sábado, 26 de marzo de 2011

Solo 4 “358” del 26 de marzo de 2011

LA CITA

Se le ocurrió que esa mujer le estaba pidiendo de manera inocente algo nada inocente. La desfachatez de los tiempos, la corrupción no explicada a los niños.

Edmundo Paz Soldán, Sueños digitales

LO ÚLTIMO

Gastronomía peruana: Patrimonio Cultural de las Américas

La Organización de Estados Americanos (OEA) distinguió, el pasado miércoles 23 de marzo, a la gastronomía peruana como “Patrimonio Cultural de las Américas para el Mundo”. El secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, entregó este importante reconocimiento al Ministro de Comercio Exterior y Turismo, Eduardo Ferreyros. El Perú es el primer país de la región en recibir este galardón, el cual fue creado por la OEA con el fin de difundir el aporte cultural de las Américas al mundo, y de reafirmar su presencia en el escenario internacional como ente en constante desarrollo cultural.

José Oregón y “La casita del cedrón”

Sandro Bossio Suárez

La casita del cedrón puede leerse como una novela corta, o como un cuento largo, y funciona perfectamente en cualquiera de estas especies. En realidad, al margen de las formalidades estructurales y técnicas, se trata de una historia conmovedora, sumamente tierna, que por momentos nos sensibiliza, nos enternece, nos enfurece, atándonos, en todo instante, a la lectura que seduce desde el principio.

Esta es la crónica sensitiva de una niña de nueve años, Chipsa, quien vive aislada en un pueblo lejano, alcanzada por la injusticia, la pobreza y el machismo: ella debe permanecer cuidado cerdos y alimentado a las reses, mientras sus hermanos, por ser varones, han marchado a Huancayo a estudiar. La niña, de un temperamento muy decidido, un día determina escapar y así, tras un largo peregrinaje, llega a Pampas, donde se encuentra con su hermano Jorge, su tía Carolina y su tío Godo, con quienes se queda a vivir, y quienes serán a partir de entonces el eje de su vida. Una serie de acontecimientos, profundamente sociales y humanos, se suscitan desde este punto, en el que la niña va aprendiendo a ver la vida desde una perspectiva mucho más citadina: es decir, estamos ante un texto de aprendizaje. Sin embargo, la ciudad no logra que Chipsa cambie; sino sólo que incremente una nueva cultura a la suya, rozando (pensada o espontáneamente) un tema de palpitante vigencia: la interculturalidad.

Para una mejor comprensión, el texto debe ser analizado desde dos perspectivas: la estética y la social. Es claro que el plano social prepondera, pues el material está lleno de análisis sociológicos y antropológicos, y lleno de alegatos contra las iniquidades de la sociedad. Sin embargo, la estética tampoco está alejada de los cánones literarios profesionales, pues cumple funcionalmente sus cometidos, logrando un texto coherente y uniforme. En ese sentido, el relato se convierte en una corriente serena por la cual discurren los diversos episodios del texto: la más violenta es, desde luego, la situación mutilante de Chipsa en su pueblo frente a la segregación por parte de su padre, quien no le demuestra ternura porque no es su “bola de oro” y sólo la tiene como un elemento colaborativo en la familia a fin de mejorar la economía patriarcal para que los hijos varones sigan estudiando en las ciudades modernas. La frase inicial refrenda lo que decimos: «Sólo mujeres me estás pariendo, mierda», y es el resumen perfecto de este fenómeno sociocultural que todavía anega las localidades más lejanas de nuestras regiones pobres

Dos cosas más llaman profundamente la atención en la lectura. Una es la función del quechua dentro del relato: viejo traductor que se ha pasado la vida enlazando ambas culturas, el autor hace gala de una estupenda conjunción de los idiomas.

La segunda es el tono que adopta la niña para contarnos las diversas historias. Este tono, por momentos, y según las necesidades, torna de divertido a triste, de nostálgico a vivido, de melancólico a sollozante, y se nos presenta realista y creíble.

Finalmente, no podemos sustraernos a la seducción que ejerce en el subtexto la presencia tenue, pero poderosa, de la oralidad andina, que es uno de los mayores logros de este relato.

Por todo ello, por su calidad en la factura de la historia y del ensamblaje del texto, La casita del cedrón es un buen ejemplo de que la literatura de corte campesino no tiene por qué estar disgustada con la modernidad técnica y recursiva de la literatura universal. Por ello, no queda sino felicitar, y profundamente, a José Oregón Morales, por demostrarnos con esta publicación que su vocación literaria sigue tan plena como al principio, y que la buena literatura no es cuestión sólo de técnicas sino, sobre todo, de sentimientos.

Publicado el 26 de marzo de 2011.

El Folklore que yo vi

Semana Santa en Huancayo

Luis Cárdenas Raschio

Domingo de Ramos

Desde muy temprano los pobladores de la zona sur de Huancayo acudían a la capilla de Chilca, llevando un tallo grande de maíz con choclos; las “cotunchas”, muy elegantemente, tenían un rebozo de color y otras un pullo blanco largo con listados de colores y su manta a la espalda. Los esposos vestían un terno negro confeccionado de bayeta, camisa blanca y sombrero de paño negro; lo curioso de estos huancas era que el hombre iba adelante y a tres metros atrás, su mujer. Al llegar al río Chilca se lavaban los pies, ya que caminaban descalzos, con sus zapatos amarrados al hombro. Para contrarrestar el frío del agua se tomaban un cuartito de caña y a su arribo a la capilla, prendían una vela al Señor de Chilca. Luego esperaban la llegada del curita con su burro blanco, para que cargue la imagen del señor. Los feriantes al paso del recorrido de la imagen, le regalaban frutas, como también panes, especialmente los llamados “rascabuches”. Se acompañaba cantando y rezando con paradas en la esquinas, hasta llegar a la catedral para la bendición de las palmas. Al retornar a sus casas volvían guapeando y haciendo “jaypincruz”, en cada tienda, tomando su chicha con su curadito.

Viernes Santo

Durante la madrugada del Viernes Santo, los jóvenes y las familias iban a los cerros de la rinconada de Ocopilla, a traer yerbas y flores para darse un baño de purificación.

También en la madrugada, a las seis de la mañana, los abuelos con chicote en mano levantaban a todos de la cama, los hacían arrodillar y les daban una latiguera a grandes y chicos. Todos lloraban, porque el que no lo hacía, recibía más látigo. Se realizaba este acto para acompañar en su dolor a Jesucristo.

Al Sermón de las Siete Palabras asistía mucha gente, nosotros que éramos niños no entendíamos ni jota de lo que decían.

Después, salía un cajón donde estaba nuestro Señor muerto, recorría la calle Real hasta el Jr. Cajamarca, y luego volvía a la Iglesia Catedral. Nosotros los niños decíamos: “¿Por qué no lo llevan al cementerio si está muerto?”.

Todas las personas que acompañaban la procesión estaban de luto y las señoras con velos.

Domingo de Resurrección

A las cinco de la mañana, a todos somnolientos, nos llevaban para acompañar a la procesión del Pascualito. Los cohetones y castillos nos terminaban por despertar llegando al parque Huamanmarca. Íbamos corriendo a tomar ponche, comer picarones y el infaltable mondongo. Yo creo que lo mejor de la Semana Santa era la procesión del Pascualito Huanca.

Función continuada: El cisne negro

Mr. Hyde toma el control

Juan Carlos Suárez Revollar

Dos buenos filmes ha dirigido Darren Aronofsky además del que nos ocupa ahora: “Réquiem por un sueño” (2000) y “El luchador” (2008).

“El cisne negro” tiene una forma particular de narrar, y se asemeja mucho —por lo alucinado, difuso y hasta ambiguo— a “Réquiem por un sueño”. El punto de vista predominante es el de Nina (Natalie Portman), pero en dos niveles: la parte más objetiva es la de su “yo” cuerdo. El segundo nivel, y el más rico, es el producido desde su “yo” perturbado, que toma la forma del cisne negro.

La historia nos remite a clásicos como “El Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, por la dualidad de personalidades opuestas; y también a la institutriz de “La vuelta de tuerca”, cuya represión sexual se derivaría en los aparecidos y fantasmas que la atormentan a ella y a los niños que tiene a su cargo. Y claro, a “La pianista”, sea la novela o la versión fílmica, con las que esta película guarda mucha relación.

En “El cisne negro” la ficción es más poderosa que la realidad, y eso se hace patente con la paulatina toma del control de Nina por su “yo” perverso, que avanza tal cual su mente se va degenerando. Algo a destacar es que esa personalidad actúa sobre la capacidad de autocontrol de Nina, y la obliga a hacer cosas que ésta tenía reprimidas.

La actuación de la protagonista es más que sobresaliente. Es su personaje el que lleva el peso de la historia, y Portman lo asume bien. Los demás personajes están a la altura, aunque algunos son desaprovechados, como la madre de Nina, pese a que aquí la interpretación es impecable.

Un defecto ostensible es la excesiva exposición de las alucinaciones. El espectador notará desde el inicio que la explicación del conflicto está en la mente perturbada de su protagonista. Y la reiteración continua de ese fenómeno termina por cansar.

Hay además problemas en la integración del punto de vista, y finalmente prevalece el caos. Sin embargo, los méritos son muchos más, como el solo hecho de tramar una brillante y aun complicada historia a partir de algo tan sencillo como “El lago de los cisnes”. Además, la tensión dramática, así como la capacidad del filme de atrapar al espectador de principio a fin, hacen que ver “El cisne negro” sea una agradable experiencia.

El cisne negro

Director: Darren Aronofsky

Título original: The Black Swan

Duración: 108 minutos

País y año: Estados Unidos, 2010

Idioma: inglés con subtítulos en español