Cantar
por los héroes de a pie
La nueva novela
de Mario Vargas Llosa, El
héroe discreto, tuvo su lanzamiento
mundial el 12 de setiembre último. La ‘deslectura’ de esta semana hace un
balance del libro que fuera uno de los más esperados del año.
Juan Carlos Suárez Revollar
Dos historias se alternan en El héroe discreto (Alfaguara, 2013), la
nueva novela de Mario Vargas Llosa. La primera —que además da título al libro—
tiene como protagonista a Felícito Yanaqué, un exitoso transportista piurano
que, siguiendo la consigna aprendida de su padre —“jamás dejarse pisotear”—,
hace frente a unos extorsionadores ocultos por cartas anónimas apenas firmadas
por el dibujo de una arañita. La segunda gira en torno a la peculiar familia de
don Rigoberto (de Elogio de la madrastra
y Los cuadernos de don Rigoberto),
que se ve envuelta en una serie de intrigas iniciadas porque el octogenario
amigo y jefe de este, Ismael Carrera, desposa a su ama de llaves para dejar sin
herencia a sus dos horripilantes hijos.
La denuncia de la extorsión, y luego
la publicación que Felícito hace en un diario negándose a pagar cualquier cupo,
son algunas de las heroicas medidas que lo convertirán en una celebridad local
por su oposición a las mafias, y es el arranque, además, de una trama policial
que deberán desenredar el campechano capitán Silva y su adjunto, un marchito
sargento Lituma (desde ¿Quién mató a
Palomino Molero? ambos han ascendido de teniente y guardia,
respectivamente).
Por otra parte, además de la vida
concupiscente y volcada al arte que lleva Rigoberto en Lima, tiene que
enfrentar esta vez, por un lado, los ataques de las hienas, los dos hijos de
Ismael Carrera que intentan anular a toda costa el matrimonio de su padre (y
provocan así uno de los escándalos mediáticos de la novela, simultáneo al que
también padecerá Felícito en Piura); y por otro, los inquietantes encuentros de
su hijo Fonchito —un chico cuya pureza extrema no se termina de definir si por
el bien o el mal— con un fantasmagórico personaje de ribetes demoníacos, al que
apenas reconocen como Algemiro Torres.
Mario Vargas Llosa (Arequipa, 28 de marzo de 1936), Premio Nobel de Literatura 2010. |
No es la primera obra de Vargas Llosa
que alterna en los capítulos pares e impares dos historias paralelas (además de
La tía Julia y el escribidor y El pez en el agua, es El Paraíso en la otra esquina la que
guarda esta característica con mayor nitidez). El autor fractura la carencia de
relación entre ambas cuando ya se había recorrido el 75% del libro, y las
entrecruza; pero aún con ello, no desaparece la impresión de que, en realidad, El héroe discreto contiene dos novelas
en vez de una, cuya interrelación de tramas y personajes recuerda más bien
—aunque más desarrollada— a la manera en que Honoré de Balzac trasladaba
personajes de una ficción a otra completamente distinta.
La historia no es precisamente lineal,
pues es recurrente el contrapunto de diálogos que alterna tiempos y espacios
distintos a partir de sucesos que un personaje narra a otro, tal como se cuenta
la casi totalidad de Pantaleón y las
visitadoras (sin contar ambigüedades y elipsis, propias de una hábil
narración).
A los grandes tópicos vargasllosianos:
la corrupción, lo racial, el poder y principalmente el conflicto padre-hijo
—pero el resentimiento esta vez es de los padres para con los hijos—, se suma
el crecimiento y la estabilidad económica del Perú en los últimos cinco o seis
años, en que transcurre la historia.
Sin llegar a la maestría de las
grandes novelas de Vargas Llosa —digamos, La
ciudad y los perros, Conversación en
la Catedral o La guerra del fin del
mundo—, El héroe discreto resulta
una historia encantadora y desenfadada, tal como debería ocurrir con los
culebrones mexicanos o venezolanos que don Rigoberto ponía tan cerca de Dumas,
Dickens, Zola y Pérez Galdós.
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