Arenas movedizas
Junichirō
Tanizaki
—¿Por qué has mantenido oculto un cuerpo tan hermoso? —pregunté
en tono de reproche—. ¡Es demasiado! ¡Lo que se dice demasiado!
No sé por qué, los ojos se me llenaron de lágrimas. Tras
abrazar a Mitsuko por detrás, apoyé mi llorosa cara en su hombro cubierto de
blanco y miramos juntas al espejo.
Mitsuko parecía desconcertada.
—Pero, bueno, ¿qué te ha dado? —preguntó, al ver mis
lágrimas reflejadas en el espejo.
—Cualquier cosa así de hermosa me da ganas de llorar —dije,
al tiempo que la apretaba con fuerza. No intenté enjugarme las lágrimas.
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