Jhony Carhuallanqui
Nelson Rolihlahla Mandela (Mvezo, Unión de Sudáfrica, 18 de julio de 1918). |
Más de 27 años en
prisión no alimentaron el rencor ni la ira contra sus detractores, quienes
creyeron que encarcelándolo extirparían las ideas de igualdad y justicia que se
personificaban en una nación tan diversa como excluyente: Sudáfrica.
Nelson Mandela se
convirtió en su primer presidente negro, elegido democráticamente (1994) y,
desde el gobierno, demostraría al mundo la lección que diferencia a un político
de pacotilla de un estadista: el poder no es un instrumento de venganza, sino,
de conciliación, y el perdón es el primer paso para ello.
“Madiba”
—denominación honorífica dada por su clan— fue víctima y combatió el “apartheid”, una doctrina política -
racista que dividió el país entre blancos y negros (u otras etnias), no solo
territorialmente, sino jurídicamente: el matrimonio con una persona de “otro
color” estaba prohibida, los “no blancos” debían vivir en espacios rurales
asignados y no podían trasladarse a la urbe sin un “permiso” especial, y en los
espectáculos públicos había siempre una valla que los separaba.
Es más, los “de
color” no podían ocupar cargos públicos, ni tentar una formación profesional,
pues eran relegados a instrucciones básicas bajo el argumento de «evitar que los negros recibieran una
educación que les llevara luego a aspirar a puestos de trabajo que no les sería
permitido tener». Cafés, bodegas y tiendas, en general, podían colocar
letreros con “solo para blancos” sin ningún remordimiento ni sanción en un
descarado e irracional atropello a la dignidad de los demás. No eran
considerados siquiera ciudadanos.
“Tata” —como también lo conocían— fue el primero de su tribu (Thembu, de la etnia Xhosa) en ir a la escuela, dónde su maestra lo llamaba
Nelson en lugar de “Rolihlahla”, como se le conocía en su tribu.
Huyó de un matrimonio arreglado. Participó activamente en la vida política de su
país a través del Congreso Nacional Africano (CNA) y, más adelante, de su
división radical, por ello, al ser proscrito su movimiento fue capturado y
condenado a cadena perpetua bajo las acusaciones de alta traición. Estudió
derecho en la cárcel e hizo que muchos lo hagan, por eso a Robben Island (nombre de la prisión) se le conocía como “la
universidad”.
«En los espectáculos públicos había siempre una valla que los separaba». |
En 1990, el presidente De Klerk anunció su liberación. Así, el 11 de
febrero, “Madiba” salió de prisión con el compromiso de unificar a su país. Recibió el Premio
Nobel de la Paz en 1993, junto a su libertador, y un año después asumió la presidencia,
conservando a De Kler como vicepresidente a quién le recordaba que «ser libre
no es solamente desamarrarse las propias cadenas, sino vivir en una forma que
respete y mejore la libertad de los demás», así, la semilla de la democracia
multirracial en Sudáfrica había sido sembrada y, tiempo después, floreció en un
país multicultural respetuoso de sus derechos, un logro al que muchas naciones
se encaminan.
El pasado 18 de julio cumplió 95 años
en la cama de un hospital al que fue internado en estado crítico por una
infección pulmonar, situación delicada que ha vuelto a unir Sudáfrica en una
sola plegaria: su salud. No hay color de piel que no pida por él y es que ha
alcanzado el umbral de los grandes hombres como Ghandi o Luther King, quienes
son ejemplo de la constancia por un ideal.
Las Naciones Unidas
ha declarado su día de onomástico como “Día Internacional Mandela”, para
homenajear su gran labor por Sudáfrica, por el mundo y, lo más importante, por
cada persona que lo ve como una fuente de inspiración para ser mejor cada día.
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