Pilluelos sureños que sueñan literatura
‘Las aventuras
de Tom Sawyer’ es una novela humorística que convirtió a Samuel Langhore
Clemens —seudónimo de Mark Twain— en uno de los grandes autores de la narrativa
estadounidense.
Representación de Tom Sawyer en la primera edición del libro (ilustración de True Williams). |
Juan Carlos
Suárez Revollar
Aunque no es
la obra maestra de Mark Twain —lo es más bien su continuación: ‘Las aventuras
de Huckleberry Finn’—, el protagonista de ‘Las aventuras de Tom Sawyer’, un
niño soñador y granuja que da diarios dolores de cabeza a los habitantes del
pueblo de St. Petersburg, Mississippi, es uno de los grandes personajes de la
literatura. Con espíritu aventurero y mataperro, intenta emular lances propios
de la ficción: hacer de pirata, bandido o buscador de tesoros. A su modo, se
trata de un Quijote palomilla y taimado de pantalón corto, pero que no suele
acabar herido por alancear molinos de viento.
Entre lágrimas porque creía que estaba
muerto, su tía Polly diría una gran verdad sobre él:
«No era lo que se
llama malo, sino enredador y travieso». Tom alberga, entre tantas diabluras,
sentimientos nobles y generosos, y lo demuestra al inculparse para salvar a
Becky Thatcher (y no necesariamente para recuperar su amor), o cuando, a pesar
del peligro que representa su antagonista en la novela, Joe el Indio, se le
enfrenta al acusarlo en el juicio por asesinato contra Muff Potter.
La historia arranca como una novela de costumbres, con
hechos sencillos, divertidos y muy realistas (como el engaño a varios niños
para hacerles pintar una cerca) pero que pronto rebasan lo cotidiano. Así, más
adelante somos testigos (y cómplices) de un asesinato, una fuga, así como de
algunos robos e intentos de venganza.
Un móvil de las
aventuras de Tom y sus amigos Huckleberry Finn y Joe Harper (los otros dos
protagonistas) es la transgresión, como lo grafica una frase de este último: «No
me gusta cuando no tengo a nadie que me diga que no lo haga». Como buenos
transgresores, tienen la necesidad de hacer cosas prohibidas para niños de su
edad, como beber o fumar (para presumir de su osadía ante sus camaradas, en vez
de por el deseo simplón de ingresar al mundo de los adultos). En la pretensión
de Tom y Huck de incursionar en el bandidaje no hay propiamente una
intencionalidad maliciosa, sino la legítima aspiración —como ocurre en el
‘Quijote’— de imitar a los héroes novelescos, aunque, niños al fin, no
comprendan el verdadero significado de cuanto hacen o dicen (un buen ejemplo es
su intención de organizar orgías como los bandidos, pero sin saber qué
significa esa dichosa palabra).
En el plano narrativo,
el autor rompe la estructura lineal desde la aventura de la cueva e inserta en forma
de secuencia temporal paralela el episodio del monte de Cardiff, donde Huck
echa por tierra la venganza de Joe el Indio contra la viuda Douglas. Como en
las aventuras librescas de las que Tom tanto gusta, la novela se resuelve con
una gran coincidencia: el sorprendente hallazgo de un tesoro y la consiguiente
muerte de Joe el Indio.
Entre muchas cosas, la
novela es «una noble, una generosa, una magnánima mentira; una mentira que
podía tenérselas tiesas y pasar a la historia», frase que usara el juez Thatcher
para una de las travesuras de Tom, y que también podría definir a las grandes
ficciones de la literatura.
MÁS DATOS: Mark
Twain
Es el seudónimo de Samuel Langhorne Clemens
(1835-1910), uno de los más importantes escritores estadounidenses del siglo
XIX. Destacó por sus novelas humorísticas ‘Las aventuras de Tom Sawyer’ y ‘Las
aventuras de Huckleberry Finn’, además de otras secuelas que tienen a Tom
Sawyer como protagonista. También por ‘El príncipe y el mendigo’ o ‘Un yanqui en
la corte del rey Arturo’ y el volumen de cuentos ‘La célebre rana saltarina del condado de Calaveras’.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe tu comentario aquí.