Jhony Carhuallanqui
En la década del 60, el gobierno
peruano reconoció al periodismo como una profesión de formación universitaria y
luego, el 01 de octubre de 1980, se crearía el Colegio de Periodistas del Perú
mediante la Ley Nro. 22231, norma en la cual se establece que «la colegiación es requisito
indispensable para el ejercicio de la profesión periodística», además que para
dicha colegiatura «es esencial la presentación del título profesional
correspondiente otorgado por cualquiera de las universidades del país».
También esta norma establecía que
podían colegiarse los periodistas «que acrediten ejercicio permanente y/o
estable», ya que su experiencia debía ser valorada y certificada, beneficio que más
tarde, por el proceso de formalización de la profesión, se abandonó, pues los
periodistas “empíricos” debían capitalizar su experiencia con una adecuada
formación que ennoblezca este patriarcal oficio, que al tener rango universitario
debe cimentar —y no descartar— lo que Alberto Fuguet aseguraba: «El periodismo
como la prostitución, solo se aprende en la calle».
No pretendo distinguir la calidad del
trabajo periodístico profesional del empírico, pues en ambos sectores hemos
sido testigos de un ejercicio meritorio como irresponsable, sino, pretendo
instituir la necesidad de una formalización en el ejercicio del periodismo,
cuya senda fue neciamente detenida cuando se dio la Ley Nro. 26937, donde se
estableció que «la colegiación para el ejercicio de la profesión de periodista
no es obligatoria», en un atentado a la institucionalidad de
esta profesión y un agravio a los más de 5000 estudiantes que se forman en esta
especialidad.
Este hecho se concretó tras la ruptura
del orden constitucional del año 92, en el gobierno de Alberto Fujimori que,
como recordamos, buscaba implementar una política de control de medios y de
represión contra los periodistas críticos, originando y promoviendo así el «libre
ejercicio periodístico» sustentado en la premisa de que todos tenemos derecho a
«la libertad de información, opinión, expresión y difusión del pensamiento (…)
por cualquier medio de comunicación social».
Ante esta situación, el Colegio de Periodistas
presentó una acción de inconstitucionalidad que el Tribunal Constitucional
declaró infundado, argumentando su dictamen en el citado texto y validando así
el “periodismo chicha” que ha mermado la calidad informativa, porque ha hecho
de la sospecha una evidencia, del insulto, un argumento y del escándalo, un
negocio, donde la improvisación, subjetividad y parcialismo hacen de la mentira
una camada de mediocridad en una lógica absurda de que todo ciudadano que se
expresa es un periodista, como si todo aquel que saque cuentas, fuera contador.
Si un irresponsable compra un espacio en
un medio de comunicación y lo usa como tribuna de calumnias y argumenta su
libertad de expresión, entonces no ha de llamársele periodista, ni presentarse,
ni firmar como tal, pues no pasaría de ser, en el mejor de los casos, un “divulgador”
o “comentarista”, sin ningún tipo de responsabilidad ética – profesional y, más
aún, es un aprovechado que lucra con ese espacio.
Hay mucho que el colegio profesional de
periodistas tiene que hacer y no sólo en
materia de defensa de sus agremiados, sino también en fiscalización, pues es
inadmisible su silencio ante situaciones de plagio o falsificación de datos que
se han vuelto recurrentes en nuestra localidad y que gozan de impunidad
vergonzosa.
Finalmente, queremos saludar
a los hombres de prensa que este 01 de octubre conmemoran su día y recordarles
lo que Luis Miró
Quezada decía: «El periodismo puede ser la más noble de las profesiones o el
más vil de los oficios» y es hora que
el oficio sea una verdadera profesión y tengamos presente a Kapuscinski en su ensayo Los
cínicos no sirven para este oficio, donde señala que «las malas personas no
pueden ser buenos periodistas».
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