Jorge Escobar Galván
Claude Lévi-Strauss (Bélgica, noviembre de 1908 – Francia, octubre de 2009). |
En la entrega anterior se introdujo
una relación entre el arte y el lenguaje. Hicimos notar, siguiendo a
Lévi-strauss, que el arte en vez de ser representativo, se muestra como un
sistema de signos. Que la individualización de la producción artística y la pérdida
o debilitamiento de la función significativa de la obra estaban ligados
funcionalmente, pues para que haya lenguaje es necesario que haya grupo.
Decíamos también que es evidente que
el lenguaje es un fenómeno de grupo, no existe más que por el conjunto de
personas, puesto que el lenguaje no se modifica, no se transforma a voluntad.
Según Lévi-Strauss, no lograríamos
comprendernos si formásemos, en nuestra sociedad, una determinada cantidad de “capillitas”,
cada una con su lenguaje particular, o si introdujésemos en nuestro lenguaje
rebeliones constantes.
Se plantea el problema de la relación
entre el arte y el lenguaje, a propósito de la escritura. El gran fenómeno
social al que estuvo ligada la aparición de la escritura, en todo tiempo y
lugar, es la aparición de fisiones, de escisiones, correspondientes a regímenes
de castas o clases, pues la escritura se manifestó, en sus comienzos, como un
medio de sometimiento de unos hombres a otros y de apropiarse de las cosas.
No es fortuito que la transformación
de la producción artística haya tenido lugar en sociedades dotadas de
escritura, donde las distinciones de clase y de fortuna adquieren un relieve
particular; se trata de sociedades en las que el arte pasa a ser de una minoría
que busca un medio de disfrute íntimo, mucho más que en las sociedades que
llamamos primitivas, y de lo que es en algunas de ellas, es decir, un sistema
de comunicación que funciona a la escala del grupo.
Las causas de la ruptura hay que
encontrarlas en el momento cuando el arte pierde el contacto con su función
significativa en la estatuaria griega, y lo vuelve a perder en la pintura
italiana del Renacimiento. Son cosas que podemos presenciar también en otras
sociedades, probablemente, ya en la estatuaria egipcia, en un grado menor que
en Grecia; quizá también en un periodo de la estatuaria asiria, y por último en
una sociedad que corresponde a los antropólogos, a pesar de los puntos en común
que tiene con las que se acaba de mencionar: el México precolombino. Ahora, no
es casualidad considerarlo al evocar matices de la producción estética, puesto
que México ha sido también una sociedad de escritura.
Lévi-Strauss plantea que la escritura
ha desempeñado un papel muy profundo en la evolución del arte hacia una forma
figurativa, pues ella ha enseñado a los hombres que era posible, por medio de
signos, no sólo significar el mundo exterior, sino aprehenderlo, tomar posesión
de él. Advierte que no pretende, ingenuamente, que una estatua griega sea un
facsímil del cuerpo humano, ya que en cierto sentido, también ella está alejada
del objeto.
Le parece que en la estatuaria griega, o en la
pintura italiana del Renacimiento, a partir del siglo XV se descubre, respecto
del modelo, no sólo ese esfuerzo de significación, sino (y quizá esto suene a
paradoja) una suerte de inspiración mágica, puesto que descansa en la ilusión
de que no sólo se puede comunicar con el ser, sino que se le puede apropiar a
través de la efigie. Es lo que Lévi-Strauss llama “posesividad respecto del
objeto”, el medio de apoderarse de una riqueza o de una belleza exterior.
Es en esta exigencia ávida, en esta
ambición de capturar el objeto para beneficio del propietario o inclusive del
espectador, donde se encuentra una de las grandes originalidades del arte de
nuestra civilización.
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