jueves, 7 de junio de 2012

Solo 4, “420”, del 02 de abril de 2012, año VIII

LA CITA: "¿Por qué no he de continuar por estas olas indómitas y a la vez sumisas? ¿Qué podría detener un corazón decidido y la voluntad firme de un hombre?" Mary Shelley, Frankenstein

LO ÚLTIMO: Huancayo, más incontrastable que nunca

Fundada como Santísima Trinidad de Huancayo, un primer día de junio en 1572, Huancayo se formó bajo el título de “Pueblo de indios” por Jerónimo de Silva. Su nombre deriva del vocablo quechua “Wankayuq”, compuesto por la raíz “wanka” (peña o piedra) y el sufijo “yuq” (donde se tiene o posee). Por lo cual, según algunos historiadores, su significado derivaría en: "Donde reposa la piedra", o también “El lugar de la piedra”. Sin embargo, ante la inexistencia de esta peña, pues hasta el momento no se ha podido encontrar ni un vestigio, expertos afirman que el nombre es figurativo, y se basa en la fortaleza y carácter indómito e inamovible del poblador del valle. Es la Ciudad Incontrastable, inconfundible e incomparable. Huancayo se ha convertido en la metrópoli más distinguida de la sierra centro de nuestro país, por sus virtudes económicas, geográficas, y hoy más que nunca por sus importantes logros culturales que la van distinguiendo y enarbolando continuamente en el Perú.

Cannes, el festival de los sueños

Luis Puente de la Vega Rojas Francia, por algunos días, alberga a los más aclamados directores, productores y actores del mundo entero. Es el punto donde se consagran y convergen las más grandes estrellas del universo fílmico, y aparecen los sueños en forma de películas, de las obras de mayor valor artístico en la historia del Séptimo Arte. Así, el Festival de Cannes se ha anclado sólidamente y ha evolucionado por más de 65 años con fantasías destiladas del corazón mismo del celuloide, manteniendo los valores esenciales de su nacimiento: la cinefilia, el descubrimiento de nuevos talentos y formas de hacer cine, la acogida de las propuestas —sin distingos de nacionalidad, credo, productora, ni menos aún, recaudación en taquilla—, y de los medios que acuden de todas partes del mundo para contribuir al fortalecimiento y difusión de los filmes, siempre conservando su atención hacia lo novedoso y original. Tal es la importancia de este certamen que los directores más relevantes del planeta, como Clint Eastwood, Roman Polanski, Quentin Tarantino, o Pedro Almodóvar, estrenan sus cintas en primicia exclusiva para él. Además, algunas de las proyecciones se hacen en simultáneo en salas de toda Francia y Europa. Sin embargo, el contacto con el público es la base fundamental para la carrera de cualquier producción y la reputación de su autor, por ello, la organización hace todos los esfuerzos necesarios por incrementar anualmente la afluencia de los amantes del cine como de la crítica especializada. Por esta razón existe el Cinéma de la Plage, una sala sin paredes, donde se ofrece cada noche una cinta al aire libre, abierta a todos, fortaleciendo el vínculo entre la audiencia y la cultura, algo que por aquí debería tomarse más en cuenta para no continuar con una cartelera que muchas veces sólo merece el peor de nuestros desprecios. El premio máximo es la Palma de Oro que se otorga a la mejor película exhibida durante el festival, el cual estuvo abierto del 16 al 27 mayo, y que dio como ganadora máxima a “Amour” de Michael Haneke: un drama poderoso “seco y cuidadoso”, donde una mujer vital va perdiendo de a pocos la movilidad, para luego terminar postrada sin habla, debido a una tormentosa enfermedad. Este filme conquistó al jurado por su crueldad orgánica que esta vez —a diferencia de “La cinta blanca” con la cual Haneke ganó el mismo premio en 2009—, no está sujeta a una sociedad enajenada, ni mucho menos a la maldad intrínseca del ser humano. Este realizador alemán hace algún tiempo nos sorprendió con las extraordinarias “Funny Games” y “La profesora de piano”. El premio a mejor interpretación masculina, otra de las mayores preseas, se fue con el actor danés Mads Mikkelsen por su valioso trabajo en “Jagten” (La cacería), quien interpreta a un joven padre que tras una mentira fortuita tendrá que defender el honor familiar y su vida. En la propuesta a la mejor interpretación femenina no hubo titubeos del jurado al elegir a Cristina Flutur y Cosmina Stratan por su extraordinario desempeño en “Dupã Dealuri”, un drama lésbico donde las actrices encarnan la valiosa necesidad de amar y sentirse amadas, bajo la meticulosa conducción de Cristian Mungiu. Por otro lado, y a pesar de las duras críticas por su arriesgado estilo y contenidos, “Post Tenebras Lux” le valió el Premio de mejor dirección a Carlos Reygadas, autor de la controversial “Batalla en el cielo” o la contemplativa “Luz silenciosa”. El Premio del Jurado fue otorgado a Ken Loach por “The Angels' Share”, y el Gran Prix lo obtuvo el equipo de “Reality” dirigido por Matteo Garrone. La Palma de Oro al Mejor Cortometraje fue para “Sessiz-Be Deng”, de L. Rezan. El cine latinoamericano no estuvo ausente, y como siempre su trayectoria marcó el festival con huella indeleble, pues, además de la obra de Reygadas, la filmografía mexicana sumó tres trofeos: “Después de Lucía” fue premiada como mejor película en “Un Certain Regard” (Una cierta mirada), y “Aquí y allá” en la Semana de la Crítica. Este año, la Presidencia del Jurado recayó sobre el realizador italiano, Nanni Moretti quien hace poco llegó a las salas peruanas —aquí no, porque casi nunca llega cine de autor, más que por algunas casualidades— con “Un Papa en apuros” (Habemus Papam). Lo acompañaron en esta difícil misión los actores Ewan Mc Gregor, Hiam Abbas, Emmanuelle Devos y Diane Kruger, el famoso diseñador Jean-Paul Gaultier, además de los también directores Andrea Arnold, Alexander Payne y Raoul Peck. Tal vez, algún día, en algún momento, podremos disfrutar de estas obras maestras del cine, claro, siempre que algún “desubicado” las programe como películas de acción o comedia, y las traiga a nuestra cartelera. Aunque, eso es tan solo otra de tantas ilusiones.

COLUMNA: EL BUEN SALVAJE

La invisibilidad de un aeropuerto Sandro Bossio Suárez La ventolera de la aviación llegó a Huancayo en la década de los treinta del siglo XX. Oficialmente, el primer vuelo aéreo en esta ciudad se dio en 1933. Sin embargo, se sabe que en 1927, por un accidente, Huancayo vio el primer avión que surcaba sus cielos. El comandante Charles Grow, jefe de la Misión de Aviación de EE.UU. en el Perú, al volar de Lima a San Ramón, se desvió de la ruta debido al mal tiempo y se vio obligado a aterrizar en un campo de la hacienda Mejorada. El entonces alcalde de la ciudad, Juan F. Taylor, le dio la bienvenida. El comandante, cuya tarea era inaugurar un servicio aéreo en la montaña, tomó combustible y se elevó del campo improvisado, llegando a su destino sin novedad. Según los anales de nuestra historia, el conflicto del Perú con Colombia, en 1933, mostró la necesidad de establecer un servicio aéreo en Huancayo. De ese modo, con la Resolución Suprema de 17 de diciembre de 1937, se declaró la exigencia social la construcción de un campo de aterrizaje en el entonces «Fundo Yauris». Este lugar, de propiedad del señor Leandro Lora, abandonó su producción láctea cuando el Gobierno Central lo expropió a fin de convertirlo en el campo de aterrizaje y hangar de la Base Aérea de Huancayo, en cuya construcción trabajaron ingenieros peruanos y extranjeros. Una vez rasado el terreno y apisonada la pista, el aviador de las Fuerzas Aéreas del Perú, capitán Leonardo Alvariño Herr, trajo vía ferrocarril un aeroplano bimotor de fabricación francesa, que un mecánico de apellido Rubio armó en esta ciudad. Alzó vuelo en el nuevo campo, siendo el primer aviador nacional que cruzó oficialmente el cielo huancaíno. Lamentablemente, días después, ambos desaparecieron en vuelo a Iquitos. En la década del 40, el teniente de aviación Julio Carvo Tenaut, experto aeronauta huancaíno, se estrelló y murió durante un vuelo de reconocimiento por los alrededores. El 28 de noviembre de 1934, dos aviones «Curtis» de guerra, llegados de Lima, volaron hacia Huancavelica con la misión de debelar un conato revolucionario. De retorno, una de las máquinas tuvo que aterrizar en el campo aéreo local debido a problemas técnicos; sufrió desperfectos en el ala derecha y el tren de aterrizaje, que hicieron temer la explosión de las bombas que llevaba. Por suerte, no ocurrió ninguna desgracia. Los aviones estaban tripulados por los capitanes Humberto Galindo y César Álvarez, y los alféreces Carlos Moya y Víctor Arce. Fue el primer vuelo Lima-Huancayo realizado por aviadores nacionales. La base aérea de Yauris funcionó sólo un tiempo, pues los fondos que poseía para su mantenimiento y mejoras desaparecieron. Desde esa época, Huancayo empezó a codiciar un aeropuerto. Después de que el campo de aterrizaje de Yauris fue inhabilitado, el Senado de la República aprobó en 1960 la expropiación de 52,5 hectáreas (1500 metros de largo por 150 de ancho) de terrenos de Sicaya y Pilcomayo para el aeropuerto. Lastimosamente, autoridades y pobladores de Sicaya se opusieron, desabrigando la esperanza de realizar el sueño. Entonces se echó ojo a los terrenos de Huamanmarca, distrito donde hasta hace poco se hablaba de construir el aeropuerto internacional de Huancayo. Vagas ensoñaciones que nunca se cristalizaron. Es imperioso contar con un aeropuerto internacional si realmente queremos despegar como ciudad, si queremos lograr un verdadero ascenso físico y social (en educación, salud, arte, deporte, cultura), pues solo un aeropuerto, sinónimo de modernidad, logrará el milagro de traernos científicos, educadores de alta investidura, músicos reputados, deportistas, escritores que, por recargadas actividades, no pueden sino tomar un avión. A falta de un aeropuerto nuestra ciudad sigue relegada en las agendas nacionales. Entendamos que Huancayo, así, seguirá invisible en el mundo. Esta pujante ciudad, ya lo dijimos muchas veces, merece un aeropuerto desde hace muchísimo tiempo. Es hora de cristalizar ese acariciado sueño.

Internet y sus nativos digitales

Leonardo Mendoza Mesías Un párrafo sin errores. No se trataba de una pieza que pudiera pasar por literaria o de encontrar razones para defender un argumento resbaloso. No. Se trataba de condensar un texto de mayor extensión, es decir, un resumen, hacer un resumen de un párrafo, en el que cada frase dijera algo significativo sobre el texto original, donde se atendieran los más básicos mandatos del lenguaje escrito —ortografía, sintaxis, etc.— y se cuidaran las mínimas normas y pertinencias. Era solo componer un resumen de un párrafo sin errores vistosos, y no pudieron. No voy a generalizar, pero de 25, dos se acercaron y dos más hicieron su mejor esfuerzo. Veintiún muchachos en sus 20 años en promedio no lograron, durante dos meses, escribir el resumen de una obra. Jóvenes que estudiaron once años en colegios privados o públicos, que son hijos de adultos que están por los 40 y 50 años de edad, que tienen buenos trabajos, educación universitaria, o más. Estos estudiantes disfrutan de la banda ancha, y tienen la “tele” de su casa mucho tiempo encendida en canales de señal abierta. Ellos, que tomaron más Milo que matecitos, y comen más comida rápida que arroz con huevo. Ustedes saben a quiénes me refiero. El centro de todo era el programa de participación y escritura de textos breves a partir de otro texto mayor. Insistí siempre en la participación en clase para fomentar actividades que noto algo empañadas en la actualidad: la escucha atenta, la elaboración de razones y argumentos, oír lo que uno mismo dice y lo que dice el otro en una conversación. Muchos de los estudiantes nunca pudieron pasar el resumen, pero no siempre fue así. Varios alumnos tenían problemas para lograr una síntesis bien hecha, y en su elaboración nos tomábamos un buen tiempo, mas se llegaba a avanzar. Lo que siento no es que carezcan de capacidad sino, más bien, gozan de cierta apatía y aún menor curiosidad. Menos proyectos personales, autonomía, desconfianza, y menos espíritu crítico. Debe ser que no advertimos cuándo la atención de dichos estudiantes pasó de lo trascendente a lo insignificante. Del estado de Facebook al mensaje en el Blackberry. Estoy por pensar que la curiosidad se esfumó de estos veinteañeros, en algunos casos míos, quienes desde el momento en que comenzaron a usar el “doctor” Google y su hermano mellizo, otro “doctor”, Wikipedia, ya no les es útil el pequeño “Larousse” ni la enciclopedia más voluminosa y completa de los anaqueles del abuelo. Es fácil echar la culpa a la televisión, al Internet, al Nintendo, o a los teléfonos inteligentes. A los colegios, a las universidades, que se afanan en el bilingüismo, sin alcanzar un conocimiento básico de la propia lengua. Es cándido culpar al "sistema", pero algo está pasando en la educación básica, algún hecho está trascendiendo en las casas de quienes ahora están por los 20 años o menos. Mis sobrinos le dicen a su madre que leen mucho en Internet. Lo que debe preguntarse es cómo se lee en Internet. Lo que he visto es que se lee en medio del parloteo de las ventanas abiertas del chat, mientras se va cargando un video en Youtube, siguiendo una infinidad de vínculos. Lo que han perdido los nativos digitales es la capacidad de concentración, de introspección, de silencio. La capacidad de estar sin compañía. Sólo en soledad y silencio nacen las preguntas, las ideas. Los nativos digitales no conocen esto. Tienen 300 seguidores en Twitter, y 700 amigos en Facebook, o muchos más. Los jóvenes de hoy ya no son los nativos del rock o del “Enterprise”, sino más bien oriundos nativos digitales de un nuevo mundo llamado internet.

COLUMNA: DESDE EL ATELIER

Fajas, mantas, llicllas y mantillas Josué Sánchez Tradicionalmente, el Perú se ha distinguido por el alto nivel de desarrollo técnico alcanzado por su textilería artesanal. Desde los renombrados tejidos paracas de épocas prehispánicas hasta la actualidad, los artesanos peruanos han tejido fajas, mantas, “llicllas” y mantillas con gran maestría. Más allá de la técnica y el arte, estos tejidos tienen además otros contenidos culturales de gran valor, como el iconográfico, hoy en investigación. Las fajas se elaboran en telares de cintura, siendo su confección una actividad exclusivamente femenina. Los estudios indican que antiguamente todos los íconos contenidos en las fajas tenían significados lecturables. Actualmente, pese a que se ha perdido parte de la lectura, los temas se han enriquecido con elementos de la vida urbana moderna como barcos, aviones, carros, trenes y otros, que alternan con ornamentos geométricos y elementos naturales de costa, sierra y selva. La lectura iconográfica y el tratamiento del color merecen un estudio aparte. Contienen elementos importantes para la elaboración de una estética plástica andina, en función de las combinaciones de color, que se dan en la urdiembre, y de los diseños, llamados “aclla”, “challpi” o “watr´aco”, que se elaboran en la trama. La manta es, por lo general, de forma cuadrangular, de 1.20 m de lado y está trabajada en franjas multicolores. Estos matizados se realizan en la urdiembre, formando franjas de colores que pueden ir desde apenas tres hiladas hasta tres centímetros de ancho. Por el diseño, la dominancia de un color o el material de confección de la manta se puede reconocer la procedencia geográfica de la usuaria. Así, por ejemplo, amarillo y azul identifican a las jaujinas, y blanco con negro a las de Sapallanga. La manta está relacionada íntimamente a cada acto de la vida campesina. El niño desde que nace es llevado en ella, primero en los brazos de la madre y luego en la espalda. Durante la boda constituye símbolo de procreación. Está presente en el trabajo y en las fiestas. También en la medicina tradicional para la curación del susto y el recalco. Sobre ésta se realizan las ceremonias de pago a los dioses tutelares andinos, a los “apus”, a los “huamanis” y a la “pachamama”. Las “llicllas” son tejidos cuadrados de aproximadamente 1 m de lado, que llevan un ribete de 5 a 10 cm de ancho. Desde antiguo su uso es ceremonial y festivo. Algunas son similares a las mantillas, tienen diseños iconográficos semejantes; otras están bordadas con representaciones figurativas de aves y flores. Últimamente, se ha introducido la costumbre de llevar “llicllas” elaboradas de telas estampadas. Las mantillas reciben el nombre genérico de “pullukata”, pero por el tipo de material se diferencian en “uishkata”, si son de lana de carnero, y “llamakata”, si son de llama. Esta distinción se origina en las funciones rituales que cada una de ellas tiene. La “uishkata” se usa en ciertas ceremonias de tipo mágico religioso, como el pago a los dioses tutelares; y la “llamakata” en la curación de determinadas enfermedades. En los diseños y formas de las mantillas, así como en los colores utilizados, se mantienen vigentes códigos visuales aislados que contienen elementos que podrían servir para establecer parámetros y correlatos de interpretación. Su identificación permitiría determinar las correspondencias entre unidades iconográficas y el discurso contenido en el íntegro de una faja.

MICROCUENTO:

Solo sentirás un pellizco Carla García De la yema de ambos índices, de la vena del antebrazo izquierdo y del derecho, de ambas orejas y una vez de la pierna. Desde la parte interior del codo, desde el dorso de la mano, el antebrazo, alguna vértebra entre la veinte y la treinta, y desde una vena que aparece en el pulgar. El párpado, la barbilla, el brazo, las yemas de los demás dedos y la nariz. En las nalgas, echada y de pie. En el antebrazo, las orejas y en la planta del pie. Respuestas domingueras a: “¿De dónde me sacaron sangre?” “¿Desde cuándo me han dormido?” “¿Dónde he sido cosida?” “¿Agujas?”.

PERFUME DE MUJER

La ciudad y los perros Mario Vargas Llosa Cuando Alberto estuvo desnudo, con un gesto desganado se arrastró de espaldas sobre el lecho y abrió la bata. Estaba desnuda, pero tenía un sostén rosado, algo caído, que dejaba ver el comienzo de los senos. "Era rubia de veras”, pensó Alberto. Se dejó caer junto a ella, que rápidamente le pasó los brazos por la espalda y lo estrechó. Sintió que bajo el suyo, el vientre de la mujer se movía, buscando una mejor adecuación, un enlace más justo. Luego las piernas de la mujer se elevaron, se doblaron en el aire, y él sintió que los peces se posaban suavemente sobre sus caderas, se detenían un momento, avanzaban hacia los riñones y luego comenzaban a bajar por sus nalgas y sus muslos y a subir y a bajar, lentamente.

La voz de la luna

Juan Luis Espinoza Chinchón Leí “Luna de agua” de Gerardo Garciarosales con los ojos encharcados, llorosos como el día luctuoso en que enterraron a mi abuelo. ¿Cómo es posible que las palabras mágicas del libro originen un llanto incontenible? Al releer volví a llorar. Extasiado, absorto, encantado, aún con las mejillas empapadas, salí de mis aposentos para contemplar la luna. En el firmamento, adornada por las estrellas titilantes, encontré la imagen de mi abuelito. La obra que está narrada poéticamente, ha trastocado mis recuerdos. Las palabras mágicas de la abuela y el niño me han atrapado. Sorprendido, volví a oír la voz de mi abuelo: “La luna, hijo mío, dice que el año que viene no dará buena cosecha, así que medido nomás consumiremos”. Aquella noche lo miré a él y a su inspiración celestial. No encontré ninguna voz. Pensé que estaba sordo. Nadie esclareció mi inocencia. Después de romper la timidez que me empuñaba, le pregunté con voz temblorosa: “¿Cómo puedo conversar, abuelito, con la luna?” “Mira, mira a la luna”, me dijo. “En cuanto aprendas a leerla, podrás oír su voz”. Cuando fui a la escuela, pensé que el profesor me iba a enseñar a escuchar la voz de este satélite, incluso me lave bien las orejas, pero el señor destrozó raudamente mis deseos. Volví a buscar al anciano, mas éste gran maestro ya se había ido al mundo de Juan Preciado. Después, supe que él no sabía leer ni escribir, pero conversaba con la naturaleza. Leí las maravillas del mundo andino. Seguí sus pasos y hallé principios inmarcesibles. La luna con sus encantos me ofreció mucha sabiduría, me enseñó a tender las papitas menudas para el chuño con exactitud infalible. “Luna de agua” resume la imagen del mundo andino, la relación del silencio jaujino con este astro, sus costumbres, su vida, que no es otra cosa que la existencia del hombre del ande que aguarda con esperanza.

Cortázar para siempre

Saulo Balvín Es “Bestiario” que “El Perseguidor” de los que “Queremos tanto a Glenda” sea una “Historias de Cronopios y de famas” que, por “Las babas del diablo”, ya llegaron a sus cincuenta años. “Rayuelas”, su talento se extiende con relatos tan cortos. Por lo visto Julio Cortázar forjó desfigurar a la prosa formal sobre el rostro de la literatura de esos tiempos (mediados del s. XX), cambiándola inexorablemente. Las técnicas literarias eran las mismas, pero el estilo que innovó fue certero, trascendente y experimental, tanto que se disfruta hasta estos días. A partir de la primera publicación de “Presencias” (1938), vendría su colección de cuentos “La otra orilla” (1945), y más tarde llegarían como un artificio de juegos, entre párrafos y títulos, otros libros más. Una fluctuación de ideas que generan disonancias con lo normal, abstrayéndonos a la ficción por historias dotadas de imágenes inverosímiles, pero que eran escenas de la realidad poseedoras de una idea autónoma en cada relato. Como parte del “Boom”, y la vanguardia literaria, llegó hoy incólume: “Historias de Cronopios y de famas” (1962), un tributo a la narrativa y al relato breve, por sus cincuenta años y su permanencia en el tiempo. Julio Cortázar es de todas partes.