jueves, 5 de abril de 2012

A la luz del amanecer



Betty Martínez

Son cerca de las 6 de la tarde (16 de junio de 2011), y estoy cómodamente instalada en el sillón de mi dormitorio, leyendo, realmente ensimismada, “A la luz del amanecer”, preciosa novela que Edgardo (Rivera Martínez) acaba de dar por finalizada en estos días. De pronto asoma él por la puerta, me mira de esa especial manera que tiene para mí, y con gesto entre cómplice y gracioso me reprocha que en la mañana no lo dejara arrodillarse “para rendirme pleitesía o algo así”. Me río, sorprendida, él hace una venia y sin más me toma de la mano y me pide ir un momento a su estudio.
Allá vamos, y ya desde el pasillo escucho, como muchas veces, esas tonadas griegas que suelen acompañarlo cuando escribe. Leo el breve texto que me señala, relacionado con la novela. Cuando termino y me dispongo a salir me toma de las manos y empieza a bailar. No me cuesta seguirlo, nos dejamos llevar por la música, iluminados, y no me importa que en Grecia las mujeres no bailen, pues en ese momento somos dos Zorbas encantados, felices, porque Edgardo, esta mañana, ha puesto un punto final y porque, imagino, los dos sabemos que será difícil que nos olvidemos de mirar a las estrellas.
La música termina, Edgardo me da un beso y vuelve a su escritorio, yo a mi dormitorio, pues tengo urgencia por seguir leyendo mi bellísima novela. Mientras camino, me figuro a Azrael caminando por los campos anochecidos de Quishuar.

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