Nilo Inga Huamán
Barrio Virgen de Cocharcas – Sapallanga. |
Es más de las once de la mañana. «Nos
toca alistar el escenario», comentan los actores, mientras el escarabajo blanco
nos lleva al barrio Virgen de Cocharcas, allá en Sapallanga.
A lo lejos vemos la pequeña capilla
rojiza. «Mi corazón salta de entusiasmo», dice el actor. No puede ser mejor,
pues toda la población, en faena comunal, alista la plazuelita que será el
escenario. «Vamos a ayudar».
Es la una de la tarde: «Juan, Chino,
Patricio, vayan a su lugar».
Quimichi ya está bajando del cerro Ullacoto,
cual caminante a paso de peregrino nos canta un triste jarawi. En su espalda lleva consigo la imagen de Mamacha Cocharcas.
Algunos pobladores la esperan con rezos, flores y chicha de jora para aplacar
su sed.
Así se viene la noche. Un poblador caritativo le ofrece posada, pero
nuestro caminante, antes de cerrar los ojos, levanta su mirada y en su oración
le pide a la Virgen que cure sus males y que, al final de su sendero, brille la
luz junto a una familia.
El canto del gallo anuncia el nuevo
amanecer, Quimichi descubre la cajuela donde llevaba a la virgen y su rostro
nos deja entender que la Mamacha ha desaparecido. Desesperado la busca en todo
el pueblo y luego de un buen rato cae al suelo arrodillado. Mirando al cielo se
persigna, toma sus cosas y se va para nunca más volver.
Han pasado los días, entre rocas y
retamales han brotado aguas cristalinas del manantial. Una pastorcilla que ha
traído sus carneritos para alimentarlos escucha entre el matorral el llanto de
un bebé. Se asoma curiosamente y ve a una mujer con su hijo en la espalda,
lavando pañales. No tarda mucho en surgir una linda amistad entre las dos.
Así, la niña cada día, alegremente, le
ayuda a lavar los pañales y a jugar con el bebé. Sin embargo, desde entonces, llega
más tarde de lo acostumbrado a casa. Por esto, un día sus padres la siguen.
Cuando ven lo que pasaba, un relámpago hace que desaparezca la señora junto a
su hijo.
La familia consternada trata de
encontrar una respuesta lógica a lo ocurrido. Todo se torna misterioso, más aún
cuando en el lugar encuentran, incrustada entre las rocas, la escultura de una
mujer con su hijo entre brazos: es Mamacha Cocharcas convertida en una hermosa
piedra.
No dudan en avisar a los vecinos y, en
asamblea comunal, los pobladores recuerdan las travesías de Sebastián Quimichi.
Una anciana del pueblo, con su buen wanka
limay, dice: «La mamacha en sueño me ha revelado que quiere quedarse con
nosotros, hay que demostrarle con alegría, con canto, con rezos, con danzas que
la queremos».
Efectivamente, toda la comunidad se
organiza por barrios. Vienen con la Chonguinada, el Apu Inca, las Collas y los
Calachaquis. Así, la Mamacha, por fin, puede desprenderse de la roca. Ahora,
con alegría desbordante la llevan al santuario mayor de la iglesia de
Sapallanga.
«¡Corten!
Bien muchachos terminó el ensayo, hay que alistarnos para la escenificación de
mañana. Vámonos, suban al escarabajo».
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