Estaba en el
Palacio de las Convenciones de La Habana, con cara de aburrimiento al lado de
Fidel Castro, oyendo hora tras hora a incontables oradores, hasta que un
periodista peruano, el autor de este texto, pudo atraer su atención y lograr lo
que ningún otro ha podido hasta hoy: entrevistar a Gabriel García Márquez, ya
como un Nobel consagrado y poco antes de que publique El
amor en los tiempos del cólera.
¿Qué noticias me trae del Olimpo?
¿Del
Olimpo? Hmm… Usted comienza bien. Pero no le he entendido.
¿Acaso no reconoce su gloria
literaria? ¿Qué le pasa a un escritor en su situación? ¿Qué cambia en el nivel
de sus ilusiones?
No
ocurre mucho en ese sentido. Usted, creo, me habla de mi imagen, o de la imagen
que tengo de mí mismo como escritor. Y cuando yo enfrento una nueva obra no
estoy pensando en eso. Pienso, en cambio, en mi proyecto literario, un proyecto
que tengo que poder cumplir antes de mi muerte…
¿Cómo defiende su tiempo?
Con
un estupendo sistema, que requiere paciencia y simpatía: con Mercedes. Estoy
casado con una mujer que hace el inmenso sacrificio de pasarse el día
contestando el teléfono y manejándolo todo…
¿Es la novela de amor que se comenta
en las gacetillas?
Sí,
la novela de amor. Se llamará El amor en
los tiempos del cólera. Yo esperaba que fuera una novela de cuatrocientas
páginas, pero salieron quinientas cuarenta; así que me puse a leerla,
intentando quitarle por lo menos cuarenta y ya va en seiscientas.
¿Tiene esta novela, como las otras, un
fondo autobiográfico?
El
factor autobiográfico, en todo novelista, es insoslayable. Uno siempre está
contando su vida, las cosas que le pasan…
¿Se conoce más a sí mismo después de
cada novela?
Estoy
seguro que sí.
Usted ha confesado tener
supersticiones, pero nunca le he oído decir si las tiene respecto a su trabajo
literario.
¡Cómo
no! Cuando yo escribo es cuando más me guío por los presagios. Mi principal
superstición, en ese terreno, es que yo jamás hablo de una novela que estoy
escribiendo, a menos que esté
completamente seguro de que la tengo. Estoy convencido de que si lo hago, la
novela se “pavea”…
¿Y de dónde sacó eso de que hacer el
amor con las medias puestas trae mala suerte?
Viene
de la “pava”. Porque hacer el amor con las medias puestas es de mal gusto, es
feo, y eso trae mala suerte. Pero ya que estamos en ese punto le digo otra cosa
también importante: nunca se debe fumar desnudo y caminando. Todo el mundo lo
sabe, o todos los que fuman saben, que fumar después de hacer el amor, echado
en la cama, es muy bueno, pero fumar desnudo y caminando es terrible.
Cuando escribe, ¿corrige mucho?
Muchísimo.
Mire, yo tengo un dato estadístico que ilustra mi firma de corregir. Para
escribir uno de mis cuentos, un cuento de doce páginas, necesité quinientas
cuartillas. Es un buen promedio, ¿no cree? Y es que el problema está en que
donde sea que yo cometa un error, rompo el papel y empiezo otra vez.
William Faulkner, cuando se disponía a
escribir, necesitaba tener, al lado del papel y la máquina, una botella de
whisky.
Pues
yo necesito todo lo contrario. Mi problema es que yo preciso un régimen de
boxeador para escribir, me preparo como un deportista. En las temporadas de
escritura intensa, no trasnocho, no como nada que pueda hacerme daño, hago
bicicleta todas las mañanas y llevo una vida completamente sana.
¿Qué es lo que usted nunca haría como
escritor?
Lo
peor, para un escritor, es dejar de escribir. Eso no lo haría.
MÁS DATOS: Este es sólo un fragmento cedido para esta edición por Fernando Ampuero. La entrevista completa la podrá hallar, junto a otros textos igual de excepcionales en “Gato encerrado” (Punto de lectura, 2009).
MÁS DATOS: Este es sólo un fragmento cedido para esta edición por Fernando Ampuero. La entrevista completa la podrá hallar, junto a otros textos igual de excepcionales en “Gato encerrado” (Punto de lectura, 2009).
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