El
amor en los tiempos del cólera
Gabriel García Márquez
Se bañaron juntas desde la primera
tarde, desnudas, haciéndose abluciones recíprocas con el agua de la alberca. Se
ayudaban a jabonarse, se sacaban las liendres, comparaban sus nalgas, sus
pechos inmóviles, la una mirándose en el espejo de la otra para apreciar con
cuánta crueldad las había tratado el tiempo desde la última vez que se vieron
desnudas. Hildebranda era grande y maciza, de piel dorada, pero todo el pelo de
su cuerpo era de mulata, corto y enroscado como espuma de alambre. Fermina
Daza, en cambio, tenía una desnudez pálida, de líneas largas, de piel serena,
de vellos lacios.
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