lunes, 24 de diciembre de 2012

¡¡¡Feliz Navidad!!!



Gracias por su preferencia. Desde el enlace, descargue el eBook con los ganadores del I Concurso Nacional de Cuento "Premio Solo 4".

http://es.scribd.com/doc/117878750/Premio-Solo-4-cuentos-ganadores


Solo 4, “449”, del 22 de DICIEMBRE de 2012, año IX


Edición navideña

LA CITA:

« La Navidad agita una varita mágica sobre el mundo, y por eso todo es más suave y más hermoso. »

Norman Vincent Peale

LO ÚLTIMO: Tenemos un regalo para nuestros lectores


Hace poco premiamos a todos los ganadores y finalistas del I Concurso Nacional de Cuento “Premio Solo 4”, y publicamos en nuestra edición 444, los relatos ganadores. Sin embargo, aún tenemos algunos textos que usted, estimado lector, no ha descubierto.
La Navidad está a la vuelta de la esquina, es por ello que desde este lunes, 24 de diciembre, al medio día, usted podrá descargar, completamente gratis, el libro electrónico “Premio Solo 4”. Esta edición reunirá todos los cuentos premiados y  estará disponible para ser leída en cualquier medio digital.
Lo único que tiene que hacer es visitar nuestra página en Facebook, o nuestro blog (http://suplementosolo4.blogspot.com/), y bajarlo a su computadora.
Es un regalo para usted y su preferencia. ¡Feliz Navidad!

Julio Ramón Ribeyro, la tentación del fracaso


Jorge Coaguila



La presencia de Julio Ramón Ribeyro en la literatura peruana es ineludible. Sus relatos concentran la humanidad del fracaso y la marginalidad del ser, sin tentar falsos maniqueísmos, y con un uso excepcional de la formas narrativas. Falta poco para Navidad y, como un obsequio para nuestros lectores, queremos regalarles esta entrevista hecha y cedida para esta edición por uno de los más grandes amigos y conocedores de la obra de Ribeyro, Jorge Coaguila.

¿Por qué se muestra reacio con los periodistas, señor Ribeyro?
En realidad, por dos motivos: el primero es que la mayoría de periodistas que vienen a entrevistarme no saben nada de literatura. El segundo, porque creo que ya lo dije todo, porque siempre vienen con las mismas preguntas. Estoy cansado de responder a lo mismo: ¿y cómo escribe usted?, ¿por qué escribe usted?...

Deben ser miles las entrevistas que ha concedido.
No, miles ni hablar. Serán cien —digamos— o, quizá, un poco más.

Entonces miles las rechazadas.
Sí. (Risas).

Además de ello, usted evade la publicidad.
Porque no me gusta promocionar un libro por todo el mundo luego de publicarlo. En ese sentido, no me siento tan presionado por mis editores como lo están Alfredo Bryce y Mario Vargas Llosa.

¿No le resulta paradójico que usted, el menos publicitado, tenga la mayor preferencia del público lector?
Pues no sé. Tal vez se deba a que las personas que me leen encuentran muy suya esa atmósfera de frustración, de desadaptación, de marginalidad que caracteriza a mis relatos. Acaso porque los lectores sufran los mismos chascos y humillaciones, acaso porque en mis cuentos no haya vencedores.

Se refirió a la frustración. ¿No se considera usted una persona frustrada?
No, porque he realizado lo que he querido. Yo he querido viajar a Europa, publicar libros, casarme con la mujer que quiero, tener un hijo, tener una casa en Barranco y otra en Europa, y lo he conseguido. No, no me siento frustrado. Aunque no puse en estas cosas el empeño que otros ponen.

¿Cuál es su mayor orgullo, entonces?
(Breve silencio). Ser reconocido por algunas personas cuando camino, por una parejita de enamorados y que diga: «Mira, ese es Ribeyro». Por el mozo del hotel Bolívar, por un chofer de taxis. (Nueva pausa). Siento cierta satisfacción.

¿A usted, cuando era joven, no le agradaba o trataba de conocer a los escritores que tenía a su alcance, como Ciro Alegría, José María Arguedas...?
No, nunca.

Sin embargo, más tarde, conoció a Borges.
¿Cómo sabe?

Lo leí en una revista de los años sesenta. Había allí una entrevista a Borges, que había ido a Alemania, adonde fue usted también.
Sí, fue en el año 1964. Fui invitado, como muchos otros escritores, al Congreso por la Libertad de la Cultura. Ahí también se encontraban Miguel Ángel Asturias, João Guimarães Rosa, Eduardo Mallea, Günter Grass, Ciro Alegría y Roa Bastos. (Toca su rostro con la palma derecha). Recuerdo que había dos bandos: uno con Borges y el otro con Asturias. Mientras Asturias se ponía a hablar de literatura comprometida, Borges, en cambio, hablaba de la estética, y no le hacía caso. Asturias era un demagogo. Todo esto es muy gracioso, ¿no?

¿Y usted a qué bando iba?
Un rato estaba en una mesa y otro rato en la otra. Recuerdo también que por esa fecha llegó un cable que decía que la novela de Vargas Llosa, “La ciudad y los perros”, había sido quemada en el patio del Colegio Militar. Enterados, Roa Bastos y yo redactamos una protesta por ello y firmamos todos los escritores presentes. Es el único documento en que aparecen juntas las firmas de Borges y Asturias. Pero este documento no se hizo público porque Mario dijo que no había necesidad.

En todo caso, a usted siempre se le vincula con la izquierda.
No soy izquierdista, aunque he tenido actitudes y acciones izquierdistas. Por ejemplo, apoyé a la guerrilla del 64, de Javier Heraud, o a la guerrilla del 65, de Guillermo Lobatón, Paul Escobar y otros. Me acuerdo que en París, Guillermo Lobatón dijo que había llegado el momento de la decisión: que quiénes iban a la lucha. Todos levantaron la mano, menos yo (sonríe nuevamente). Pero qué iba a hacer; yo no tengo espíritu de soldado. No obstante, Guillermo Lobatón, que además fue mi compañero en la universidad, me dijo: «No te critico, podrás servir aquí». Eran más o menos treinta los que levantaron la mano, pero era por pura figuración, ya que al final solo fueron cinco; los cinco que murieron. Los otros levantaron la mano solo para hacerse los machos.

Dígame, señor Ribeyro, ¿por qué usted que tenía tantos amigos en la Universidad de San Marcos, no estudió allí?
Porque en la Católica el ambiente era más tranquilo, sin huelgas, con poca política. Si yo frecuentaba la Casona era para hacer amigos y conversar luego con ellos en los bares. De ese grupo éramos Wáshington Delgado, Eleodoro Vargas Vicuña, Alberto Escobar, Carlos Eduardo Zavaleta, Alejandro Romualdo, Pablo Guevara, Francisco Bendezú, Pablo Macera y Carlos Germán Belli, a quien no le gustaba mucho el trago. En cambio, la Universidad Católica era muy seria para mí.

(La entrevista completa podrá hallarla en: http://jcoaguila.blogspot.com)

COLUMNA: EL BUEN SALVAJE


Cien mundos para el fin

Sandro Bossio Suárez

Me veo llorar abrazado de una columna de la cocina de mi casa materna a la espera del fin del mundo. Una de mis tías solía decirme que el fin se acercaba y, por ello, debía portarme bien para que el cielo me premie. Esperé con fervor que el mundo se agotara, que empezara a dar vueltas, que el cielo se desfondara, que los terremotos agrietaran la superficie donde vivía, pero de tanto esperar me aburrí, dejé de llorar y me fui a comer mazamorra de naranja y a ver la repetición de Ultramán.
Este es el primer recuerdo que tengo del fin del mundo. Presumí que algo como lo vivido en mi niñez iba a acontecer pronto, pero no imaginaba (no podía imaginar) la cantidad de fines del mundo que tendría que sortear.
Cuando tenía cinco años un tío abuelo, Moisés Sánchez, testigo de Jehová a ultranza, llevó a mi casa el pronóstico oficial de que ese año, 1975, todos pereceríamos. Otra vez lloré, pero, decepcionado, otra vez comí mazamorra. Para colmo, ese mismo año, un tal Moses David, fundador de los Niños de Dios, anunció que un cometa chocaría contra nuestro ya cientos de veces destruido planeta, pero nada, más mazamorra y, en lugar de Ultramán, el divertido Hombre Nuclear.
Bueno, ingresé a la secundaria en 1981 y Hal Lindsey, evangélico de renombre mundial, pronosticó que el fin de la humanidad llegaría el 31 de diciembre de ese año. Se habló, además, de alineamientos de planetas, convulsiones de tierra, ciclones, maremotos (aún no existía el término “tsunami”)  y catástrofes nucleares ocasionadas por el resentimiento entre los Estados Unidos y la CCCP (disculpen, pero yo, a esa edad, creía que el acrónimo significaba “cucurrucucú paloma” o algo por el estilo y me costaba relacionarlo con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas).
Al año siguiente, la hermandad Tara Centers participó al mundo de la nueva llegada de Jesús y prometió, antes de diciembre, revelar su nombre. Llegado el momento, mientras veíamos televisión a colores, nos enteramos que los anunciantes se habían retractado y que no iban a revelar el nombre divino porque  “Jesús no es figuretti”.
En 1984, el gurú Bhagwan Shree Rajneesh, lanzó una nueva teoría (sobre la que tuve que hacer mi tarea en lugar de salir con mis amigas del María Auxiliadora a patinar) acerca de un fin del mundo poco fulminante, más bien demorón, que tardaría hasta 1999 para destruirlo todo con inundaciones desmesuradas.
En 1988 me enteré que al fin del mundo también se le llamaba “rapto”, pero me enteré de algo mucho mejor: había una novela magistral sobre el tema escrito por Mario Vargas Llosa. Fue así como me encerré en mi habitación durante días para sentarme a leer “La guerra del fin del mundo”, que, desde luego, me obsesionó. ¿Llegaría el mundo al año 1900? Una guerra apocalíptica que me sigue quemando en las entrañas.
Un astronauta predijo el “rapto” para 1988, pero como nada ocurrió se rectificó y aseguró que sería en 1991. Ese año el islámico Louis Farrakhan dijo a la CNN que la Guerra del Golfo Pérsico era el punto de partida del Armagedón y en 1992 una iglesia coreana fijó la fecha del fin para el 28 de octubre de ese año.
¿Se acuerdan de Moses David? Ese mismo, el de 1975, reapareció en 1993 para decir que ahora sí aparecería Jesús y se acabaría, finalmente, este mundo de “mierda”. Dijo algo interesante: este era el verdadero año del “rapto”, pues con Apple había sacado mejor las cuentas y había hecho el cálculo más exacto.
Se asomó el nuevo milenio y, como lo venía escuchando desde mi infancia, llegaría indefectiblemente con él el fin del mundo. Lo que no sabía era que ese final iba a ser informático: el Apagón Informático, que demolería todos los sistemas computarizados del mundo, echando a tierra los aviones, borrando los sistemas bancarios, arrebatándonos (lo peor) nuestras comunicaciones por el celular.
Hubo un divertido Armagedón: sería en 2001, porque se sacó mal la cuenta y no existe el año 0. Ocurría porque ya se sabía del mejor fin del mundo, el más moderno y marketero, el pronosticado por los mayas como su fin de era Baktún, que hasta ahora sigo esperando.

Llegar a los cuarenta

Enrique Ortiz Palacios



A uno de mis mejores amigos no se le ocurrió mejor idea que celebrar los cuarenta en una isla paradisiaca de Puerto Rico. Las fotografías que luego colgó en Facebook así lo demostraron. Bellos paisajes del viejo San Juan, encantadoras sirenas boricuas y otros detalles fabulosos fueron el colofón de un rito que, para algunos hombres o mujeres, es tan importante para cerrar y abrir etapas de nuestra existencia.
Llegar a los cuarenta ya es un milagro de la vida. Es convertirse por primera vez en un hombre, un hombre que deja las ilusiones del adolescente que cree que todo lo puede, y que la muerte es una invención de los viejos para no tener libertad de hacer todas las mataperradas.
Llegar a los cuarenta es como estar «a la mitad de la carrera de la vida» a decir de Alighieri, y cuando volteas la mirada hacia el pasado, recuerdas esas conversaciones con los buenos amigos, los libros variados que nos interpelaron y nos enseñaron a ser mejores personas. Rememoras aquellas películas que nos hicieron derramar alguna lágrima tímida, vienen a la mente aquellos lugares por los que se caminó. Es la edad en la que se empieza a entender al padre, es cuando con mayor fuerza quieres ser un mejor hijo.
Llegar a los cuarenta no es empezar a ser más viejo, es volverse añejo, es decir, que por haber durado muchos años, has mejorado de condición: es el ideal. Es mirarse al espejo y comprobar que los objetivos trazados fueron cumplidos con lealtad, es volverse a mirar al espejo y ver a un ser humano íntegro, a carta cabal.
Llegar a los cuarenta sin haber agradecido la infinita paciencia y el colmado amor de tu pareja, resulta verdaderamente espeluznante, ya que gracias a ella se aprende a ser mejor cada día. Es quien corrige tus domésticos defectos con el afán de convertirte en un verdadero homo sapiens, e ir alejándose del pequeño cavernícola que todo hombre lleva dentro. Es ser el ratoncito valiente, el caballo de madera, la muñeca que tu hija peina, maquilla o desmaquilla con fruición.
Algunos dicen que a esa edad la música te parecerá ruido, o que te empezarán a decir “señor” y ya no “joven”. Por ello,  es importante prepararse para ese día, para no caer en el ridículo de no aceptar el ciclo de la vida. Porque así funciona la naturaleza: seremos el abono de las nuevas generaciones, comprendemos que esa empieza a ser nuestra misión. Llegar a los cuarenta no es un año más, es empezar a subir la cuesta más difícil, pero también la más maravillosa.

PERFUME DE MUJER:


"Los excluidos"

Elfriede Jelinek



Anna tiene catorce años. Está sentada en el suelo, desnuda y con las piernas separadas, intentando desvirgarse con la ayuda de un espejo y una cuchilla; quiere deshacerse de un pellejito que le aseguran que tiene ahí abajo. No tiene conocimientos anatómicos y se pega un tajo en el perineo que sangra abundantemente.
Nada más salir del water maloliente del instituto, Sophie la envuelve y la sepulta bajo una aureola nívea. Sophie ¿Te pasas esta tarde por mi casa? De acuerdo. Anna bombea con fuerza y perseverancia pero no sale ni sangre (como entonces), ni tinta, ni zumo de frambuesa.

¿De quién y para quién es la navidad?


Jhony Carhuallanqui

Soldados alemanes celebran la Navidad en Afganistán.
La Navidad hace alusión al nacimiento de Jesucristo en el pesebre de Belén, razón por la cual es una costumbre ligada al Cristianismo, y cuya práctica (y prédica) no son consentidos ni difundidos entusiastamente por Judíos, Musulmanes o Budistas, pues este hecho está ausente o es contradictorio a sus creencias.
Algunos países musulmanes como Irán, Malasia o Arabia Saudí han sido claros en su legislación “antinavideña”, porque la consideran una “innovación herética” —producto de la depravada globalización—, que al ser fomentada de alguna forma, conlleva a sanciones que pueden ir desde los latigazos hasta la decapitación. Arabia Saudí, por citar solo un ejemplo, prohibió incluso los saludos telefónicos en esta fiesta (incluyendo a residentes extranjeros).
Los judíos tampoco festejan la Natividad, pues consideran que Jesús no es el mesías, así que no hay motivo que conmemorar. Sin embargo, tienen una festividad llamada el Hanuka (Januca) que se inicia el 21 de diciembre, dura ocho días, y algunos llaman equivocadamente la “Navidad Judía”, cuando en realidad, está referida a la reconsagración del Templo de Jerusalén (del cual hoy solo existe El Muro de los Lamentos).
En un hecho anecdótico, Afganistán (país musulmán) este año permitirá su celebración “confinada” a los cristianos en su territorio. Otra extrañeza es Israel (estado Judío) donde desde hace algún tiempo, se compran árboles navideños y se intercambian regalos, lo que demuestra que esta fiesta ya no es un distintivo religioso “aislado”, sino un elemento cultural (y acaso comercial) que se va generalizando.
Néstor García Canclini refiere que, en estos tiempos, las “reclusiones culturales” son utópicas y las “apropiaciones culturales” son un hecho inevitable hacia la “hibridación cultural”.
Un caso especial es China (principalmente Budista) donde el “Espíritu Navideño” se vive intensamente, pero no por religión, menos tradición, sino por comercio. No importa que no compartan las costumbres cristianas, pues, siempre que haya compradores, esta nación adoptará cualquier creencia y la nutrirá de mercancías con el rótulo “Made in China”, que indudablemente notaremos en cuanto escaparate contemplemos.
Es cierto que esta fiesta se banalizó y que hay dudas sobre la fecha del nacimiento de Cristo, o sobre el significado del árbol de navidad; es cierto también que Papa Noel fue empleado publicitario de Coca Cola y que los renos cambian de orden, nombre y cantidad en cada región del mundo; además, frases como “un abrazo es suficiente en estas fechas” se van desvaneciendo. Eduardo Galeano dice que últimamente “lo que no tiene precio, no vale”, pero creo que la ilusión de los niños no comprenderá esto, pues esta fecha (religiosa, cultural o comercial) es de ellos.
Esta festividad necesita de renos voladores, duendes fabricantes de regalos y medias (botas) en la chimenea, pues su “magia” invita a soñar a los infantes. Bill McKibben afirmaba que “no existe la Navidad ideal, solo la Navidad que uno decida crear como reflejo de sus valores, deseos y tradiciones”.
Si ella no existiera, estoy seguro que inventaríamos una fecha —como pretexto— para sentirnos bien. Un día para decir te extraño, te quiero o lo siento, donde un abrazo diluya torpes rencores y renueve nuestra fe: no en Santa Claus sino en el hombre, un ser que jamás dejará de tener una parte espiritual.
Si algunos creen que es necio ir por la calle tarareando el villancico “Noche de paz” de Joseph Mohr, diremos que es un necio feliz, pues la felicidad no tiene lógica. Démosle vacaciones al Grinch que la adultez (o sus traumas) nos dejó. ¡Feliz Navidad! 

IMPRESCINDIBLES / REGALOS NAVIDEÑOS


Operación Regalo

¿Cómo lograrías transportar juguetes con tanta eficacia, por todo el mundo, en solo contadas horas? ¿Cómo sabe Santa cuándo un niño fue bueno o no? ¿Papá Noel puede jubilarse? Todas estas preguntas se responden con mucho humor e ingenio en la película británica de Sarah Smith (Arthur Christmas, 2011). Se acerca la hora de dejar de ser Santa Claus, así que él decide legar esta responsabilidad a su hijo Steven; sin embargo, no contaba con que millones de niños, por un descuido, se han quedado sin obsequios.



WhyNot nº 14

Esta revista de colección, pequeña, de bolsillo, ha llegado a su número 14, y aborda las fiestas navideñas y de año nuevo. Ha sido sumamente elogiada por formato innovador y su presentación impecable. Es el complemento perfecto para las fiestas, y para los cada vez más desnutridos bolsillos de  nuestros lectores.
No se preocupe más, se vende al menor precio (S/. 1) y puede ser el mejor regalo navideño. Búsquela en las librerías Íbero y La Familia, o en quioscos del centro de nuestra ciudad.


PLAN LECTOR N° 4: TRADICIONES ORALES ANDINAS


El amigo de Manuel

Isabel Córdova Rosas

“Niño Manuelito”.
 La madre de Manuel había madrugado para ir al campo a trabajar. Llovía torrencialmente, y desde la casa del niño sólo se divisaba un manto plateado que cubría la aldea.
Chato, su perro, se recostó junto al fogón buscando abrigo, pero de pronto, comenzó a ladrar. Manuel vio que la puerta se abría y apareció un niño que tiritaba y chorreaba por todas partes.
—¿Puedo pasar? Tengo mucho frío —dijo.
Manuel lo acercó hasta el fogón y le hizo sentar en una banca de madera.
—Voy a traerte ropa. La tuya es bonita pero de seda, por eso te has empapado. Felizmente somos del mismo tamaño.
De un viejo baúl, sacó las prendas que su madre le había tejido para que se las pusiera en la fiesta del pueblo. Le ayudó a vestirse.
—Manuel, gracias.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Lo he adivinado.
—¿Y tú, cómo te llamas?
—A ver si lo adivinas —le respondió el pequeño.
—Luis, José, Víctor… —pronunció una decena de nombres sin lograr acertar— Me rindo. Ya que no quieres darme tu nombre, yo te voy a poner uno: Inti.
—Me gusta —le contestó con una sonrisa.
Después de desayunar, Manuel sacó sus juguetes de arcilla y madera para ponerse a jugar. Entre risas y bromas se pasaron todo el día.
Había cesado de llover y la tarde se adornaba con un hermoso arcoíris que se paseaba por la aldea de lado a lado. El sonido de la trompeta de Justo ascendió por las montañas, y se entretuvo unos instantes en la casa de Manuel. Inti, al ver que oscurecía, no tuvo tiempo de cambiarse y salió corriendo.
—Hasta mañana Manuel —se despidió.
 Cuando Inti llegó a su casa, miró con cautela y al no encontrar peligro, con gran agilidad, se acunó en el regazo de su madre, cubriéndola de mimos.
—¿Dónde has estado mi niño?  Me has tenido preocupada.
—En la casa de mi amigo Manuel. Él tampoco tiene hermanitos con quienes jugar. Me ha prestado su ropa, porque la mía estaba mojada.
—Eres muy pequeño para estar fuera todo el día. El niño sonrió y se quedó dormido.
Julio, el anciano sacristán, hacía todas las noches un repaso por la iglesia. De pronto levantó los ojos y vio al pequeño en los brazos de su madre:
—Madre Mía, ¿por qué permite salir al niño? Mire la traza que lleva, sus zapatos con lodo. Si se entera el señor cura, ni cien avemarías me salvarían —cogió al niño y lo llevó a la sacristía para cambiarlo.
Pasaron los días y los dos niños sacaban a pastar a las ovejas, y disfrutaban jugando con los saltamontes, grillos y mariposas.
Una tarde, Inti se despidió de su amigo y le dijo que se verían en la fiesta del pueblo, que allí conocería a su madre. Con las prisas, dejó una sandalia.
 Llegó la Navidad. Manuel, por primera vez, bajaba al pueblo. Entraron a la iglesia y cuando giró la cabeza, deslumbrado, vio al niño en los brazos de María, su madre.
—¡Mamá, es mi amigo Inti! Nunca me has creído que venía a jugar conmigo —sacó de su macuto la sandalia y se acercó a ponérsela al niño.
—Es Jesús, hijo de la Virgen María —le dijo la madre.
—¡Hola amigo Jesús. Tu mamá es preciosa!
Jesús le sonrió y le hizo una señal para que guardara silencio.
—Amigo, mañana te espero.
El pequeño Jesús asintió, mientras la madre de Manuel lloraba con profunda emoción.