Isaac Lindo Vera
El cuento “Los allegados de la conquista” de Carlos Villanes Cairo y la hermosa novela “Gritos en silencio” de Isabel Córdova Rosas tienen mucha similitud en cuanto al tratamiento de los campesinos huancas. Al leer estas obras, donde actúan los agricultores de Concepción, uno concluye como si hubiera leído la misma historia, donde ambas narraciones presentan las mismas características: no dejarse subyugar por nadie.
Haciendo una comparación, las analogías que saltan a la vista son: “El campesino, dueño de las alcachofas, es un agricultor dedicado junto con su familia a las labores de la tierra”, en el cuento de Villanes; mientras que Fortunato Challpa, teniente gobernador y líder comunal de Ricra Ríos, es el personaje quien, junto a sus concejales y la comunidad en general, protegen a su pueblo ante posibles incursiones senderistas y el abuso del ejército. Ambos tienen como intrusos a dos limeños: Lizandro, sub gerente de una sociedad comercial que viene como turista, y Enrique Chicmana, teniente del ejército, especializado en lucha antisubversiva que llega a Concepción buscando a una fugitiva. Los dos son los entrometidos en la tierra de las alcachofas, y es en el contacto y choque con los campesinos donde resalta las verdaderas características de estos personajes.
Lizandro es acusado de robar sistemáticamente las hortalizas del campesino, y Enrique Chicmana es detenido por desconocido y sospechoso de pertenecer a uno de los bandos en conflicto. Ambos son conminados a responder por los cargos que se les imputa: el primero es forzado a pagar en la comisaría el precio de toda la producción de la chacra, y el segundo es encerrado en un almacén por no querer identificarse y mentir ante las autoridades comunales. Frente a esta decisión firme y valiente de los lugareños, los intervenidos entran en histeria, y el sentimiento de odio y cólera que afloran los dos, son equivalentes.
En todo el proceso de enfrentamiento con los campesinos, los intrusos tuvieron una actitud de desprecio hacia ellos: “Estos no son más que unos cholitos”, o “perdone, Sargento, pero este cholo es una bestia”, según Lizandro. Desde el inicio salta a la vista el encuentro brutal y beligerante: “Estos indios..., siempre se inclinan ante alguien superior a ellos, sobre todo cuando somos turistas y venimos de la capital”, “ahora sí que se han jodido, indios de mierda, los llevo a la comisaría y los hago detener acusándolos de terroristas” (Enrique).
Lizandro es un empleado acostumbrado a que lo traten como a alguien superior, como a un patrón. Por ello es que desde el inicio choca con el campesino, pues lo ve como a un ser inferior, indigno. Sin embargo, esta altanería se derrumba cuando los comuneros comienzan a actuar con firmeza y decisión. Al final, pese a su pedantería, con el cargo de subgerente el uno y oficial del ejército el otro, sienten que tienen límites frente a los campesinos del valle, mas no lo quieren hacer notar: “Este cholo se las sabe toditas”, afirma Lizandro. “Qué equivocados están algunos de mis jefes al considerarlos como la peor clase de la raza peruana. Estos indios son más listos que muchos de nosotros”, es otro de los pensamientos de Enrique.
En conclusión, entre Carlos Villanes e Isabel Córdova, hay un hilo que los une en el tratamiento del labriego huanca cuando sus intereses son vulnerados. Ambos les imprimen las mismas características y sentimientos. Según creo, los campesinos del valle no somos tanto como ellos nos pintan, allí hay relatividad; sin embargo, su mayor acierto está, pienso, en el carácter que les da a los personajes visitantes.
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