primera Escuela Normal de Varones del Perú por el General José de San Martín,
seguimos pensando en mejorar y mejorar. José Campos Dávila, Vicerrector
de Investigación de la UNE – “La Cantuta”, afirmaba que estamos en la reforma,
de la reforma de lo reformado, y sólo hemos aumentado burócratas: asesores y
supervisores, sin mejorar los estándares. Quizá la solución sea reformar a los
reformadores.
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