domingo, 29 de septiembre de 2013

COLUMNA: EL BUEN SALVAJE

Periodismo y pensamiento

Sandro Bossio Suárez

Una de las profesiones (y oficios según se ejerza) con más sentencias desde épocas antiguas, es el periodismo.
Hay tres clases de periodistas: los malos, los buenos y los extraordinarios. Los malos son los que se conforman con la información caída del cielo; los buenos van tras el rastro de la noticia; y los extraordinarios reciben la información del cielo, la cotejan con la realidad y hacen de esa información una escuela de vida. Siempre lo he creído así.
En la Grecia Antigua, donde cada ciudadano ejercía minoritariamente un periodismo primitivo en plazas y mercados, decía Aristóteles sobre este oficio: «Informar involucra una cuota de poder, la facultad de imponer formas».
En Roma, donde nació el primer periódico (el “Acta Diurna”, un cartel escrito a mano con información estatal fresca, pegada a las paredes públicas), Petronio dijo que se trataba de «una de las formas, la principal, de movilizar a la sociedad».
En la Edad Media, el gran Pietro de Aretino (dramaturgo y escritor del Renacimiento italiano, temido por sus investigaciones periodísticas sobre las corruptas cortes de la época) dejó dicho que toda la fortuna que había logrado no había sido por “publicar”  reportes de investigación, sino por “no publicar”.
Miguel de Cervantes, en uno de sus relatos, señala que el periodismo «es el rastro diario de la historia». Carlos Marx dice que el periodismo no es ni hace nada. Quien es y hace todo es el hombre. Joseph Pulitzer, creador del sensacionalismo (no necesariamente malo si lo consideramos una escuela reformadora) dijo que quedaba «muy interesado en el progreso y avance del periodismo, después de haber dejado parte de mi vida en esa profesión, la recuerdo como una noble carrera de inigualable importancia por su influencia».
Zenaida Bacardí de Argamasilla es una brillante escritora, poeta y religiosa cubana que dice, tajantemente, que el periodismo no es un oficio: es una vocación y se necesitan muchas condiciones para ejercerla. Pero también dice que la vida de un buen periodista no se “atasca” a la hora de la prebenda, ni del miedo, ni del soborno.
El novelista inglés Arnold Bennet (quien afirmaba que Homero no escribió La Ilíada, sino un contemporáneo suyo llamado también Homero, y de ahí la confusión) dijo que «los periodistas dicen algo que saben que no es verdad con la esperanza de que, si lo siguen diciendo, acabará siéndolo». 
El papa Juan XXIII, ahora beato y pronto santo, señala «rezo por los periodistas que, a veces, se meten a profetas en lugar de ser cronistas de la realidad». El gran Paco Umbral sentenció a mediados del siglo XX: «El periodismo mantiene a los ciudadanos avisados, a las putas advertidas y al Gobierno inquieto».
El argentino Rodolfo Walsh, autor de Operación masacre, afirmó que el «periodismo es libre o, sencillamente, es una farsa». Kurt Tucholsky sentenció que «el periodismo es el tejido de mentiras más complejo que jamás se haya inventado».
Ryszard Kapuscinski debe ser considerado el héroe del reporterismo de guerra. Dijo de su carrera: «En el buen periodismo, además de la descripción de un acontecimiento, tenéis también la explicación de por qué ha sucedido; en el mal periodismo, en cambio, encontramos sólo la descripción, sin ninguna conexión o referencia al contexto histórico».
Dejamos para el final las sentencias de uno de los escritores y periodistas más brillantes que tiene nuestra patria americana: Gabriel García Márquez. Este gigantesco novelista empieza diciendo que el periodismo es una «pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad». Aquí hay una más: «Actualmente las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores». O esta otra: «El infortunio de las facultades de Comunicación es que enseñan muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo». Y finaliza: «Los periodistas se han extraviado en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro».

El escritor chileno Alberto Fuguet le pone la cereza a la torta: «El periodismo, como la prostitución, se aprende en la calle». Esto, desde luego, no es cierto del todo.

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