Abelardo José Carlos Sánchez-León Ledgard (Lima, 17 de febrero de 1947). |
“Balo”
Sánchez es un reconocido sociólogo, escritor y poeta peruano. Sus libros llegan
a hacernos recorrer fácilmente la alegría y la comedia, o pueden llevarnos a
encarnar la humillación y la tristeza a través de sus variopintos personajes.
Es autor de “El tartamudo”, “El hombre de la azotea” y “Resplandor de
noviembre”, su última novela. Visitó Huancayo durante la Felizh 2013 y nos
concedió esta breve entrevista.
Luis Puente de
la Vega Rojas
Si
usted no hubiera sido escritor, ¿a qué se hubiera dedicado?
No me imagino. Yo me imaginé
desde muy pequeño como escritor, no como Borges que a su papá le dijo, a los 6
años: «Voy a ser escritor», no tanto, pero ahora estaba viendo unos papeles que
había escrito más o menos a los 10 años. Yo me concebí escribiendo y haciendo
libros, pero hubo una etapa en la que dejé todo; sin embargo, como en 5to de
media retorné ya que tuve un buen profesor, Paco Carrillo. Con él leíamos
poesía, hacíamos trabajos de investigación, nos hacía leer a escritores
contemporáneos, fue fundamental ya que definió si, verdaderamente, debía
dedicarme a la escritura.
Usted
es un reconocido novelista, pero también es poeta. ¿En qué género se siente más
cómodo?
Yo tengo ocho libros de
poemas, hay muchas personas que me consideran más poeta que narrador, esos ocho
libros se han desarrollado en 40 años, desde 1969. Ahora tengo un libro de
poesía que pienso publicar este año. La narrativa llega un poco después, pero
no me opongo, no tengo por qué decir uno u otro, con las dos es mejor, como con
las mujeres (risas).
¿La
literatura es como la mujer?
Tal vez, pero siempre la he
visto como algo femenino: “la” literatura, “la” poesía.
Usted
es muy aficionado al fútbol, a diferencia de muchos de los escritores que
conocemos…
Todo lo contrario, a todos mis
amigos les gusta el fútbol: Alonso Cueto es hincha del Alianza igual que yo,
Mario (Vargas Llosa) es de la U, aunque el verdadero hincha de la U era Julio
Ramón Ribeyro, ya que escribió la despedida de Lolo Fernández mil veces.
¿Y
lo practica?
Jugué en tiempo pasado. Yo
jugaba fútbol en el colegio y en la universidad. Ahora nado. Kafka y Ribeyro
también nadaban, todos tienen su deporte. Esa imagen del escritor mongo y
retraído ya pasó.
El
escritor es un eterno infante ya que siempre está en un mundo
fantasmagórico, creando, jugando,
tramando nuevas historias…
Como dicen los poetas: «El
poeta tiene una mirada de niño a la que no ha matado la adultez». Ésta también
es una edad fabulosa, de la independencia, de la libertad, pero,
indudablemente, la adultez mata la mirada del niño. Los escritores han
conservado el juego de la infancia como el asombro y la cosa lúdica de recrear,
de jugar. Quevedo decía: «Mientras el hijo juega con sus juguetes, yo juego con
las palabras».
Para usted, ¿quién es ese autor que le abrió los ojos
frente a la literatura?
Son etapas, son momentos en
los que tú te encuentras. Hay libros fundamentales en un momento dado, digamos
que hay dos tipos de influencia: una literaria que son las obras, los poemas,
el Siglo de Oro es crucial en las letras, Quevedo en todo lo que es español.
Pero también está la influencia de los modos de vida. Ahora mi modelo son los
viejos “chamberos”, gente que envejece no refunfuñando, sino gente que envejece
creando y exigiéndose, como el mismo Murakami.
Hoy,
hay muchos cambios en la forma de leer, debido a los nuevos medios y redes
sociales. ¿Usted cree que esto va a traer muchos cambios en la literatura?
No sé, pues yo moriré en mi
ley, ¿qué me queda? Yo soy de un sofá y un libro, esa es mi concepción. La
juventud está leyendo, pero depende de las personas. Por ejemplo, se dice que
las mujeres leen más literatura y los hombres están más preocupados por el
documental o la crónica. Si sé que ese es un condicionante, tendré que escribir
más para mujeres.
¿Usted
motiva a sus estudiantes a leer?
Todos los días hago eso, mis
clases son leer y escribir. Los muchachos, producto de las nuevas tecnologías,
pueden hacer varias cosas a la vez, pero pierden en profundidad y
concentración. Yo les doy 15 páginas para que lean bien, entendiendo. Después,
lo que se lee se olvida, pero tú tienes que hacer el esfuerzo por grabarte una
idea por largo tiempo.
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