Santa Isabel, años después:
Orestes A. Damián Navarro
Hace 31 años y algo más, llegué al glorioso “Santa Isabel” a sumarme a la busca del tiempo que debían recorrer todos por mantener su historia, su calidad y su vida en el incontrastable Huancayo. Como se comprenderá, siempre ha sido reconocida la frase de que: “hablar de Huancayo, es hablar del ‘Santa Isabel’, y hablar del ‘Santa Isabel’ es hablar de Huancayo”.
Eran tiempos borrascosos para el magisterio nacional, y la lucha continuaba. Mis colegas de entonces me ofrecieron un vivo retrato del “Santi” y de los desafíos que enfrentaba: una pugna por la dirección del plantel, despidos o suspensiones laborales a los profesores en lucha, el levantamiento de la huelga general indefinida, la violencia y protesta general rumbo a la Constituyente, y el reinicio de las laboras educativas, amputadas por muchas cosas, desde meses atrás.
Había que devolverle al “glorioso” tantas cosas, y debía hacerlo como Asesor de Ciencias Naturales. No sé si se hizo mucho o poco, pero siempre “Santa Isabel” fue más grande que todos sus problemas. Sin embargo, en los cielos, en los Andes, en los valles, en las ciudades y pueblos, algo flotaba en el ambiente. Nada hacía presagiar la hecatombe que se avecinaba con el terror a cuestas.
Orestes A. Damián Navarro
Hace 31 años y algo más, llegué al glorioso “Santa Isabel” a sumarme a la busca del tiempo que debían recorrer todos por mantener su historia, su calidad y su vida en el incontrastable Huancayo. Como se comprenderá, siempre ha sido reconocida la frase de que: “hablar de Huancayo, es hablar del ‘Santa Isabel’, y hablar del ‘Santa Isabel’ es hablar de Huancayo”.
Eran tiempos borrascosos para el magisterio nacional, y la lucha continuaba. Mis colegas de entonces me ofrecieron un vivo retrato del “Santi” y de los desafíos que enfrentaba: una pugna por la dirección del plantel, despidos o suspensiones laborales a los profesores en lucha, el levantamiento de la huelga general indefinida, la violencia y protesta general rumbo a la Constituyente, y el reinicio de las laboras educativas, amputadas por muchas cosas, desde meses atrás.
Había que devolverle al “glorioso” tantas cosas, y debía hacerlo como Asesor de Ciencias Naturales. No sé si se hizo mucho o poco, pero siempre “Santa Isabel” fue más grande que todos sus problemas. Sin embargo, en los cielos, en los Andes, en los valles, en las ciudades y pueblos, algo flotaba en el ambiente. Nada hacía presagiar la hecatombe que se avecinaba con el terror a cuestas.
El temor debía ser vencido como una obligación
moral constante para enfrentar a esa crisis
política y a la expansión del terrorismo.
Hace 25 años, cuando acepté el cargo de coordinador de la Oficina de Bienestar del Educando (OBE), pensé que sólo enfrentaría la conducta de los alumnos, sin embargo, debí también encarar la brutal agresión de que fueron víctimas los docentes cuando, en los siguientes años, muchos de ellos fueron asesinados. Los maestros y alumnos estábamos al centro de dos frentes ignominiosos. Las clases se hacían con el fragor de las bombas y la huída en estampida de los estudiantes. Fueron semanas, meses, años enteros: qué difícil fue manejar OBE. Había destrucción por doquier: ventanas, servicios higiénicos, salones y techos, que volaban por los aires, mientras el temor debía ser vencido como una obligación moral constante para enfrentar a esa crisis política y a la expansión del terrorismo; y sobre todo, para atenuar la amenaza a las familias, a la comunidad y al glorioso centenario.
Hace 20 años la infamia coronó, como nunca, la deshonra al magisterio isabelino. Se obligó la renuncia de casi todo el equipo directivo y jerárquico. Todavía recuerdo el terror. No fue necesaria ninguna resolución de cese. Se fueron con honor, acaso llorando la ausencia de los que ya no estaban con nosotros.
Finalmente, el coraje y la determinación nos sirvió de inspiración para seguir trabajando tan arduamente como podíamos, para asegurar que alumnos y profesores sigan gozando, ya en momentos de paz, de las oportunidades que se merecen; y busquemos el progreso y la prosperidad para las generaciones venideras.
Hace 20 años la infamia coronó, como nunca, la deshonra al magisterio isabelino. Se obligó la renuncia de casi todo el equipo directivo y jerárquico. Todavía recuerdo el terror. No fue necesaria ninguna resolución de cese. Se fueron con honor, acaso llorando la ausencia de los que ya no estaban con nosotros.
Finalmente, el coraje y la determinación nos sirvió de inspiración para seguir trabajando tan arduamente como podíamos, para asegurar que alumnos y profesores sigan gozando, ya en momentos de paz, de las oportunidades que se merecen; y busquemos el progreso y la prosperidad para las generaciones venideras.
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