martes, 11 de septiembre de 2012

Solo 4, “434”, del 08 de SETIEMBRE de 2012, año IX



LA CITA:

“Sin darse cuenta, a través del cuerpo incorrupto de su hija, llevaba ya veintidós años luchando en vida por la causa legítima de su propia canonización.”

Gabriel García Márquez, “La santa”

LO ÚLTIMO: Convocatoria al I Concurso Nacional de Cuento “Premio Solo 4”


En el marco de las celebraciones por los 50 años de fundación de Correo en la región Junín, y la próxima edición 444 de nuestro suplemento, con la finalidad de contribuir a la producción literaria de nuestro país, convocamos al I Concurso Nacional de Cuento “Premio Solo 4”.
Los premios de este certamen serán de S/. 1000 para el primer lugar, S/. 700 para el segundo y S/. 300 para el tercero. El tema es totalmente libre. La fecha y hora límites de recepción de trabajos será el viernes, 05 de octubre, a las 6 pm, en las instalaciones del diario Correo, Jr. Cuzco N° 337 – Huancayo.
Las bases generales las podrán hallar en nuestro blog: www.suplementosolo4.blogspot.com; o en Facebook como “Suplemento Cultural Solo 4”.

Mamacha Cocharcas: fe, historia y tradición


Diana Casas



Borges decía que la historia encierra en sus espejos la memoria, y que el sueño y la fantasía, o el temor, tejieron mitologías y cosmogonías. En cada recodo de la historia se escribió un pedazo de vida, y el recuerdo de este trozo de vida se guardó en los espejos de la memoria para no olvidarlos.
La historia se hizo así, de realidad y razón, de sueños e ilusiones; quizá de esperanzas depositadas en el brillo de cientos de velas encendidas una fría madrugada serrana en una pequeña iglesia erigida en lo alto de un cerro sagrado, de una huaca, a cuyos pies, horas más tarde, un bucólico pueblo andino estalla en color y vida cuando, luego de la misa y de la procesión de la sagrada imagen de la Virgen bendita, el aire se llena del sonido de violines, “huaccras”, arpas, “tinyas”, “pinkullos”, clarinetes y saxos, y el paisaje se transforma con el alboroto de las bandas de músicos y la muchedumbre de danzantes que invade las calles colmando el corazón de alegría.
Pandillas de pastores “kalachaquis” luciendo sombreros de paja y patriótica banda bicolor; majestuosas coyas ataviadas con coronas de flores y plumas en actitud señorial; parejas de chonguinos de rizadas cabelleras negras: ella, vestida de cotón y con máscara de mujer coqueta, y muñeca a la espalda simulando su hijito mestizo, él con careta y vestimenta de español en actitud hierática; toda la negrería marinera de vasallos y guardacampos alineada en dos columnas, con anclas o galeones de plata en la mano; burlescos chutos con máscaras de cuero e indumentaria de “yanacaconas”.
Y como telón de fondo, los personajes de un drama aún no resuelto: un Inca y su corte de pallas, auquis, ñustas, cahuides, chasquis y chutos;  junto a un Pizarro de casco y coraza, acompañado de una comitiva de soldados ibéricos, el padre Valverde y el traidor intérprete Felipillo, para escenificar la captura del último inca, Atahualpa, el Gran Señor, el Apu Inca caído en desgracia, símbolo del fatal momento en que se fracturó el Tawantinsuyo y nació el Perú social y culturalmente contradictorio de las muchas sangres y realidades.
Toda una amalgama de expresiones populares de contenidos múltiples: identitarios, de control social, paródicos, de resistencia ideológica, moralizadores, reivindicativos, creados y recreados en el distrito de Sapallanga, 8 kilómetros al sur de Huancayo, en la margen izquierda del río Mantaro.
Con igual motivo, en la misma margen pero hacia el norte, en Apata, los personajes de la Tunantada marcan su rítmico paso; mientras, al frente, en la margen derecha, en Orcotuna, en columnas sincronizadas flanqueadas por negros y chutos, parejas de chonguinos ricamente ataviados bailan la suerte de aristocrático minué que es la Chonguinada, junto a comparsas de Avelinos de harapienta y singular ropa.
Más al sur, en Marcatuna, anexo del distrito de Huáchac, en la provincia de Chupaca, la danza de los Auquish, o de los “viejos”, celebra a la Virgen de Cocharcas parodiando con gracia los movimientos cansinos de los ancianos frente al brío de su espíritu juvenil. En tanto que otra danza local, la  Morenada, sirve de marco a la fiesta de la “Mamanchic” Cocharcas en Tres de Diciembre, también distrito de Chupaca.
En los cinco distritos del Valle del Mantaro, llegada la noche, los estallidos de los castillones llenan las plazas de soles y ruedas multicolores que giran locamente, y los olores sulfurosos que despiden los cohetes y bombardas, se confunden con los suculentos aromas que salen de las ollas de las vivanderas que atienden solícitamente a los danzantes de los conjuntos folclóricos que desfilan sin cesar por las calles, bailando, riendo y bebiendo; mientras en las casas municipales los poetas y escritores se reúnen en tertulias literarias y los  concursos de estampas reclaman la atención de los encantados visitantes.
Aunque el 8 de septiembre es el día central, la fiesta de la Mamacha Cocharcas dura varios días y en el caso de Sapallanga, más de una semana. Celebran los distritos ya nombrados y también Quichuay. Los pueblos de Ahuac, Iscos, Chupuro y Cocharcas, anexo de Sapallanga, lo hacen en los días de la “octava”. Son jornadas intensas cargadas del fulgor del fuego de  una cultura viva, en el valle más rico en historia y paisaje del país.

COLUMNA: EL BUEN SALVAJE


Cortázar a lo largo de mi vida

Sandro Bossio Suárez



Conocí a Julio Cortázar cuando tenía 14 años y leí un cuento sobre el extendido tema del doble: “Una flor amarilla”. Lo encontré en una antología de pocas páginas y, como era el único relato que allí figuraba del argentino, partí en busca de un libro completo de él. Así me topé con “Bestiario”, que me sacudió como una corriente eléctrica, sobre todo al leer “Casa tomada”, “Circe” y “Lejana”, tres monumentos de la cuentística latinoamericana donde Cortázar inaugura su más innovador y original estilo literario y ya se muestra como el maestro del relato corto.
Definitivamente, el segundo libro, con muchísimas más sorpresas, me subyugó hasta el límite: traía cuentos realmente magistrales, de golpes certeros, como “Continuidad de los parques”, esa maravilla de quinientas palabras que nos involucra en otro texto literario (el que lee el protagonista) y termina con una puñalada que nos devuelve a la realidad. “No se culpe a nadie” es el relato también en clave fantástica de un suicida paranoico y “La puerta condenada” un texto de horror que conmueve. “Las Ménades” y “El ídolo de las Cícladas” son otros dos relatos geniales, sobre todo el último en el que un idolillo histórico termina por absorber el espíritu y la voluntad de dos hombres. “Axolotl”, fascinante narración fantástica, es el relato que más me impresionó por su anécdota genial y su final impactante. “La noche boca arriba” es, desde luego, el cuento más portentoso del volumen, por su juego entre lo onírico y lo real, pero, personalmente, también me impacté con “Final del juego”, ese extraño cuento sobre niñas que juegan a ser estatuas y trenes de carbón que pasan lentamente por una extraña propiedad particular.
Luego vinieron otros libros y otros cuentos: “El perseguidor”, que narra la historia de un extraordinario saxofonista, Johnny, que muere de una imposible sobredosis de marihuana. “Todos los fuegos, el fuego” es otro pilar del cuento cortazariano.
Sin embargo, el libro que me zambulló por completo en su universo y que me hizo aficionarme a él fue, sin duda, “Rayuela”. Es la novela más rica, significativa, impresionante que tuve en mis manos durante mucho tiempo. Incluso, en varias oportunidades, por su factura y riqueza estructural, por su riqueza en la contextualización política y de personajes, pensé que era la novela más importante que había leído en mi vida. Ahora no pienso así, sin embargo, estoy convencido de que se trata de una obra maestra sin comparación, una verdadera revolución de la narrativa latinoamericana y mundial. Tanto que, recuerdo, cuando terminé de leer la y me enteré de que su autor acababa de morir, no pude contener el llanto.
Después, esporádicamente, mientras releía las maravillas ya conocidas, iba encontrando nuevas cosas: “La vuelta al día en ochenta mundos”, “Octaedro”, “Alguien que anda por ahí”, “Un tal Lucas”, “Territorios”, “Queremos tanto a Glenda”, “Deshoras”.
Destaca también su extraño libro “Historia de cronopios y famas”, colección de cuentos, reflexiones y minificciones en tono surrealista que tienen como finalidad desbordar la imaginación. El volumen se divide en cuatro partes: “Manual de instrucciones”, “ocupaciones raras”, “material plástico” e “historia de Cronopios y de Famas”.
Y también vinieron otras novelas: “Los premios”, “62 Modelo para armar”, “Libro de Manuel” y “Divertimento”, esta última publicada cuarenta años después de escrita y que, a diferencia de las otras, mantiene una línea narrativa más conservadora y una historia sugestiva que incluye médiums y misterios por resolver.
Últimamente, cuando ya no creí encontrar nada nuevo de Cortázar, salió a luz “Papeles inesperados”, un libro de misceláneas que, separados la paja y el ripio, contiene una serie de textos originales y algunas nuevas versiones de los ya publicados. En él, además, encontré un apotegma que me hizo conocer al Cortázar humano: “La risa ella sola ha cavado más túneles útiles que todas las lágrimas de la tierra”.

DESLECTURAS (PERUANAS): «Los cachorros» / Mario Vargas Llosa


La decadencia y el valor de la virilidad latinoamericana

Juan Carlos Suárez Revollar



«Los cachorros» es una de las novelas cortas más impactantes del último medio siglo. Esta nueva afirmación —por ser estrictamente personal— puede sonar dudosa: constituye el pico más alto de la obra de Mario Vargas Llosa, quien alcanzó con ella un nivel de perfección formal y estructural que supera largamente al resto de sus novelas, algunas de las cuales son genuinas piezas maestras.
Publicada en 1967, abarca desde la niñez hasta la adultez de cinco amigos miraflorinos. El centro de la narración es un integrante tardío del grupo, Pichulita Cuéllar, y en particular, lo que acontece con él tras el accidente —su tragedia; tal como los grandilocuentes planteamientos del estadounidense William Faulkner—. Haber sido capado por el feroz perro del colegio constituye el final de toda una etapa para él. De ser el alumno más brillante, capaz, perseverante y promisorio del grupo, con un brillante futuro en ciernes, se convierte —por los privilegios que le otorgan sus padres y maestros como compensación— en holgazán, inseguro, grosero y antipático. La causa es clara: la carencia del miembro viril lo obliga a estar en permanente autoafirmación. Es decir, a pretender demostrar que es el más fuerte, intrépido y osado, cualidades todas muy asociadas con la masculinidad latinoamericana.
«Los cachorros» es un audaz experimento en la presentación formal de los puntos de vista y del narrador. Vargas Llosa cuenta la historia a través de un narrador-testigo, que fluctúa entre los cuatro amigos de Pichulita Cuéllar; y también entre la primera y tercera persona. El narrador omnisciente y los cuatro personajes-narradores toman la posta del relato de oración en oración, y aun dentro de una misma frase.
Gabriel García Márquez escribió que «en el primer párrafo de una novela hay que definir todo: estructura, tono, estilo, ritmo, longitud, y a veces hasta el carácter de algún personaje». Uno de los mejores ejemplos de tal afirmación se encuentra en el arranque de «Los cachorros», donde se establece la multiplicidad de puntos de vista y de narradores-testigo, además del uso en una misma oración de la primera y tercera persona: «Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fút­bol y estábamos aprendiendo a correr olas, a zambu­llirnos desde el segundo trampolín del Terrazas, y eran traviesos, lampiños, curiosos, muy ágiles, vora­ces. Ese año, cuando Cuéllar entró al Colegio Cham­pagnat».
La presentación cronológica de la novela es, en su mayor parte, lineal. Está organizada en seis capítulos, cada uno de los cuales comprende un ciclo de la vida del grupo: Cuéllar el niño modelo hasta el accidente; el inicio de la adolescencia; el final del colegio; desde los enamoramientos serios a la decepción con Teresita Arrarte; la desenfrenada y decadente vida del joven Pichulita Cuéllar hasta la resignación a quedar eunuco; y finalmente, los matrimonios y los umbrales del envejecimiento.
Pese a ciertas características individuales que insinúa el autor, los narradores mantienen más bien una personalidad grupal, que se superpone entre unos y otros, y absorbe a las respectivas novias en cuanto aparecen. Ya había un esbozo de este perfil entre los vecinos del Poeta, en «La ciudad y los perros», aunque esta vez el tratamiento ha sido distinto, y el grupo ha ganado profundidad en desmedro de los individuos. Cuéllar es la excepción. Sus pensamientos y conflictos interiores nunca son revelados directamente, pero aparecen como indicios a partir de lo percibido por sus amigos, y de esa manera lo podemos conocer más que a nadie.
Vargas Llosa ha afirmado que «Los cachorros» es su obra con la mayor cantidad de interpretaciones críticas. Como en otros ejemplos de gran literatura, son todas válidas. Pero más que un significado o una tesis, se imponen las placenteras horas de lectura de una breve novela que explora temas que también preocuparon a otros grandes novelistas de esta patria grande que es Latinoamérica.

Hemingway & Faulkner en Los cachorros

Hay dos características saltantes de la prosa de Ernest Hemingway y William Faulkner. Mientras en el primero se encuentran diálogos sencillos, vivaces, construidos en contrapunto y aparentemente triviales pero de gran significación; en el segundo está la escritura densa, de oraciones extensas, donde diestramente se salta de punto de vista o de tiempo narrativo. Mario Vargas Llosa tomó ambas formas de contar una historia, y en un genial híbrido que es «Los cachorros», integró las formas dialógicas y la fluidez narrativa de Hemingway en la compleja maraña —construida a partir de la intercalación de técnicas— de Faulkner (también habría que destacar como un antecedente los apartados titulados «El ojo de la cámara», de la «Trilogía USA», de John Dos Passos).

COLUMNA: UN MUNDO PERFECTO


Un método peligroso: eros y tánatos vistos por Cronenberg

Jorge Jaime Valdez



David Cronenberg es, actualmente, uno de los maestros del cine. Por esta razón causaba mucha expectativa, para sus seguidores, conocer su versión sobre el nacimiento del psicoanálisis. La mente y el cuerpo, la corrupción de la carne y los laberintos de la mente, desde sus inicios han sido tópicos tocados reiteradamente por el canadiense.
“Un método peligroso” nos cuenta la relación entre Sigmund Freud y Carl Jung. Entre ellos aparece Sabine Spielrein, paciente y después amante de Jung. Como se puede ver, se trata de un triángulo de personalidades distintas y complejas que se encontrarán para después separarse durante el periodo que abarca la cinta, influyéndose, admirándose, sometiéndose, deseándose y manipulándose.
En apariencia se trata de una película de época, sobria y muy cuidada, pero viéndola de cerca es una cinta perversa y compleja como la mayoría de los filmes de Cronenberg. Es verdad que está más cerca a “Dead Ringers” que a “Una historia de violencia”, a “M. Butterfly” que a “Videodrome”, sin embargo, en todas encontramos esa extraña dualidad entre la destrucción del cuerpo y de la mente, o en todo caso las alteraciones físicas o mentales, las mutaciones de la carne pero también las alteraciones psíquicas, y como no, el placer y el dolor; eros y tánatos nunca fueron mejor retratados que en el cine de Cronenberg.
Viggo Mortensen se ha convertido en un notable actor en manos del cineasta, con quien colaboró en sus últimos tres rodajes. Estuvo  bien en “Una historia de violencia”, mejoró considerablemente en “Promesas del este”, y en “Un método peligroso” interpretó magistralmente a Freud. Por su parte, el Jung que compone Michael Fassbender y la joven histérica que hace knightley no se quedan atrás. Quizás uno de los mayores atractivos de esta cinta está en las soberbias interpretaciones de los tres protagónicos.
La belleza endemoniada de Keira knightley aparece descuidada forzando la mandíbula, y conteniendo las palabras que se niegan a salir para encarnar a una joven que sufre de una histeria terrible, quien será la paciente de Jung y posteriormente se convertirá en una brillante psiquiatra, al extremo que ella teoriza sobre eros y tánatos, el impulso de vida y muerte, el cual se le atribuye al padre del psicoanálisis, Freud, con quien entabla una relación no erótica sino académica.
La película está llena de diálogos prolongados y, a diferencia de otras del autor, no muestra lo visceral, todo es controlado a excepción del cuerpo contorsionado por la histeria de Sabine. Lo sórdido está en las mentes y en sus juegos de seducción. Para Freud toda la conducta humana se ve reducida al impulso sexual; su discípulo y amigo, Jung, cree en el poder de la palabra. Entre ambos se da un duelo de inteligencias, el maestro perverso se va apropiando del discípulo y éste, a su vez, de su paciente, a quien convierte en su amante a pesar de que trata de evitarlo, pero gana el deseo a la razón.
El personaje de Sabine es el más complejo y atractivo, tras su neurosis está un cuerpo torturado por los recuerdos de un padre dominante, donde el deseo va de la mano con el dolor, que experimenta en su tortuosa relación con el controlado Jung.
La cinta es inquietante por lo que insinúa, se ve poco, a pesar de que  agazapado tras las máscaras de la normalidad está el mal, tratando de cubrirlo todo. Aparte de las actuaciones, del guión adaptado y de la puesta en escena, la fotografía y la música merecen una mención aparte. Cronenberg hace mucho trabaja con Pete Suschitzky, como director de fotografía, y con Howard Shore que se encarga de la banda sonora: ambos lo hacen de maravilla. La elegante fotografía va acompañada de una música igual de hermosa creando atmosferas sublimes.
Este espacio queda corto para escribir sobre este espléndido filme que se encuentra entre lo mejor de su apreciable filmografía, sin tener nada que envidiarle a sus antecesores.

MICROCUENTO:


Hades

Orlando Mazeyra



Si las monedas persisten sobre tus párpados, entonces todavía no abras los ojos. Sabido es que Caronte no da propinas, sólo las recibe.

PERFUME DE MUJER:


“Quédate a dormir”

Yeniva Fernández



Su cuerpo era frágil, de formas adolescentes, piernas estrechas y caderas poco desarrolladas. El busto, por el contrario, era pronunciado y firme, de aureolas grandes y doradas como gajos de durazno. La piel lucía erizada, así que se dio ligeros golpecitos antes de aplicarse la crema. Empezó por los brazos, de arriba a abajo hasta llegar a las puntas de los dedos, dedicando especial atención a los codos. En seguida subió a los hombros, el líquido lechoso se extendió tibio y ella dejó que se derramara un poco sobre sus pechos.

¿Quechuañol?


Enrique Ortiz Palacios





Alguna vez nos ha ocurrido, en nuestra interrelación social, que nos enfrentamos a la duda de la correcta escritura o pronunciación de una palabra o que alguien, de alguna manera, nos ha corregido un exabrupto idiomático que nos hizo sentir incómodos. Y tal vez deberíamos preguntarnos: ¿es el idioma una puerta de acceso a la cultura, a un grupo social, al mundo? Pues creo que sí. Hoy más que nunca necesitamos comunicarnos mejor, pues a estas alturas de la vida si no defendemos el idioma terminaremos siendo material didáctico de alguna clase de historia del futuro.
Te imaginas el primer día de clases presentándose a tu profesor de esta manera: “Empréstenme atención alumnos, en aquí, en esta institución se viene a aprender. Espero que haigan comprendido”. Tengo dos hipótesis, la primera que no te des cuenta en lo más minino de los horrores y errores de pronunciación; o la otra, que termines decepcionado. La relación con las palabras es similar a la pesca solitaria, si tienes las herramientas adecuadas serás preciso al “pescar”. Si intentas asirlas con las manos se podrían resbalar.
En mis años de “estudiante-profesor” he ido comprendiendo que la tarea de enseñar el “uso correcto del idioma” tiene sus complicaciones. Recuerdo, por ejemplo —en mi afán de defender el idioma— que realizaba las correcciones a mis estudiantes sin considerar su “contexto”, es decir la relación con los amigos y  padres. Que si quería corregir a un estudiante, tenía que ir más allá de las aulas, ir a sus casas, conversar con sus vecinos del barrio y eso es inconcebible, pues el idioma no es estático, tiende a diferenciarse y a ello llamamos sociolecto. Por eso es comprensible que nuestros jóvenes inventan formas de comunicación especiales, lo que solemos llamar jerga juvenil, con la intención de crear un espacio solo para ellos, en el que no tienen cabida los adultos.
Pero debemos explicarles que el uso pertinente del idioma nos integrará a otros grupos sociales, nos ampliará el horizonte cultural, nos ayudará a defendernos de los bravucones, nos permitirá argumentar de manera ordenada y sintética, nos hará más felices.
En el Perú no hablamos castellano o español y la mayoría tampoco el quechua. Cuando alguien dice: “comeré una rica pachamanca” o “yo soy limeño” se ha mezclado, si se quiere, dos idiomas: “pachamanca” y “limeño” no tienen origen español. Según Garcilaso de la Vega, el topónimo Lima es una degeneración de la voz "rimac", que en castellano significa "el que habla", en referencia a un oráculo muy venerado por los indígenas y que, por extensión, se llamó así a todo el valle y a su río.
¿Es que acaso soy ahora un partidario de la “indiginización” del  castellano? No. Lo que percibo es que el hombre de estas regiones, sintiéndose ajeno al castellano, se ve en la necesidad de modificarlo hasta convertirlo en un elemento propio, acaso un nuevo idioma: ¿el “quechuañol”?
Pero debemos tener en cuenta que la transformación de un idioma es lenta, paulatina, serena y no violenta, que el cambio de un idioma no atenta contra la gramaticalidad. Por eso no es conveniente decir “venguen muchachos” (dígase vengan) ni mucho menos “espero que no haiga clases” (dígase haya), “en aquí tengo una moneda” (quítese “en”).