jueves, 7 de junio de 2012
Internet y sus nativos digitales
Leonardo Mendoza Mesías
Un párrafo sin errores. No se trataba de una pieza que pudiera pasar por literaria o de encontrar razones para defender un argumento resbaloso. No. Se trataba de condensar un texto de mayor extensión, es decir, un resumen, hacer un resumen de un párrafo, en el que cada frase dijera algo significativo sobre el texto original, donde se atendieran los más básicos mandatos del lenguaje escrito —ortografía, sintaxis, etc.— y se cuidaran las mínimas normas y pertinencias. Era solo componer un resumen de un párrafo sin errores vistosos, y no pudieron.
No voy a generalizar, pero de 25, dos se acercaron y dos más hicieron su mejor esfuerzo. Veintiún muchachos en sus 20 años en promedio no lograron, durante dos meses, escribir el resumen de una obra. Jóvenes que estudiaron once años en colegios privados o públicos, que son hijos de adultos que están por los 40 y 50 años de edad, que tienen buenos trabajos, educación universitaria, o más. Estos estudiantes disfrutan de la banda ancha, y tienen la “tele” de su casa mucho tiempo encendida en canales de señal abierta. Ellos, que tomaron más Milo que matecitos, y comen más comida rápida que arroz con huevo. Ustedes saben a quiénes me refiero.
El centro de todo era el programa de participación y escritura de textos breves a partir de otro texto mayor. Insistí siempre en la participación en clase para fomentar actividades que noto algo empañadas en la actualidad: la escucha atenta, la elaboración de razones y argumentos, oír lo que uno mismo dice y lo que dice el otro en una conversación.
Muchos de los estudiantes nunca pudieron pasar el resumen, pero no siempre fue así. Varios alumnos tenían problemas para lograr una síntesis bien hecha, y en su elaboración nos tomábamos un buen tiempo, mas se llegaba a avanzar. Lo que siento no es que carezcan de capacidad sino, más bien, gozan de cierta apatía y aún menor curiosidad. Menos proyectos personales, autonomía, desconfianza, y menos espíritu crítico.
Debe ser que no advertimos cuándo la atención de dichos estudiantes pasó de lo trascendente a lo insignificante. Del estado de Facebook al mensaje en el Blackberry. Estoy por pensar que la curiosidad se esfumó de estos veinteañeros, en algunos casos míos, quienes desde el momento en que comenzaron a usar el “doctor” Google y su hermano mellizo, otro “doctor”, Wikipedia, ya no les es útil el pequeño “Larousse” ni la enciclopedia más voluminosa y completa de los anaqueles del abuelo.
Es fácil echar la culpa a la televisión, al Internet, al Nintendo, o a los teléfonos inteligentes. A los colegios, a las universidades, que se afanan en el bilingüismo, sin alcanzar un conocimiento básico de la propia lengua. Es cándido culpar al "sistema", pero algo está pasando en la educación básica, algún hecho está trascendiendo en las casas de quienes ahora están por los 20 años o menos.
Mis sobrinos le dicen a su madre que leen mucho en Internet. Lo que debe preguntarse es cómo se lee en Internet. Lo que he visto es que se lee en medio del parloteo de las ventanas abiertas del chat, mientras se va cargando un video en Youtube, siguiendo una infinidad de vínculos. Lo que han perdido los nativos digitales es la capacidad de concentración, de introspección, de silencio. La capacidad de estar sin compañía. Sólo en soledad y silencio nacen las preguntas, las ideas. Los nativos digitales no conocen esto. Tienen 300 seguidores en Twitter, y 700 amigos en Facebook, o muchos más. Los jóvenes de hoy ya no son los nativos del rock o del “Enterprise”, sino más bien oriundos nativos digitales de un nuevo mundo llamado internet.
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