martes, 16 de abril de 2013

Solo 4. Edición 465, del 13 de ABRIL de 2013. Año IX


LA CITA:

«Su sueño era tan estable, que en cierto momento tuve la inquietud de que las pastillas que se había tomado no fueran para dormir sino para morir (…) El clima de su respiración era el mismo de la voz, y su piel exhalaba un hálito tenue que solo podía ser el olor propio de su belleza.»

Gabriel García Márquez, “La bella durmiente”

LO ÚLTIMO: WhyNot magazine nº 15


La revista cultural, “WhyNot” ha legado a su número 15. Su formato innovador, de bolsillo, junto a su gran calidad en diseño, impresión y contenidos, la han hecho la favorita de su público lector.
Como ustedes saben, este proyecto universitario nació hace un par de años y ha concitado positivamente la atención de críticos y expertos en temas editoriales. Es un producto hecho exclusivamente por jóvenes de nuestra región, que, a pesar de las dificultades por sacar adelante un producto de este calibre, lo venden al menor precio (S/.1.00).
En este número usted podrá encontrar un homenaje a nuestro gran escritor nacional, Oswaldo Reynoso; una reseña dedicada a Cancialina Laureano, eximia difusora de la faja wanka; o una crónica sobre las curiosidades de Semana Santa. Además, fiel a su estilo, trae para ustedes un variado portafolio sobre el Huaylarsh; sobre Antonio Páucar, uno de nuestros artistas que triunfa en Europa; u otro con la obra del extraordinario fotógrafo de Magnum, Steve McCurry; como también las acostumbradas infografías, entrevistas, cine, cómic y mucho más. Apoyemos esta iniciativa que enriquece nuestra cultura y la producción regional.

El arqueólogo peruano, al rescate del tiempo


Manuel F. Perales Munguía

El arqueólogo Julio C. Tello y el antropólogo Alfred L. Kroeber. Ambos estudiaron la cultura peruana desde sus campos. Foto: Museo Smithsonian
El 11 de abril de 1880, nació en Huarochirí (Lima), Julio César Tello Rojas, destacado científico peruano que se formó inicialmente como médico en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, pero que luego, a partir de sus investigaciones sobre la antigüedad de la sífilis en el Perú, terminó dedicándose al estudio de las sociedades precoloniales andinas.
No obstante, las críticas que se han hecho a su trabajo, el legado de Julio C. Tello es bastante notable, pues gracias a él tuvimos conocimiento de aspectos importantes sobre viejas civilizaciones andinas como Chavín y Paracas, que abrieron camino a nuevas contribuciones por parte de otros especialistas nacionales y extranjeros.
En mérito a los aportes de Tello, el gobierno peruano declaró que cada 11 de abril, fecha del natalicio del llamado “Padre de la arqueología peruana”, se celebre también el Día del Arqueólogo Peruano. Sin embargo, en nuestro calendario, esta es una de las fechas que aún se encuentra entre las más desapercibidas en el país.
En nuestro medio existe aún bastante desconocimiento sobre la arqueología, se suele creer que quienes la practican son una especie de cazatesoros como Indiana Jones o, incluso, buscadores de fósiles de dinosaurios. Se ignora entonces que ésta, como una disciplina científica vinculada al quehacer antropológico, estudia de manera holística a las sociedades humanas que nos han precedido en el tiempo y que, como ya han desaparecido, muchas veces sólo han dejado rastros materiales de su existencia, como sus viviendas, templos, caminos y cementerios, además de indicios sobre su economía, religión, organización sociopolítica, tecnología, etc.
Gracias a la labor de arqueólogos y arqueólogas podemos conocer, entonces, las formas de vida de nuestros antepasados, así como sus aciertos y fracasos en la lucha por alcanzar mejores condiciones para su existencia. Esto es particularmente importante en el caso de los Andes, puesto que en este medio frágil e inestable se desarrollaron pueblos y civilizaciones que supieron hacer frente, de forma exitosa, a problemas muchas veces parecidos a los que nos aquejan hoy en día. Destaca, por ejemplo, el manejo magistral del territorio y sus habitantes, que permitieron soluciones creativas al problema alimentario, que a su vez generaron tanta admiración entre los europeos que arribaron a nuestras tierras en el siglo XVI.
De forma particular, la región central del país cuenta con un patrimonio arqueológico riquísimo, cuya investigación, conservación y puesta en uso social permitiría que numerosas poblaciones excluidas incursionen en formas alternativas de desarrollo. Es lamentable, por eso, que la mayoría de nuestras autoridades, además de muchos ciudadanos, menosprecien la importancia de nuestros sitios arqueológicos y de este modo sean cómplices de su destrucción. Debido a ello, es particularmente loable la labor de aquellos arqueólogos y arqueólogas que ejercen su profesión con ética y vocación, al servicio de la protección de nuestra herencia cultural. A todos ellos, los más sinceros saludos y felicitaciones.

COLUMNA: EL BUEN SALVAJE


El silencio de Cashamarca

Sandro Bossio

Tuve entre mis manos el borrador de una investigación que, a primera vista, me pareció de una importancia sustancial para el estudio arqueológico de la antigua región central del país: Cashamarca.
Su autor, el arqueólogo Manuel Calderón Lazo, uno de los investigadores más lúcidos y competentes del ramo, me contó que ese libro era el producto de una larga investigación realizada en el distrito de La Unión, en Tarma. Su trabajo había consistido en excavaciones arqueológicas en el asentamiento Cashamarca, respaldado por un equipo multidisciplinario conformado por arqueólogos, antropólogos y biólogos, con cuyo concurso fue posible reconstruir el proceso histórico del Antiguo Perú en nuestro ámbito. Manolo —como cariñosamente llamamos a este calificado profesional— me comentó que el libro iba a ser publicado con el auspicio de la empresa Cemento Andino.
Le perdí la pista a la publicación, hasta que, no hace mucho, me encontré con el autor y le pregunté por la obra: finalmente, había sido publicada hasta en dos ediciones diferentes (una en tapa corriente y otra en cartoné), y distribuida a las principales instituciones culturales y políticas del país. Sin embargo, éstas guardaron absoluto silencio.
Me hice de un ejemplar y, después de leerlo, reconfirmé mi primera impresión: se trataba de un libro apasionante, en el que no solo encontramos el fruto de un trabajo arduo y juicioso en la franja de los antiguos tarama-chinchaycochas, sino sobre todo un estudio técnico que profundiza la relación de éstos con los huancas y las culturas zonales. Abría, en todo caso, un nuevo panorama sobre el planteamiento al que estábamos acostumbrados: es incuestionable la presencia huanca en la zona tarama; en ese lugar concurre también influencia del norte (yarush); esta etnia manejó mecanismos de reciprocidad asimétrica con grupos vecinos.
Luis Elías Lumbreras, en el prólogo, nos da más luces: «Encontramos una explicación histórica bastante bien documentada del papel social y político que jugaron los pueblos de esta región en una época caótica y de anarquía, de recomposición de la fortaleza de las identidades locales. En los estudios arqueológicos de Cashamarca, que Manolo Calderón y sus colaboradores presentan, podemos perfilar un acercamiento bastante preciso a esa realidad histórica, nos acerca a la explicación social del carácter de una organización urbana compleja, a través del modelo político de jefaturas locales y su impacto en las sociedades pastoras y agrícolas de su tiempo».
Se me ocurre pensar que, teniendo un libro tan esclarecedor como este, las instancias culturales lo vieron como un documento peligroso capaz de cambiar una falsedad consuetudinaria, de modo que prefirieron no revelar el texto, invisibilizarlo, para no tener que enfrentar engorrosos esclarecimientos. O, peor aún, que a nuestras instancias culturales no les interesa para nada el estudio arqueológico serio y, por ello, ni siquiera lo han leído.
Como fuere, es momento de valorar este sustancial estudio que merece una razonable atención y una más justa difusión.

La literatura oral en latinoamérica


Isabel Córdova Rosas


La literatura oral ha servido de base para el nacimiento de las literaturas nacionales en todos los países y continentes. En américa, ha sido la oralidad tradicional el elemento fundador del arte de la palabra. Está tan arraigada que, hasta nuestros días, los más notables escritores, desde México a la Patagonia, continúan haciendo uso de ella como referente, notablemente sincretizada con la mejor tradición del buen uso de la lengua española.
De esta sorprendente amalgama surge la obra literaria de autores que en muchos casos han recibido el Premio Nobel o distinciones como los premios Cervantes o Príncipe de Asturias. Nombres como Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, César Vallejo, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Arturo Uslar Pietri, Augusto Roa Bastos y Octavio Paz. Es decir, las más importantes plumas de latinoamérica tienen en sus obras esa maravillosa mezcla literaria de lo español y americano.
El novelista guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1889-1974), Premio Nobel en 1967, durante su exilio en Londres tradujo al español el “Popol Vuh” que le valió para redescubrir la literatura oral del mundo Maya y lo plasma en su primer libro “Leyendas de Guatemala” (1930). Poco después escribiría “El señor Presidente”, “Hombres de maíz”, etc., con innegable raigambre oral que le permitieron convertirse en el segundo escritor hispanoamericano en conseguir el galardón de la Academia Sueca.
El gran poeta chileno Pablo Neruda (1904-1973), Premio Nobel 1971, hace algo similar en su obra “Canto general”, voluminoso libro que recrea en verso la historia del continente americano, desde la creación del mundo hasta nuestros días. Las descripciones de la flora y la fauna. Los nacimientos y desarrollos de las culturas. Así como el canto épico más bello que se ha escrito a los restos arqueológicos de Machu Picchu. Neruda volvió a lo largo de su obra poética a sus raíces americanas.
Sin duda, el autor peruano de “España aparta de mí este cáliz”, César Vallejo (1892-1938) es uno de los más grandes poetas de América y otra prueba evidente del gran sincretismo cultural. Su lenguaje coloquial, con esquemas y recursos andinos escritos con una profunda sensibilidad, otorga a su poesía valores universales inextinguibles.
El escritor colombiano Gabriel García Márquez (1928), Premio Nobel 1982, es uno de los novelistas más importantes de Hispanoamérica. Recrea el mundo caribeño a través de una mezcla de oralidad, historia relatada a nivel popular y realismo mágico. La aparente realidad de Macondo y sus generaciones de caudillos y de amores prohibidos albergan imágenes y símbolos, que representan la amalgama del indígena americano, del africano y  los de origen europeo. “Cien años de soledad”, “El amor en los tiempos de cólera” y sus otras novelas son el triunfo de la conciliación entre lo humano, cultural y lingüístico.
Juan Rulfo, escritor mexicano (1918-1985), rescata la esencia de la “mexicanidad” en el lenguaje, a través situaciones y temas. Hay un gran armonización de la religión católica con el ancestral culto a la muerte de los aztecas, del caudillismo occidental y de la rebelión indígena. La magia, la superstición, el sentido hierofánico que Rulfo otorga a sus relatos y en su única novela “Pedro Páramo”, constituyen una muestra brillante de la oralidad.
Mario Vargas Llosa, excelente escritor peruano (1936), Premio Nobel 2010, en “El hablador” consigue poner ante sus lectores el permanente fenómeno de la oralidad y el sincretismo peruano. Recrea literariamente la mitología de los machiguengas, fruto de la gran imaginería popular y sobre todo oral. En “La casa verde”, “Conversación en La Catedral” y en “El sueño del celta”, introduce también elementos orales.

La Capilla del Copón de la Inquisición


Carlos Villanes Cairo


Ahí, al pie de la montaña escarpada en piedra viva, encima de la peana de un cristalino riachuelo, los wankas construyeron un adoratorio a su enseña tutelar: el dios Wallallo, porque en los días de cielo transparente se puede ver el nevado Huaytapallana, donde permanece prisionero el todopoderoso señor de estas tierras, rodeado de cuatro montañas de nieve; son sus hermanos que lo custodian, y cuya genealogía describió el cura Francisco de Ávila.
Debió de ser un santuario parco, pero imponente y bello. Construido con menudos bloques de piedra labrada, con algunas habitaciones para los oficiantes y una pequeña explanada exterior para rendir culto a Wallallo, especialmente en los atardeceres rojizos con filos de nevazón dorada en las montañas.
Un día aparecieron los bárbaros barbudos, al mando de Francisco Pizarro y el padre Valverde, y deslumbrados por el primor del santuario ordenaron: «Arrasadlo todo», dijo el cura. Y el ex porquerizo extremeño: «Oro que encontréis, en propiedad común», quería decir: «la mitad para vosotros, y la otra para mí y un décimo para el rey». Embrujados por el presunto tesoro no dejaron una piedra en pie, tampoco consiguieron mucho oro, pero sí objetos de arcilla, mates de calabaza, mantones de lana bordada y ofrendas para el dios.
El explícito servicio religioso del adoratorio inspiró a Valverde la construcción de una capilla. A 3 km de allí se arrasó un poblado wanka y sobre sus cenizas se fundó la villa de Santiago León de Chongos Bajo, destinando terrenos para una iglesia matriz, la residencia de los nuevos señores y se erigió una pilastra llamada Cani Cruz, “Cruz que muerde” —y a la que algún fanático masón le ha puesto un símbolo de su camada—.
Los chonguinos no aceptaron a los nuevos hombres ni a los nuevos dioses. Se autorizó el funcionamiento de la Inquisición y eligieron como sede la capilla devastada y la llamaron “Capilla del Copón de la Inquisición”, porque tenía un cáliz y una custodia más grandes que las fabricadas con el oro de Cajamarca. Le adosaron pequeñas habitaciones laterales que sirvieron de cárcel—hoy han desaparecido—, aprovecharon una gran piedra cercana para castigar feroz y públicamente a los herejes en la denominada Plaza de la Inquisición.
Instituida el 25 de julio de 1534, día de San Santiago, que de matar moros en África pasó a matar indios en América, la nueva villa de Chongos adquirió el rango de Gobernación y de allí salieron los frailes dominicos que ayudaron a Jerónimo de Silva, en 1571, a fundar Huancayo.
Convertido en Taita Shanti, el 25 de julio, por la mañana se le reza y luego día y noche se baila el Santiago, a los ocho días la octava y a los 16 el octavario. En abril nacen muchos niños gracias a esas fiestas, mientras el Santo, montado en su caballo blanco, cabalga por el cielo disparando rayos en días de lluvia, y cuando aparece un torbellino de viento y granizo, en forma de remolino, trata de fulminarlo a rayo limpio, mientras el tornado, que no es otro que el antiguo Amalu de los wankas, quiere subir y esconderse en una nube.

PERFUME DE MUJER:


El arte de amar

Ovidio Nasón


Créeme, no te afanes en llegar al término de la dicha; demóralo insensiblemente y la alcanzarás completa. La cúspide del placer se goza cuando los dos amantes caen vencidos al mismo tiempo. Esta es la regla que indico, si puedes disponer de espacio y el miedo no te obliga a apresurar tus robos placenteros; mas si en la tardanza se esconde el riesgo, es preciso bogar a todo remo y clavar el acicate en los ijares del corcel.

BREVIARIO: “FELIZH 2013”: próximo cierre de concursos


Falta menos de un mes para que el cierre del V Concurso Nacional de Cuento y el IV Concurso Nacional de Poesía “Premio FELIZH 2013”. Los ganadores del primer puesto en ambos certámenes viajarán a México por cuatro días para asistir a la 27° edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2013.
La fecha de cierre es el viernes 10 de mayo. Los interesados pueden encontrar las bases en la página www.feriadellibro.com.pe y entregar sus trabajos en las oficinas del diario Correo, jirón Cusco N° 337, o en la editorial gráfica Curisinche, jirón Cusco N°416 – Huancayo.
El jurado del concurso de cuento está conformado por el escritor y poeta Abelardo Sánchez León, la escritora y poeta Catalina Bustamante, y el escritor y periodista Fernando Ampuero. Mientras que el jurado del concurso de poesía lo integra el escritor y poeta Mirko Lauer, el poeta Arturo Corcuera y el ensayista Abelardo Oquendo.

La memoria olvidada


Enrique Ortiz Palacios


 He terminado de leer “Memorias de un soldado desconocido” y he podido, por primera vez, saber la versión del otro, del “terruco”, del malo. Digo esto porque leyendo “La cuarta espada” de Roncagliolo, percibo que esos desalmados fanáticos, como Abimael y Elena, no guardan ni un atisbo de arrepentimiento, cosa curiosa, ya que ellos obligaban a los suyos a participar en las sesiones de crítica y autocrítica.
Lurgio Gavilán es de aquellos que ha tenido el “privilegio” de desfilar por las instituciones que se hacen llamar tutelares: el ejército y la iglesia. Además de ello, ha sido un senderista a la edad de doce años. Así que su testimonio es de primerísima mano.
Su historia está contada de manera sencilla, directa, sin ambigüedades. La crudeza de muchos hechos narrados es tan espeluznante que uno no termina por entender qué desencadenó tanta violencia, qué sentimiento tan brutal anidó Abimael. Tal vez, este monstruo se aprovechó de las tremendas desigualdades sociales, de esas diferencias que todavía no han logrado acortarse. Por eso, es necesario no olvidar, recordar esos momentos, de lo contrario, estamos propensos a repetirlo.
Memorias de un soldado desconocido debe ser una lectura obligatoria para nuestros jóvenes y también podría servirle mucho al presidente de esta región que en sus palabras y gestos todavía percibimos resentimiento y odio. También le serviría a las autoridades para que, haciendo un acto de reflexión, dejen de meter la mano al dinero que les hemos encargado administrar.
Porque Lurgio nos demuestra que si el Estado se preocupara por mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, otra sería la historia. Pues todavía pervive entre nosotros ese afán mezquino de solo mostrar una versión de la historia. Aún escuchamos esos discursillos seudomarxistas o maoístas que pregonan que el único camino para el cambio verdadero de nuestra sociedad es a través de la muerte, la guerra, la violencia; ya sabemos que ello solo desencadena más violencia y deja secuelas que, hasta ahora, nuestra nación no ha podido curar. Este libro nos sirve de mucho para defendernos de ellos, «de los profetas del odio», como diría Portocarrero.
Transcribo algunas líneas del autor: «Los recuerdos son como un viaje a través del tiempo infinito, es volver a la tierra que te vio llorar, crecer y reír». Estas otras líneas impactan, pues explican, de alguna manera, la versión del otro, del no escuchado, del que no tiene voz. Es una respuesta al artículo “El síndrome del perro del hortelano” de nuestro último presidente: «Se les resbalan a uno los ojos al no encontrar cosa que los detenga: aquellos parajes son tierras ociosas, baldías para Alan García, pero para los campesinos esas rocas enormes son los dioses y gracias a ellos producen sus tierras; de ahí manan las aguas que calman la sed y riegan las sementeras de la vida. Las tierras del olvido también son importantes».
Para terminar, unas líneas que nos obligan a reflexionar sobre la necesidad de no olvidar: «La población no habla mucho de tales sucesos, no habla mucho de sus memorias», Lurgio Gavilán.