lunes, 22 de noviembre de 2010

Solo 4 del 20 de noviembre de 2010



Estamos de fiesta. Y doblemente. Esta semana la Huaconada de Mito fue declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco y, además, el emblemático colegio Santa Isabel añadió un año más a su patricia longevidad. Doble motivo para sentirnos orgullosos y presentar un especial por ambas complacencias.


La cita de la semana:
Otras danzas había de enmascarados, que llamaban guacones, y las máscaras y su gesto eran del puro demonio.

José de Acosta, Historia natural y moral de Las Indias (1590).

La Huaconada de Mito

Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad

Simeón Orellana Valeriano

El Comité para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco ha decidido incluir a la Danza del Huakón —llamada también La Huaconada de Mito—, como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, en su reciente reunión de Nairobi, África. Uno de los propulsores de este reconocimiento es el estudioso Simeón Orellana Valeriano, quien nos presenta una visión antropológica de esta danza, que tiene más de 1500 años de existencia.

Mito es un hermoso pueblo, engarzado en la margen derecha del río Mantaro, provincia de Concepción de la región Junín. Cada año —del 1 al 3 de enero— llega a Mito ese aroma de fiesta que significa en buen romance: alegría, entusiasmo, dolor, llanto y amor. Esta festividad escenifica una de las danzas más antiguas del mundo andino.
El origen de esta danza se entronca con los de los pueblos puquinas, aimaras, quechuas, xauxa-huankas, etc. Ha surgido en las fuentes de una religión prehispánica, pero manteniendo su urdiembre primitiva, llena de hermosas leyendas y mitos andinos. De las investigaciones podemos manifestar que la máscara del Huakón surge en el Collao, hace aproximadamente 1500 años, en el Horizonte Medio Wari - Tiwanako.
En la máscara existe un mensaje que debemos decodificar. ¿Podríamos hablar de un “contenido ideológico” dentro de la máscara primigenia del Huakón? La máscara es un símbolo de la creencia en el dios Kon y, por eso, adopta el carácter de sagrado, como lo hemos explicado en nuestro libro “La Danza de los Sacerdotes del Dios Kon. La Huaconada de Mito” (2004).
La “macora” (sombrero), la capa o “catacuna”, el “delantal”, la “camisa de bayeta”, el “pantalón”, las “mangash”, las “medias de lana” y los “shucuys” (calzado indio), integran las partes más importantes y visibles de la vestimenta del Huakón moderno. Es necesario aclarar que existe un Huakón antiguo, cuya vestimenta difiere del actual en la “catacuna”, que es una manta de jerga blanca con rayas negras; y en el sombrero, que es un “chucu” utilizado por el “indio del pueblo”. Ambos personajes utilizan un “tronador”, “látigo” o “ccara huasca”, confeccionado de cuero trenzado. Con este látigo el Huakón castiga al visitante, en la fiesta de Mito, cuando no le habla con respeto y le dice: “Señor Alcalde”, besando el mango del látigo. Actualmente la Huakonada es una danza de control social. Ayuda a mantener el orden y la moral de los pobladores de Mito por lo menos, los días de la fiesta, castigando a los “mancebados” o a las mujeres “casquivanas” y “flojas”.
Para la admisión de los nuevos Huakones se hace
el famoso “Corta Rabo”, una ceremonia en que el
“padrino” los “bautiza” con un látigo pequeño.

La presentación se hace en la plaza de Mito. Salen de la quebrada Ayan Chico, conocida como la “pacarina de los Huakones”. En este lugar se colocan la máscara y la vestimenta. Para la admisión de los nuevos Huakones se hace el famoso “Corta Rabo”, una ceremonia en que el “padrino” los “bautiza” con un látigo pequeño, aplicándoles tres latigazos y asignándoles un apodo con el cual serán identificados como integrantes de la “Sociedad Secreta de los Huakones”. Solamente los miembros conocen la identidad de los demás.
Tras la misa, los Huakones, acompañados por una orquesta típica y la tinya sagrada, dan dos o tres “vueltas” a la Plaza, y luego se dirigen a la Plazuela de La Unión para realizar una misteriosa y enigmática “ccaramusa”. Son doce “mudanzas”, cuyo significado nos explica el profundo mensaje simbólico de la danza. El Nuna Toro, la Huaycharseada y las figuras coreográficas del Inti Palpoy y Anca Palpoy encierran significados cuyos orígenes se encuentran en los ritos de la religión prehispánica.

MÁS DATOS:
Cronistas españoles han dejado informaciones sobre esta supervivencia costumbrista. José de Acosta (1560), Huamán Poma de Ayala (1615), Martín de Murúa (1616), Bernabé Cobo (1639) y, especialmente, Agustín Capcha (1662) “vieron” al Huakón como el personaje central de la danza y nos describieron la máscara. Agustín Capcha dice, en un documento de 1662: “asemismo, tienen de costumbres los endios de ponerse a baylar en los días de fiestas en una osansa de antividades que se llama guacón con unas máscaras lo más feio, que se puede ver puestas en las caras con unos combes que les cervia de cameseta y utado todo el brasos y pies con unos colores narangados tierras o de otras cosas, estos hasen los endios deste pueblo con poco temor de Dios nuestro señor”. Los extirpadores de idolatrías persiguieron y castigaron a estos “endios”. Léase Laykas o sacerdotes andinos.


Un acercamiento a la Huaconada de Mito


Jim Ramos Ñañez
Al parecer, la Huaconada tendría su origen en el Altiplano, lugar en el que se desarrolló la cultura Tiawanaku, hace más de cuatro mil años, según el estudioso boliviano Hugo Boero Rojo.
Siendo los Collao un pueblo rebelde, es muy posible que al ser vencidos por los incas, estos últimos los desterrasen hacia otras zonas del Tahuantinsuyo, como solían hacer con aquellos que ofrecieran resistencia a sus pretensiones expansionistas durante el reinado de Pachacutec. De esta manera se puede explicar que un grupo de los Collao llegaran hacia el poblado de Mito trayendo consigo sus costumbres, entre ellas la Huaconada.
Es una danza mágico-ritual, en un primer momento, y de control social en la actualidad (esa debe ser, al menos la tarea de quienes en la actualidad la ejecutan. De otra manera la danza perdería su valor esencial, de conservar las buenas costumbres y la moral del pueblo).
Sobre la vestimenta original, no se conserva descripción alguna, como afirma Benjamín Gutiérrez en su estudio titulado “Danzas folclóricas del Perú Nº1”. La referencia más antigua que se recuerda en Mito es la siguiente: Sombrero de lana o chuco de fabricación artesanal, máscara de madera con rasgos grotescos, manta de jerga o bayeta a manera de capa, de colores oscuros, pantalón negro, delantal blanco de bayeta, medias de lana, ojotas o llanque de piel de res, látigo tejido de piel de res y mango de madera. Esta vestimenta se modifica a inicios del siglo pasado: sombrero de paja de origen norteño, con flequillos y cintas de diversos colores que cuelan a la altura de la espalda, máscara de madera de talla más acabada y menos grotesca, frazadas atigradas a modo de capa, delantal de seda con diversos colores, con bordados de flores y otras aplicaciones (que en el pasado eran bordados por las madres o las jóvenes enamoradas de los danzantes), medias de lana tejidas con figuras andinas, sandalias afelpadas de colores, con orlas, guantes negros de cuero, látigo finamente tejido con adornos y argollas de plata.
Estos movimientos están dirigidos por el caporal y tienen
el objetivo de castigar al Huacón más desprevenido.
En la actualidad, esta danza es ejecutada durante los tres primeros días del año por un número ilimitado de varones, previamente inscritos con el respectivo pago por el derecho de bailar. Se realiza por las calles del pueblo, concentrándose en su plaza principal. La “Caramusa” se lleva a cabo al medio día. Contiene muchos movimientos de los cuales se conservan: Napayacui o Huipaicui, cruce de brazos, Muyurparin, cruce de látigos, Cenka Pitachalin, El puente, La topada, El balanceo, La cargada, Uhuishjinapitarun y Cuti- cuti. Estos movimientos están dirigidos por el caporal y tienen el objetivo de castigar al Huacón más desprevenido.
Durante el virreinato la danza desapareció por la extirpación de idolatrías, pues era considerada como una danza de demonios. Sin embargo, fue conservada y practicada secretamente, hasta que reapareció a principios del siglo XIX. Desde entonces se le conoce con la denominación de “La Huaconada de Mito”.



Ondas isabelinas y la historia del periodismo isabelino

Juan Cangahuala Malpica

"Ondas Isabelinas" salió a la luz un 3 de julio de I916. El nombre lo sugirió el alumno Leónidas Aguirre Suazo, y como primer director tuvo el alumno César Monge Sánchez. Su primera edición tuvo solamente cuatro páginas.
Posteriormente aparecieron otros periódicos, como el "Aerolito", “I.S.A.”, “El farsante”, y en 1945 “El fogoso”.
En 1952 se publicó “Centenario”, en homenaje a los cien años del colegio. El 23 de noviembre del mismo año, se editó un número extraordinario.
En 1959 vio a luz “El isabelino”, en 1961 “La voz isabelina”, en 1962 “El heraldo isabelino”, y en 1966 “Rasgos isabelinos”.

Ondas isabelinas
Solamente faltan seis años para cumplir su centenario desde la primera publicación. Como directores estuvieron una pléyade de grandes intelectuales, que dentro del periodismo regional y nacional hicieron brillar a Huancayo. Entre ellos sobresalen Reynaldo Puga y Lucio Roque, César Fernández y Edmundo Zegarra; Renato Chumpitazi Castillo, Luis Coleridge Alcántara, Raúl Canes Bastidas, y en la edición especial In Memoriam a los alumnos mártires de la tragedia de Ocros, Hugo Ernesto Mostajo.
“Ondas Isabelinas” de 1957 nos trae páginas de arqueología huanca, en la pluma del Dr. Luis Lumbreras.
En la página 29 encontramos una crónica de Ricardo Tello Devotto titulada "Apuntes sobre las Ruinas arqueológicas en los alrededores de Huancayo”.
Es doloroso nombrar la edición extraordinaria de 1960:

Qué importa, digo, que la soledad
cubra mis formas si veo a otros
hombres, al parecer felices,
que llevan la soledad dentro de sí.

Esta edición fue publicada In Memoriam a los hermanos isabelinos fallecidos en una fecha fatídica de aquel año de 1960 en la curva de Ocros. Para ellos, nuestros recuerdos.


En busca del tiempo

Santa Isabel, años después:

Orestes A. Damián Navarro
Hace 31 años y algo más, llegué al glorioso “Santa Isabel” a sumarme a la busca del tiempo que debían recorrer todos por mantener su historia, su calidad y su vida en el incontrastable Huancayo. Como se comprenderá, siempre ha sido reconocida la frase de que: “hablar de Huancayo, es hablar del ‘Santa Isabel’, y hablar del ‘Santa Isabel’ es hablar de Huancayo”.
Eran tiempos borrascosos para el magisterio nacional, y la lucha continuaba. Mis colegas de entonces me ofrecieron un vivo retrato del “Santi” y de los desafíos que enfrentaba: una pugna por la dirección del plantel, despidos o suspensiones laborales a los profesores en lucha, el levantamiento de la huelga general indefinida, la violencia y protesta general rumbo a la Constituyente, y el reinicio de las laboras educativas, amputadas por muchas cosas, desde meses atrás.
Había que devolverle al “glorioso” tantas cosas, y debía hacerlo como Asesor de Ciencias Naturales. No sé si se hizo mucho o poco, pero siempre “Santa Isabel” fue más grande que todos sus problemas. Sin embargo, en los cielos, en los Andes, en los valles, en las ciudades y pueblos, algo flotaba en el ambiente. Nada hacía presagiar la hecatombe que se avecinaba con el terror a cuestas.
El temor debía ser vencido como una obligación
moral constante para enfrentar a esa crisis
política y a la expansión del terrorismo.
Hace 25 años, cuando acepté el cargo de coordinador de la Oficina de Bienestar del Educando (OBE), pensé que sólo enfrentaría la conducta de los alumnos, sin embargo, debí también encarar la brutal agresión de que fueron víctimas los docentes cuando, en los siguientes años, muchos de ellos fueron asesinados. Los maestros y alumnos estábamos al centro de dos frentes ignominiosos. Las clases se hacían con el fragor de las bombas y la huída en estampida de los estudiantes. Fueron semanas, meses, años enteros: qué difícil fue manejar OBE. Había destrucción por doquier: ventanas, servicios higiénicos, salones y techos, que volaban por los aires, mientras el temor debía ser vencido como una obligación moral constante para enfrentar a esa crisis política y a la expansión del terrorismo; y sobre todo, para atenuar la amenaza a las familias, a la comunidad y al glorioso centenario.
Hace 20 años la infamia coronó, como nunca, la deshonra al magisterio isabelino. Se obligó la renuncia de casi todo el equipo directivo y jerárquico. Todavía recuerdo el terror. No fue necesaria ninguna resolución de cese. Se fueron con honor, acaso llorando la ausencia de los que ya no estaban con nosotros.
Finalmente, el coraje y la determinación nos sirvió de inspiración para seguir trabajando tan arduamente como podíamos, para asegurar que alumnos y profesores sigan gozando, ya en momentos de paz, de las oportunidades que se merecen; y busquemos el progreso y la prosperidad para las generaciones venideras.

El rincón de las ilusiones muertas

José Oregón Morales
La noble campaña de “Correo” iniciada para este aniversario de noviembre, nos conmueve a todos los que hemos vivido la sublime permanencia en el Santa Isabel. Hace cinco años, trajinando por la calle Real, sin presagiarlo, me encontré frente a un caballero elegante, de pulcro terno y corbata.
—¡Pavo! ¡Promoción!
—¡Oh!, mi querido Oregón. Hombre, mis respetos —y me abraza fraternalmente tomándome luego por los codos.
—Más de cuarenta años y sigues igual, “Pavo de mierda” —contestando con frases respetuosas y fraternas a todas las puyas ofensivas que te lanzábamos en el 5to. A.
—¡Pavo, glu, glu, glu, glu! Y nos desternillábamos de risa, no por tu nariz llena de moco que casi cubría tu boca, sino por el arte perfecto que tenía Vizurraga para imitar el graznido onomatopéyico de los elegantes pavos.
—¡Qué pasa, queridos compañeros! ¡Hombre, yo en ningún momento los he ofendido para merecer el mal trato que me dan!
Así eras, mientras los otros la apostábamos para la salida y acicateados por el clásico “kish, kish, kish” del círculo humano, terminábamos ensangrentados y con el uniforme premilitar roto. ¡Era necesario sacarse la chochoca para que te respeten. A partir de ahí ya nadie te jodía.
—¿Qué es de tu vida, Alcides Abarca? ¿Dónde vives? ¿Qué haces? Estás igualito.
—Resido en Alemania, mi querido Oregón. Ya son tres décadas que viajo por toda Europa. Soy maestro de la Orquesta Sinfónica de Berlín.
Tocaba la campana de salida a las cinco y como
locos corríamos a la Sala de Música. Nos aguardaban
decenas de violines, guitarras y un piano alemán.
¡Cierto! Tocaba la campana de salida a las cinco y como locos corríamos a la Sala de Música. Nos aguardaban decenas de violines, guitarras y un piano alemán. Lo más importante, nos aguardaba el maestro de música. Febriles, encajábamos el violín bajo nuestras quijadas e iniciábamos el solfeo y la lectura de las partituras. Eras el violinista más avanzado del inmenso grupo, y el maestro te trataba con especial deferencia. Todos los rincones estaban poblados de alumnos ávidos por aprender a tocar, picando melodías, arpegios y pulsando acordes que hacían saltar los ojos de los que menos sabíamos. Recuerdo también que escuchábamos en el aula, frenéticos, las canciones de los Beatles cantadas por Claudio, o saltábamos de alegría con los temas de los Rolling Stones. Pero te juro, ensoñábamos las melodías de Franz Liszt emergiendo de las concavidades de tu violín. Entonces te adorábamos y eras bello a nuestros ojos, te perdonábamos tu nariz de pavo.
El resto, ya lo sabes: recortaron el presupuesto, cerraron el internado y las becas, demolieron el gimnasio y el campo auxiliar de deportes para tugurizar el plantel con nuevas aulas, cerraron la sala de música y el profesor emigró al Brasil, donde sí le dieron nido para seguir forjando a nuevos artistas. Esa sala quedó como “El rincón de las ilusiones muertas”. Casi todos ya no pudimos seguir cultivando nuestros talentos. Los instrumentos se fueron perdiendo de a pocos, como todo se pierde en el actual “Santi”. Las donaciones de los ex alumnos se pierden. Se robaron los instrumentos de la banda. Se robaron las máquinas de la sala de cómputo, se robaron los kits deportivos, los equipos de imagen y sonido donados para sus respectivas aulas. Las carpetas de los que ingresan se vuelven a vender al día siguiente. Un poco más y se llevan las losetas que los ex alumnos hicieron colocar en los pisos de sus aulas.
Tú eres nuestro timbre de orgullo, Alcides Abarca, al lado de insignes héroes, profesionales de todas las especialidades, científicos y literatos, artistas y obreros que ha dado el colegio para el beneficio de la sociedad y que ejecutan obras agradables a los ojos de Dios.
—¡Mi querido Oregón! Cuéntame de nuestros compañeros. Sólo he venido por asuntos familiares y el martes debo retornar a Alemania. ¿Cómo está “Ayacucho”, “El Camión”, nuestro “Candela”, Sócrates Zevallos, El “Pato” Gálvez. Cuéntame…
Hasta siempre, Abarca. Te vi desaparecer entre el gentío que salía de la Catedral. Maestro en toda la extensión de la palabra; te vas a una Europa donde te escuchan, donde te aman y respetan por los talentos que cultivaste en el viejo Santi. Eres, quizá, el único producto prodigioso que germinó en lo que es ahora “El rincón de las ilusiones muertas”.

Recordando a mis maestros del “Santi”

Oscar Mario De la Cruz Núñez
En la década del sesenta integré la promoción “José Carlos Mariátegui” del 5to “B”, sección de Letras. Recuerdo los nombres de mis maestros como si el tiempo no hubiera transcurrido. Permanecí cinco años en mi querido “Santa Isabel”, gritando a todo pulmón en aquellos hermosos años que siempre la “S”, siempre la “I”. Una época de oro de la gloriosa Gran Unidad Escolar de aquel entonces.
En Fiestas Patrias y en el aniversario del “cole” desfilábamos a lo largo de la calle Real, al son de la banda de músicos, bajo la conducción del inolvidable “Cholo” Hermosa, con nuestro uniforme comando de color caqui, cosechando aplausos.
Cómo no recordar a mis ilustres maestros, forjadores de mentes. Ahí estaba el Dr. Zegarra, director del colegio, frente al alumnado, mañana y tarde, durante la formación en el patio de honor. Luego de su retorno en 1963 nos dio el abrazo a toda la promo, por nuestra lucha estudiantil contra una injusta reasignación a otro plantel.
Se escucha todavía la voz de mando del teniente Santibáñez. Por aquel entonces integré el batallón de “Shushupis”. Los brigadieres de sección y los cadetes que conformaban la promoción colaboraban eficientemente en la disciplina.
Luego de su retorno en 1963 nos dio el abrazo a
toda la promo, por nuestra lucha estudiantil
contra una injusta reasignación a otro plantel.

Empeñosos, los auxiliares de educación indicaban con la mano la correcta formación. El “Churcho” Cabanillas, el “Ratón” Pérez, o el soldado “Cashi” Casimiro, quien poco después reingresó al ejército como teniente de Caballería. Una mañana se despidió, para nuestra sorpresa, dirigiendo la formación general con su impecable uniforme de oficial.
Quedan aún en mi mente las sabias enseñanzas de mis profesores como el “Eléctrico” Barreto de Matemáticas, que llenaba de canto a canto la pizarra con ecuaciones; el “Chato” Zárate, también de este curso; el “Tuco” Castellares, impecablemente trajeado, cuadriculando la pizarra con sus cuadros sinópticos de Historia; o Arauco y Scarsi de Sicología y Filosofía respectivamente, explicándonos del qué de la vida uno, y de su origen el otro.
El “Gringo” Plúmer de Inglés, con su asequible metodología; o el pequeño “Lucero”, recomendándonos que aprendamos mejor este idioma. El “Mambo” Pérez, “Shoco” Rojas o Santos de Ciencias Naturales; Ortiz y Gamboa y otros más de Lengua y Literatura, inculcándonos a hablar con propiedad y a andar con nuestro diccionario en el bolsillo. El profe “Pepito” de Artes, con su singular recomendación: no comprar betún, sino fabricarlo. Nonato Osorio y el “Zambo” Rojas de Educación Física, que forjaban atletas de diversas disciplinas.
A todos ellos y otros más, de quienes tuve la oportunidad de recibir sus enseñanzas, gracias mil, por haber despertado mi vocación por la sacrificada y delicada tarea de la docencia.