Los inocentes
Oswaldo Reynoso
Rapidito me fui a casa de Alicia. Silbé. Salió. Y estaba
bien rica: ojerosa y con olor a cama sucia que arrechaba. La invité al cine. Me
dijo que su mamá no la dejaba salir y que, además, tenía dolor de cabeza.
Siempre lo mismo conmigo. Con Carambola es diferente. Para Carambola, su mamá
la deja salir hasta de noche. Y ¿por qué, entonces, coquetea conmigo? (...) Le
hubiera besado las manos y nada más. En ese momento la odié, la quise ver
muerta, muerta; pero, ahora, qué raro, la quiero. No hay caso, estoy sufrido
por ella. Templado hasta la remaceta.
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