domingo, 1 de septiembre de 2013

Solo 4. Edición 485, del 31 de AGOSTO de 2013. Año IX


LA CITA:

«Existe en el quechua chanka un término sumamente expresivo y muy común: cuando un individuo quiere expresar que a pesar de todo aún es, que existe todavía con todas las posibilidades de su reintegración y crecimiento dice: ¡kachkaniraqmi! »

José María Arguedas

LO ÚLTIMO: II Concurso Nacional de Cuento “Premio Solo 4”


En el marco de las celebraciones por los 51 años de fundación del diario Correo en la Región Junín, y el 10mo aniversario de nuestro suplemento, con la finalidad de contribuir a la producción literaria de nuestro país, convocamos al II Concurso Nacional de Cuento “Premio Solo 4”.
Los premios de este certamen serán de S/. 1000.00 para el primer lugar, S/. 700.00 para el segundo y S/. 300.00 para el tercero. El tema es completamente libre. La fecha y hora límites de recepción de trabajos será el viernes, 18 de octubre, a las 6 pm, en las instalaciones del diario Correo, Jr. Cuzco N° 337 – Huancayo.
Las bases generales las podrán hallar en nuestro blog: www.suplementosolo4.blogspot.com; o en la página de Facebook “Suplemento Cultural Solo 4”. Corran la voz y participen.

Kachkaniraqmi


Javier Corcuera es, tal vez, el más importante documentalista peruano. Hoy ha concitado la atención por Sigo siendo, una película que habla sobre las identidades de nuestro país desde su emblemática música popular. Lo entrevistamos hace poco y esto es lo que nos dijo sobre su trabajo.

Luis Puente de la Vega Rojas

Javier Corcuera (Lima, 1967).
¿Cómo inicias con el trabajo cinematográfico, con el documental?
En realidad, yo quería hacer cine y me fui a España, a la Universidad Complutense a estudiar audiovisuales. Empecé a hacer los primeros trabajos, y la verdad es que no sabía que me iba a dedicar al cine documental. Ahí yo estaba pensando en cosas de ficción, pero empecé a hacer algunos documentales, pequeños encargos y, bueno, fui apreciando y enamorándome del género, haciendo primero trabajos para televisión y después pude hacer mi primer largometraje documental que fue La espalda del mundo. A partir de ahí ya la cosa fue más fácil,  ya había posibilidades de financiar algunos otros proyectos.

¿Cómo has sacado adelante Sigo siendo?
Esta película es una coproducción de Perú–España: el Premio de la Junta de Andalucía, los premios Ibermedia; aquí en Perú, los premios del CONACINE, también la Universidad de Ciencias y Humanidades nos apoyó en la financiación y, bueno, con el apoyo y la producción de La Mula Producciones, que es la productora peruana mayoritaria (…) ha sido posible gracias al empeño de esta productora y también a las ayudas públicas, concursos públicos. Es muy difícil financiar esto porque tienes que ir ganando, poco a poco, concursos de financiación. En el Perú hay algún apoyo desde los premios de CONACINE, que ahora se llama Dicine, pero solo con ese premio no se puede sacar adelante una película, había que buscar otras fuentes.

¿Cómo es que nace la idea de hacer un documental de la música peruana?
Bueno, he rodado bastante en otras partes: en Turquía, España, Palestina, Estados Unidos, y tenía muchas ganas de hacer una cinta grande en el Perú, aunque había rodado ya un par de historias aquí: La espalda del mundo,  Hijas de Belén (…)  pero tenía ganas de cantar y contar el Perú, y así fue surgiendo la idea y qué mejor manera de contar y cantar al Perú que desde la música popular.
 
La música peruana es megadiversa lo cual hace sumamente complicado el encontrar un hilo conductivo. ¿Tú cómo lo lograste?
La película no pretende ser una antología de la música peruana. Tiene una estructura dramática a partir de un guión que está guiado por el hilo conductor del agua. Recoge los tres grandes universos del Perú: la Amazonía, el mundo andino y la costa, pero no pretende ser una antología completa de la música peruana, porque para eso habría que hacer 20 películas. Son temas que a mí me gustan, algunas sugerencias, las canciones que funcionaban, también las letras para poder contar la historia (…) No es un estudio de la música peruana, da una mirada a los tres universos de la música popular. Hay músicos emblemáticos importantes, pero también hay unos menos conocidos y otros anónimos.

¿Qué es eso, en común, que podría definir a la música peruana? 
Yo creo que el Perú es un país plurinacional, somos muchas naciones, cada una con su identidad, su música y con su forma de entender la vida. Entonces, esas identidades son muy fuertes, por eso es que existe esa variedad tan grande. Pero también pienso que se tocan por momentos, se cruzan, he ahí el mestizaje en la música, por eso es que en la película va Máximo Damián a tocar el violín andino para que zapateen los afroperuanos. Entonces, aunque existan estas identidades tan fuertes, porque somos varias naciones, también esas identidades se tocan, se mezclan, se fusionan.

¿Por qué le diste ese título?
La película se llama Sigo siendo, que es una traducción de una palabra quechua que es “kachkaniraqmi”, que quiere decir sigo siendo, aún estoy aquí, a pesar de todo aún estoy, todavía existo, y tiene que ver con la identidad, con seguir siendo el que fuiste, el que recibió esas identidades y las mantiene en su vida.

DESLECTURAS (PERUANAS): ‘Los inocentes’ / Oswaldo Reynoso (Arequipa, 1931)


Camino a la adultez bajo el furor de la ciudad

Juan Carlos Suárez Revollar

Hace más de cincuenta años un desconocido Oswaldo Reynoso publicó ‘Los inocentes’. Su lenguaje vigoroso que reproduce el argot del hampa y su abordaje de una temática descarnada a calzón quitado le trajeron muchos problemas y censuras, pero eso no ha evitado que se convierta en uno de los hitos de la narrativa peruana.

Cubierta de la primera edición, de 1961.
Hay dos mundos en los cinco cuentos de ‘Los inocentes’ (libro cumbre de Oswaldo Reynoso, publicado en 1961): el apenas sugerido y lejano de la gente bien, y el otro, en el que se mueven sus personajes, jóvenes pobres y sin futuro que pasan los días robando, pegándose, jugando, enamorando. El libro recoge su hablar, sus sesgos idiomáticos; así, cada lisura, cada jerga, hace más tangible el ambiente bohemio de una Lima caótica, creciente, poblada por gente que vive al margen.
Los cinco protagonistas son miembros de una misma collera y habitantes de un mismo barrio. Resalta en ellos una sexualidad rabiosa de adolescentes ávidos de cohabitar con una mujer y pasar así a la fila de los adultos, pero también para autoafirmarse, como ocurre con Cara de Ángel, cuyas facciones demasiado delicadas afectan su masculinidad. El sexo, junto a la presencia femenina, es el desencadenante de los conflictos. La función de las mujeres en el libro es demostrar que todavía son niños inexpertos. Constituyen una debilidad, no importa lo rudos o arrojados que demuestren ser, nada pueden ante ellas. Los Inocentes se encuentran en una fase de aprendizaje, de maduración, pero en tanto eso ocurre, van a sufrir los desengaños que la interacción con el otro sexo les depara.
Los códigos de honor y las bravuconadas son más bien aparentes, pues hay en estos muchachos un tufillo de sufriente soledad y desamparo. Es la razón de la apremiante necesidad de ser adultos para liberarse, sin importar si acaban como vividores o ladrones. Por eso se aferran a gente adulta, sea como modelos o benefactores: Carambola a Choro Plantado, Colorete a sus amantes maduros y ricos, o el Príncipe a Manos Voladoras, el mariconcito de barrio que, pese a saber que no será aceptado como amante, se conforma con dar esa ternura maternal negada en las familias.
El autor inserta un nuevo nivel narrativo en forma de acotaciones entre paréntesis. Colocadas a manera de digresiones, contienen pequeños recuerdos o respuestas hipotéticas que contextualizan y amplían la información sobre aquello de que se está hablando. Explora así los pensamientos que sus personajes se niegan a revelar al otro, de forma que en su diálogo es únicamente el lector quien conoce todo cuanto ocurre.
En el último cuento el narrador hace su entrada como agente más activo y mantiene un tú a tú con el protagonista. El Rosquita es el más puro de los cinco personajes, aquel que todavía no se ha perdido. En sus patéticos intentos por ser adulto, malo y frío, se nota con mayor nitidez que es todavía un muchacho. Pero se deja entrever que no tiene salvación, pues —como los demás— será engullido por las tentaciones del dinero y el submundo de la ciudad.
Los cinco relatos se complementan, no solo en los ambientes y personajes comunes, sino en que cuanto se revela en uno también sirve de soporte para la narración de los otros. Cada cuento es protagonizado por un miembro de la collera, aunque queda la impresión de que el sexto miembro más tangible, Natkinkón, no alcanzó a tener los honores de su propia historia.
‘Los inocentes’ se ha convertido en pieza fundamental de la narrativa peruana, solo equiparable dentro de la obra de Oswaldo Reynoso con la novela ‘En octubre no hay milagros’. Polémico o no, su belleza tosca, sórdida, seguirá perturbando (y marcando el camino) a los nuevos escritores.

MÁS DATOS: Oswaldo Reynoso

Foto: Nadia Cruz
Nacido en Arequipa en 1931, es autor del poemario ‘Luzbel’ (1955), del volumen de cuentos ‘Los inocentes’ (1961; y publicado también bajo el título de ‘Lima en Rock’), y de las novelas ‘En octubre no hay milagros’ (1966), ‘El escarabajo y el hombre’ (1970), ‘En busca de Aladino’ (1993), ‘Los eunucos inmortales’ (1995), ‘El goce de la piel’ (2005), ‘Las tres estaciones’ (2006) y ‘En busca de la sonrisa encontrada’ (2012).

Breviario: whynotmagazine.pe


La propuesta de Whynot Magazine, con respecto a su acabado visual y editorial, además de sus atractivos contenidos y el formato innovador de bolsillo —tal vez único en el país—, han hecho que cobre más seguidores y que sea elogiada por importantes personalidades del arte y la cultura.
Ya va en su número 16 y está por presentar su decimoséptima edición. Además, acaba de lanzar su web: www.whynotmagazine.pe, donde cualquiera podrá descargar los números anteriores y recorrer sus diversos contenidos.
Este magazine se vende a un nuevo sol (S/. 1), y puede buscarlo en librerías Íbero y La Familia, o en los quioscos de periódicos del centro de nuestra ciudad. Alentemos la producción regional y más si se trata de nuestra variada cultura.

Proyecto Experimental Siddharta


Solo 4
Gonzalo Escobar, Luis Sarapura y Edgar Gutiérrez son Esvedra.
Esvedra es una banda de rock fundada a fines de noviembre de 2012, cuyos gustos musicales de sus integrantes (Edgar Gutiérrez, Gonzalo Escobar, Luis Sarapura) formaron la idea de hacer música progresiva rock y, a su vez, la intención de generar música propia.
Han lanzado su primer trabajo que es una adaptación conceptual de la obra literaria de Herman Hesse: "Proyecto Experimental Siddharta", su primer disco que consta de ocho actos: El halcón, El camino (Meditación samana), La orbe, Kamala, El humano, Karma, El río, y Redención.
El disco fue presentado oficialmente en la Casa de la Juventud y la Cultura el pasado 17 de agosto, junto a otras bandas nacionales. Esta agrupación alista su gira representando a Huancayo en distintos festivales del país. ¡Éxitos!

COLUMNA: UN MUNDO PERFECTO


Sigo siendo

Jorge Jaime Valdez


 Sigo siendo, probablemente, sea el mayor y más sentido homenaje que se ha hecho, hasta la fecha, a la música popular peruana, sea amazónica, andina o criolla. Es un documental realizado por el peruano radicado en España, hace muchos años, Javier Corcuera (Lima, 1967).
A diferencia de otras cintas del género, aquí no hay narración en off, tampoco se subtitula los lugares, fechas o personajes que van apareciendo de a poco. La cinta se abre con la shipiba (Amelia Panduro, “Roni Wano”) contando mitos y cantándole a la naturaleza, y se cierra con la misma envuelta en unas imágenes de un lirismo sobrecogedor.
Luego, gran parte de la cinta la ocupa la música andina: vemos al gran amigo de José María Arguedas y legendario violinista, Máximo Damián, volver a su pueblo desde Lima para luego visitar la hacienda donde vivió de niño el escritor de Los ríos profundos (la abandonada hacienda Viseca). Antes el músico visitará a la familia Ballumbrosio en Ica, y con los hijos de don Amador harán una romería a la tumba del patriarca. La fusión entre el violín andino y la música y zapateo negro es notable y emocionante.
En paralelo escucharemos los ecos sufridos, propios del huayno ayacuchano, a través de las voces de Magaly Solier —que canta en quechua, ese clásico inmortal: Coca Quintucha—, Sila Illanes, Consuelo Jerí, entre otros.
Hay imágenes de archivo que sirven de apoyo para ver a los que ya se fueron, es el caso de Amador Ballumbrosio —a quien vemos zapateando—, Arguedas, Chabuca Granda, Felipe Pinglo y otros grandes de la cultura peruana.
A lo largo del filme podemos respirar, ver y oír al espíritu de Arguedas, a fin de cuentas, desde el título, es un homenaje al escritor andahuaylino. El 2004, el Congreso publicó un libro imprescindible sobre la obra de Arguedas que se llamó Sigo siendo ¡kachkaniraqmi! Textos Esenciales, editado por Carmen María Pinilla. En un momento hermoso vemos a tres de sus amigos: Máximo Damián, Raúl García Zárate y Jaime Guardia reunidos hablando del maestro.
Están también los danzantes de tijeras; seguimos un viaje para hacer el “pagapu” al Tayta Huamani antes de una fiesta y vemos el bautizo de “Palomita”, una “danzaq” que se medirá en la plaza del pueblo, en un “atipanacuy” con un “gala” de mayor experiencia (“Chuspicha”).
Las imágenes son hermosas: como si los dioses ayudarán con la estética de la película, vemos volando un cóndor mientras suena el arpa de Félix “Duco” Quispe y el violín mágico de Andrés “Chimango” Lares, que tienen una fuerza y misticismo poderosos.
Hacia el final de la cinta está el homenaje a los viejos de la música criolla. Carlos Hayre y Félix Casaverde no vieron la cinta terminada, partieron antes a la jarana que se trasladó de los callejones de Lima al más allá. Apreciamos a Susana Baca, Victoria Villalobos, Rosa Guzmán y mención aparte merece la fuerza y presencia de Sara Van, que con su voz “aguardientosa” nos regala “Cardo o ceniza” —parece una mezcla feliz entre Joaquín Sabina y una Emy Winehouse criolla—.
Si hay algo que caracteriza a esta obra, aparte de la belleza de sus imágenes y la calidad de su sonido, es la nostalgia que está impregnada en toda la cinta. Esa bella tristeza de las canciones es también un alegato a favor de la naturaleza, del baile, de la música y de la riqueza musical de nuestro dolido Perú, producto de esa multiculturalidad que nos caracteriza. «Bailar es soñar con los pies», nos dice Sabina. Después de ver este largometraje no cabe ninguna duda.

PERFUME DE MUJER:


El cuarteto de Alejandría: Justine

Lawrence Durrell


Dime cómo se comporta ella, y la imitaré. En la oscuridad todas somos igualmente carne y traición, por diferente que sea nuestro pelo o el olor de nuestra piel. Dímelo, y yo sonreiré con la sonrisa de la boda y caeré en tus brazos como una montaña de seda.

POESÍA: Viento


Carlos Mendoza Gutarra

La luna habla
hasta el delirio
hasta tocarse en flor
desprendida de las nubes,
el viento aúlla tembloroso
sobre ventanas abiertas del cielo
como un pájaro cósmico,
la noche derretida
es una estrella dibujada
sobre tu sombra,
la luna enciende luciérnagas infatigables
sobre hojas de eucalipto plateado
para iluminarte
silban los planetas una canción antigua
tu voz intemporal poema de hoy.

Arquitectura, memoria e identidad


Manuel F. Perales Munguía

Balcón inglés traído en el siglo XIX para la Casa Ráez. Una gran parte de sus elementos se perdieron durante el incendio.
Hacia mediados del siglo XX, en un clásico estudio sobre la evolución de las comunidades indígenas en el Valle del Mantaro, José María Arguedas manifestó su gran entusiasmo frente al crecimiento demográfico y económico que experimentaba por aquel entonces la ciudad de Huancayo, a la cual consideró un foco de difusión y resistencia de la cultura mestiza andina y, por ende, un paradigma que marcaba el derrotero cultural que debía seguir el Perú en general.
Sin embargo, hoy, a más de cincuenta años de la publicación de dicho trabajo, nuestra ciudad ha perdido el norte señalado por Arguedas. El patético caso del incendio y demolición de la Casa Ráez puede servir como ejemplo de ello.
En primer lugar, es importante recordar que un aspecto de nuestras vidas tan manoseado demagógicamente como es la identidad, tiene que ver, como ha indicado Gilberto Giménez, con la idea de quiénes somos y quiénes son los otros. En otras palabras, se refiere a un sentido de pertenencia a un grupo social, que se construye, afirma o recrea en base a las características culturales de dicho colectivo. A su vez, la transmisión de ello a través del tiempo genera una memoria colectiva que se convierte en un elemento indispensable para la construcción de la identidad, al punto que, tal como dijo Julio de Zan, mantener viva la memoria de quiénes hemos sido y de cómo hemos obrado en el pasado, es lo primero que se requiere para hacernos cargo de nuestra propia realidad y merecer el respeto de los demás como hombres responsables.
La construcción de la memoria es un proceso político que compromete un conjunto de pugnas por la administración de las visiones del pasado, en tanto que, a su vez, los elementos materiales tangibles que conviven con nosotros se convierten en poderosos “moldeadores” de dicha memoria. Por esta razón, entonces, es tan importante conservar nuestro patrimonio edificado, integrado por numerosos espacios e inmuebles, que en su exquisita o modesta factura integran un texto abierto que está allí para reconocer nuestro lugar en los procesos históricos locales y globales, comprender el porqué de ello, y enfrentar con responsabilidad el futuro.
Esto es indispensable, más aún si nos movemos en la modernidad “líquida” señalada por Zygmunt Bauman, donde lo fugaz y la exclusión del otro se han afincado como pautas de vida, en un contexto caracterizado por la disolución de los estados-nación como estructuras políticas sólidas.
Como se dijo, hace medio siglo Arguedas tenía la convicción de que Huancayo era el ejemplo de articulación —¿y reconciliación?— entre tradición y modernidad, cuna de una población mestiza con identidades (y con memoria) fuertemente arraigadas.
La destrucción de la Casa Ráez (y la de tantos otros inmuebles como la capilla de Pichcus) demuestra únicamente que quienes viven en esta ciudad y, especialmente, sus representantes están condenándose a una vida de escasa calidad humana, enceguecidos por un miserable entendimiento de “modernidad y desarrollo”.
Ojalá tengamos capacidad de reacción y hagamos de Huancayo la ciudad que alimentó en Arguedas la esperanza de un país con ciudadanía inclusiva, en la cual, la “construcción del futuro de la Nación Wanka” deje de ser populismo y demagogia barata, y se convierta en una verdadera línea de acción en políticas culturales y desarrollo social integral.

Solo 4. Edición 484, del 24 de AGOSTO de 2013. Año IX


LA CITA:

«Hoy le toca al Perú confrontar un tiempo de vergüenza nacional. Con anterioridad, nuestra historia ha registrado más de un trance difícil, penoso, de postración o deterioro social. Pero, con seguridad, ninguno de ellos merece estar marcado tan rotundamente con el sello de la vergüenza y la deshonra como el que estamos obligados a relatar».

Salomón Lerner, Discurso de entrega del Informe Final CVR

LO ÚLTIMO: III Salón Regional de Pintura UPLA 2013


El pasado martes, 20 de agosto, se inauguró el III Salón Regional de Pintura UPLA 2013, organizado por la oficina de proyección social de esta universidad y con la participación de renombrados artistas plásticos de nuestra región y país.
En la exposición podemos observar los distintos estilos y técnicas de pintores de gran prestigio, además cuenta con una sección dedicada al homenaje del talentoso artista Pedro Aliro Aranda, quien falleció hace algunos días a consecuencia de un accidente.
Esta exposición pictórica estará abierta gratuitamente al público en general hasta el 30 de setiembre en la Galería de Arte del Centro Cultural "Los Andes", calle Real 950, El Tambo - Huancayo, en los horarios de 9 am a 12 m y de 3 a 7 pm. Es una buena oportunidad para disfrutar del arte regional y nacional. Están cordialmente invitados.

El brazo de Máximo


Lurgio Gavilán

Celestino Ccende, comunero de Iquicha, herido por una facción de Sendero Luminoso.
Mientras dormía Patrocinia, madre de Máximo, el hijo le había hablado en su sueño: «Por favor, encuentren a mi brazo, me duele mucho». Desde esa fecha, 1984, hasta la actualidad, el brazo de Máximo no aparece. Después de que él fuera ahorcado, su brazo había sido cortado con un hacha en la puerta de la iglesia por los campesinos de Auquiraccay para luego entregarlo a las Rondas Campesinas y el Ejército.
Cuando Sendero Luminoso llegó a la comunidad de Auquiraccay (Ayacucho) a principios de los ochenta, convirtió esta localidad en Base de Apoyo. Ellos no se resistieron, tampoco había otra opción. En 1984, el Ejército ingresó a Chungui y los campesinos fueron organizados en rondas campesinas. Ellos, junto al Ejército, obligaron a las comunidades vecinas a formar también grupos de “ronderos”.
Pronto, la base de apoyo de Sendero en Auquiraccay se disolvió. Los mandos —político y militar— nombrados por la facción terrorista, que eran también campesinos, fueron reportados al Ejército como desaparecidos; sin embargo, se ocultaban en la misma comunidad.
Conocedores de esta información, los militares y ronderos de Anco y Chungui exigieron a las rondas de Auquiraccay entregar el brazo de alguno de los senderistas que se escondían en la comunidad. Las rondas debían obedecer inmediatamente, por eso, se habían reunido y acordado matar a Máximo, hijo de Patrocinia y Mamerto, en lugar de los senderistas.
Cuando asesinaron a Máximo a puertas de la iglesia, de inmediato, cercenaron su brazo y lo llevaron a los militares, informando que habían ajusticiado a los terroristas; sin embargo, los seguían ocultando y, para no levantar sospechas, vistieron a sus mujeres de luto. Las autoridades militares y los ronderos se habían puesto contentos, pero la grieta comenzó cuando un campesino dijo: «¡Este no es el brazo de esos senderistas, este es el brazo de Máximo!»
El desenlace terminó con la muerte de los insurgentes, también, en la puerta de la iglesia donde murió Máximo. Las rondas campesinas los habían encontrado camuflados, vestidos de mujer, bailando en la fiesta patronal de Auquiraccay. Los habían capturado y, de inmediato, conducido a una base militar; sin embargo, los capturados habían logrado escapar, y llegaron hasta la puerta de la iglesia donde aún bailaban con arpa y orquesta. Los campesinos los recapturaron con sogas y los senderistas hicieron un pedido: «¡Mátennos aquí!», y ahí mismo los ahorcaron en presencia de toda la comunidad.
Esta es una de las historias de Auquiraccay como de tantos otros pueblos que han sido azotados por la violencia política.
En un escenario así definido, con seres actuando a los extremos, con tonos altos en la melodía de los sentimientos, la crispación de los sentidos hace difícil trazar líneas claras y duras de responsabilidad de cada quien, lo común son las zonas grises (Primo Levi, 1987) donde se transponen los límites y sus fronteras entre víctimas y victimarios.
Los campesinos fueron victimarios, pero al mismo tiempo fueron víctimas. Juzgarlos es sencillo, comprenderlos, en su sentido más amplio, es complejo.
La familia sigue buscando el brazo perdido y espera encontrarlo para unirlo al cadáver sepultado en el cementerio. Los campesinos afirman que si no está completo (el cuerpo que hemos tenido en vida) o si el ataúd es muy pequeño o demasiado grande, el alma “sufre”, por eso, se esfuerzan en encontrar y enterrar “bien” a Máximo.

La Casa Ráez, epílogo de la indiferencia


Máximo Orellana Tapia

Casa Ráez (Esquina de calles Arequipa e Ica) - 1988. Foto: Máximo Orellana.
Estos días hemos podido ver cómo la indiferencia e insensibilidad de las instituciones, a lo largo de muchos años, ha tenido como epílogo la desaparición de una edificación declarada Patrimonio Monumental de la Nación, por lo tanto, bien cultural de todos los peruanos.
Sin embargo, hablar de estos asuntos en un medio en el que prima el mercantilismo y los intereses subterráneos es realmente árido, porque para eso tendría que existir sensibilidad frente al arte así como un mejor nivel de educación, cultura y transparencia institucional. Ya sabemos cómo andamos en estos temas dentro del contexto nacional e internacional. Toda ciudad que se precie de buscar un verdadero desarrollo, no solo persigue el bienestar económico sino también el de otras vertientes, dentro de ello está lo cultural.
La Casa Ráez, un inmueble cuyas características arquitectónicas —tanto en su espacialidad interior como en su volumetría y detalles—, era testimonio representativo de una época que, al margen de cualquier chauvinismo barato y destemplado, significaba un punto importante en la evolución de la arquitectura republicana en esta parte del país, una casona que instituciones corruptas que todo negocian bajo la mesa nunca valoraron y que hoy ha desaparecido.
De acuerdo a la Ley de Protección del Patrimonio Monumental, los propietarios se constituyen en los principales responsables en el cuidado de los mismos, claro está, con el apoyo de las instituciones que, como en este caso, jamás hicieron algo verdaderamente relevante al respecto.
Este epílogo muestra que el patrimonio arquitectónico se halla desprotegido y es gestionado endeblemente en el país. Para cualquier ciudadano no es un secreto que el trasfondo es la angurria mercantilista de los propietarios, quizá de asociaciones promotoras de “adefesios” comerciales que solo están generando una ciudad de escasa calidad, cuyo caballito de batalla es un mediocre, distorsionado y desinformado afán de “modernidad” como meta.
La fotografía adjunta, extraída de mi archivo personal, muestra la Casa Ráez, aproximadamente hacia 1988 en el que aun cuando ya se hallaba deteriorada, mantenía su dignidad e integridad.
Luego del desastroso incidente, el martes por la mañana la casona todavía se mantenía en pie, pero al lado estaba el alcalde provincial que, al ser ignorante en estos asuntos, solo se ufanaba disque dando «declaraciones de decisión y firmeza, cual defensor del progreso», de que de todos modos se iba a demoler en su totalidad, respaldado por sus avasallados técnicos igualmente imberbes en estos asuntos, quienes en conjunto y de la manera más insensible solo esperaban a que fuera destruida completamente pudiendo haber salvado, por lo menos, una crujía hacia ambas calles, porque los muros aún se mantenían erguidos mostrando la nobleza de sus materiales.
Un final patético para un inmueble que formó parte de la historia y que, probablemente, sea reemplazado en poco tiempo por alguna elucubración chabacana. En todo caso, el reto está lanzado a los “constructores de progreso”, quizá tengan alguna “brillante” idea, con las dudas del caso.

COLUMNA: EL BUEN SALVAJE


El espanto que no olvidamos

Sandro Bossio Suárez

La violencia que hemos vivido es, por mucho, una de las más espantosas de las vividas en el mundo. No se trató sólo de una revolución. Se trató del episodio de violencia más intenso, más extenso y más prolongado de toda la historia de la República, que, además, reveló brechas y situaciones de exclusión en nuestra sociedad, tal como concluyó la Comisión de la Verdad y Reconciliación hace una década. Esta comisión estimó la cifra de muertos en sesenta y nueve mil personas, cantidad que supera el número de víctimas de todas las guerras internas y externas de nuestra vida soberana, y en quince mil los desaparecidos.
Aquí, muy cerca de nosotros, vivimos una realidad obscena. En la Universidad Nacional del Centro, a principio de los ochentas, el Partido Comunista del Perú realizó un trabajo sigiloso para seducir jóvenes, la mayoría proveniente de zonas vulnerables, víctimas de la pobreza, la desnutrición, la pésima educación que siempre sufrimos.
A mitad de la década de los ochenta empezó a formar militantes. Muchos provenían de facciones como Patria Roja, Vanguardia Revolucionaria, Pukallacta y Proletario Comunista. Igual que en las universidades nacionales de Huamanga o Lima, verdaderos caldos de cultivo de la violencia, el control de los estudiantes más pobres fue tomado desde el comedor universitario. Allí los jóvenes eran adoctrinados con los discursos clasistas a cambio de saciar su hambre. El Partido Comunista del Perú, con la armadura flamígera de Sendero Luminoso, se consolidó hacia 1988, atizando la moralidad académica y recusando la conducta de algunos docentes.
En esta etapa empezaron las presiones para, a partir de los concursos de cátedra y las tachas, colocar en el ámbito académico a quienes más convenía. Paralelamente, a mediados de esta década se formaron dos grupos en la universidad: Unidad Democrática Popular y Pueblo en Marcha, agrupaciones de tintes políticos propulsados por el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru. Este establecimiento se dio como el único rival capaz de enfrentar ideológicamente a Sendero Luminoso hasta que sufrió el revés de Molinos, en 1989.
Durante los primeros años del gobierno de Alberto Fujimori el ejército incursionó en la universidad más de una veintena de veces. Su procedimiento era monstruoso: registraba el campus; fichaba a los estudiantes, docentes y trabajadores; destrozaba los enseres; detenía a cualquiera por las mínimas sospechas de terrorismo (incluso pertenecer al comedor universitario, portar libros de filosofía o figurar en las agendas de los subversivos). En esa época más de cien estudiantes fueron asesinados y desaparecieron por acción de las Fuerzas Armadas, y varios docentes murieron a manos castrenses, entre ellos el vicerrector Jaime Cerrón Palomino.
La ciudad también tembló. Sendero Luminoso sentó su imperio del terror en esta zona, proclamando la lucha de clases y dejando sueltos a sus comandos de aniquilamiento que dejaban la ciudad en tinieblas, asesinaban políticos, policías, profesores. Los atentados en plena ciudad y en las alturas, donde volaban torres de alta tensión, eran pasto diario.
Entretanto, en los pueblos más miserables de la serranía, la guerra silenciosa continuaba: llegaban por las madrugadas a los poblados, asesinaban a las autoridades, secuestraban a los niños. Horas después llegaban los soldados, remataban a los heridos, violaban a las mujeres, enterraban a sus víctimas en grandes fosas comunes.
Y en la Selva Central los pueblos nativos seguían muriendo de hambre, pero, al mismo tiempo, seguían siendo hostigados, asesinados, secuestrados para engrosar las filas terroristas. Y el Estado, incapaz de enfrentar la barbarie, entregó armas a los originarios para que se defendieran de los sediciosos, pero lo que logró fue desencadenar otra guerra entre las tribus asháninkas.
Eso nunca más debe ocurrirnos.

CVR, 10 años después


Jhony Carhuallanqui


La Comisión de la Verdad fue creada en junio de 2001 durante el gobierno transitorio de Valentín Paniagua y ratificada luego por el presidente Alejandro Toledo, en agosto del mismo, quién le cambió la denominación a “Comisión de la Verdad y Reconciliación” (CVR) que, según refiere la norma, fue la «encargada de esclarecer el proceso, los hechos y responsabilidades de la violencia terrorista y de la violación a los derechos humanos producidos desde mayo de 1980 hasta noviembre de 2000, imputables tanto a las organizaciones terroristas como a los agentes del Estado».
Esta Comisión estuvo integrada por doce distinguidas personalidades vinculadas a los derechos humanos: Carlos Iván Degregori, Beatriz Alva Hart, Humberto Lay Sun, Gastón Garatea y Carlos Tapia, por mencionar solo algunos, y fue presidida por Salomón Lerner Febres que, luego de dos años entregó, el 28 de agosto de 2003, el Informe Final al presidente Toledo y que, en sus nueve tomos y 171 conclusiones, es la más cercana radiografía a la violencia absurda que padeció el Perú y que sólo trajo miedo, resentimiento, muerte, destrucción y  desconfianza entre los peruanos.
En sus conclusiones señala que esta guerra interna le costó la vida a 69280 personas y «constituyó el episodio de violencia más intenso, más extenso y más prolongado de toda la historia de la República», además, se establecen situaciones y hechos por demás deducibles, por ejemplo, que la población mayormente afectada fue la campesina quechua hablante de un nivel de educación inferior al promedio nacional y dedicados a actividades agropecuarias, cuya situación funesta «no fue sentida, ni asumida como propia por el resto del país», en otro claro ejemplo de indiferencia entre compatriotas.
El departamento más afectado fue Ayacucho, lugar donde, justamente, empezó en 1980 la lucha armada de Sendero Luminoso, un grupo subversivo marxista, leninista y, principalmente, maoísta que fuera concebido por Abimael Guzmán, cuya verborrea sirvió de inspiración fanática para muchos jóvenes que creyeron que la única forma de transformar el país era a través de un fusil. Hoy, sus rezagos han buscado organizarse políticamente y jugar a la democracia que tanto despreciaban, copando el sector educación, convirtiendo así los atriles de la cátedra en balconcillos ideológicos. 

Al final, los ultrajes de los agentes del Estado terminaron siendo tan repudiados como los de los grupos bélicos: en Putis, el ejército asesinó a sangre fría a cerca de 123 campesinos, mientras que Sendero, en Lucanamarca, mató a 69 de machetazos, en ambos casos, la insania fue contra ancianos, mujeres y niños. Aparte de esto, la CVR ha investigado la matanza de Uchuraccay, Saccamarca, la ejecución extrajudicial en la base militar de Totos, Sillaccasa, Socos, Accomarca, las desapariciones, torturas y ejecuciones extrajudiciales de Los Cabitos, La Cantuta, Callqui, Cayara, Chuschi, Barrios Altos, entre muchos más.
Lo limitante del informe es que no cumple una función jurisdiccional, es decir, no es prueba para una acusación penal (Ministerio Público), ni para sentenciar a nadie (Poder Judicial), en el último de los casos, es sólo una fuente de consulta (objetiva), cuya utilidad se haría manifiesta a través de un plan de reparaciones que es responsabilidad del Estado y que por desidia, capricho o incapacidad, no la cumple en 10 años.
El Perú es un país aún con carencias y limitaciones que acarrean conflictos que, a su vez, desembocan en brotes de violencia. Para evitarlos es necesaria una cultura de paz, donde el respeto a la vida sea la columna vertebral y se extienda a través de la tolerancia, el diálogo y la inclusión para vivir en armonía y para que las situaciones descritas por la CVR nunca más se repitan.

PERFUME DE MUJER:


Arenas movedizas

Junichirō Tanizaki


—¿Por qué has mantenido oculto un cuerpo tan hermoso? —pregunté en tono de reproche—. ¡Es demasiado! ¡Lo que se dice demasiado!
No sé por qué, los ojos se me llenaron de lágrimas. Tras abrazar a Mitsuko por detrás, apoyé mi llorosa cara en su hombro cubierto de blanco y miramos juntas al espejo.
Mitsuko parecía desconcertada.
—Pero, bueno, ¿qué te ha dado? —preguntó, al ver mis lágrimas reflejadas en el espejo.
—Cualquier cosa así de hermosa me da ganas de llorar —dije, al tiempo que la apretaba con fuerza. No intenté enjugarme las lágrimas.

POESÍA: Norte


Antony Llanos Salomé

Voy adonde el humo sirve
para respirar,
los amantes no duermen
porque sueñan eternamente
y el cielo nunca se apaga
gracias a las cigarras
Las palabras parecen secas
y las ganas húmedas
Voy buscando sentirme ajeno,
extraño y algo lleno
para arrepentirme después
en medio de la neblina
los zapatos sucios
y la viscosa alegría

Para llegar a Vilca



Enrique Ortiz Palacios

Cuando llegué por primera vez a Huancayo, allá a inicios de los ochenta, tuve que viajar más de doce horas en un bus destartalado y por una carretera sinuosa, polvorienta y llena de precipicios. Recuerdo que cada cierto tiempo le preguntaba a mi padre la hora en que llegaríamos y de veras que me daban ganas de tener alas para llegar literalmente volando.
Con nostalgia se han agolpado estos momentos ahora que decidí realizar el viaje con la familia a la encantadora Huancaya, a orillas del río Cañete (provincia de Yauyos). Sus maravillosos paisajes, con aguas color turquesa, ríos que se resbalan de los cerros formando espectaculares y paradisiacos torrentes son dignos de conocer alguna vez y, lamentablemente, las fotografías o videos no tipifican su belleza.
Salimos de Huancayo a las cinco de la mañana hacia Chupaca, acompañados por el moribundo río Cunas. Cruzar los pueblos de Pincha, Callaballauri, Huarisca, Angasmayo  hasta Roncha, le augura a uno un viaje tranquilo y placentero hasta que la carretera se torna estrecha como un gusano.
Sin embargo, ya estaba decidido el viaje. Llegar a San José de Quero y tomar un caldo de cordero y luego continuar con  la música de Andrés Calamaro o Willian Luna hasta que nos cruzamos con unas alpacas y llamas que nos coquetean o nos miran con una arrogante postura. Y ya no entiendo por qué algunos peruanos se ofenden cuando les dicen “llama”, estos camélidos mimetizaron nuestra antigua cultura y observarlos, ciertamente, es para sentirse orgullosos de lo que fuimos, de lo que somos. 

Antes de llegar al abra Negro Bueno, que divide los departamentos de Junín con Lima, se aprecian unas magníficas lagunas como la de Cuncancocha, patos silvestres y otros animalitos que todavía no le han perdido ese miedo terrible a los “in-humanos”. Luego, la carretera, en ciertos tramos, se angosta hasta parecer un camino de herradura.
Ya casi a las diez de la mañana se llega al poblado de Tomas y  mi amigo Jaime pregunta por un “llantero” o grifo y lo miran como a bicho raro. Por ahí alguien se anima a decirle que fácil encuentra uno en Cañete, más tarde descubrimos que no era broma. Seguimos rumbo a Santa Rosa de Tinco, Alis, Tinco Alis y un desvío de tierra, por fin, a Huancaya. Ya estamos muy cansados. Estirar las piernas un momento en Vitis, admirar los precipicios y hacer señales de humo al amigo que hemos perdido hace una hora, todo ello entre emocionados y atemorizados.
Tres kilómetros más allá, un pueblito con calles empedradas y riachuelo en medio nos recibe: ¡ya estamos en Huancaya! y los pocos turistas que por estas épocas lo visitan nos dicen que lo verdaderamente bello se encuentra en Vilca y, después de rencontrarnos con los amigos que perdimos y las fotografías de postal, decidimos continuar a hasta ahí.
Total, ¿qué son 17 kilómetros más? Pero nos habíamos olvidado que en el Perú del siglo XXI y con gobernantes que solo se preocupan en la “pachamanca más grande del mundo” o el monumento al sombrero, al zapato, a la trucha, a la piedra y a cualquier cosa que justifique el hurto, el último momento del viaje se tornaría el más largo y peligroso de nuestras vidas, porque a alguien se le olvidó construir una carretera digna de esos pobladores de miradas adustas que se ganan la vida honradamente dándoles cobijo a unos asustados turistas a cambio de compartir un ratito el cielo.