Oscar Mario De la Cruz Núñez
En la década del sesenta integré la promoción “José Carlos Mariátegui” del 5to “B”, sección de Letras. Recuerdo los nombres de mis maestros como si el tiempo no hubiera transcurrido. Permanecí cinco años en mi querido “Santa Isabel”, gritando a todo pulmón en aquellos hermosos años que siempre la “S”, siempre la “I”. Una época de oro de la gloriosa Gran Unidad Escolar de aquel entonces.
En Fiestas Patrias y en el aniversario del “cole” desfilábamos a lo largo de la calle Real, al son de la banda de músicos, bajo la conducción del inolvidable “Cholo” Hermosa, con nuestro uniforme comando de color caqui, cosechando aplausos.
Cómo no recordar a mis ilustres maestros, forjadores de mentes. Ahí estaba el Dr. Zegarra, director del colegio, frente al alumnado, mañana y tarde, durante la formación en el patio de honor. Luego de su retorno en 1963 nos dio el abrazo a toda la promo, por nuestra lucha estudiantil contra una injusta reasignación a otro plantel.
Se escucha todavía la voz de mando del teniente Santibáñez. Por aquel entonces integré el batallón de “Shushupis”. Los brigadieres de sección y los cadetes que conformaban la promoción colaboraban eficientemente en la disciplina.
Empeñosos, los auxiliares de educación indicaban con la mano la correcta formación. El “Churcho” Cabanillas, el “Ratón” Pérez, o el soldado “Cashi” Casimiro, quien poco después reingresó al ejército como teniente de Caballería. Una mañana se despidió, para nuestra sorpresa, dirigiendo la formación general con su impecable uniforme de oficial.
Quedan aún en mi mente las sabias enseñanzas de mis profesores como el “Eléctrico” Barreto de Matemáticas, que llenaba de canto a canto la pizarra con ecuaciones; el “Chato” Zárate, también de este curso; el “Tuco” Castellares, impecablemente trajeado, cuadriculando la pizarra con sus cuadros sinópticos de Historia; o Arauco y Scarsi de Sicología y Filosofía respectivamente, explicándonos del qué de la vida uno, y de su origen el otro.
El “Gringo” Plúmer de Inglés, con su asequible metodología; o el pequeño “Lucero”, recomendándonos que aprendamos mejor este idioma. El “Mambo” Pérez, “Shoco” Rojas o Santos de Ciencias Naturales; Ortiz y Gamboa y otros más de Lengua y Literatura, inculcándonos a hablar con propiedad y a andar con nuestro diccionario en el bolsillo. El profe “Pepito” de Artes, con su singular recomendación: no comprar betún, sino fabricarlo. Nonato Osorio y el “Zambo” Rojas de Educación Física, que forjaban atletas de diversas disciplinas.
A todos ellos y otros más, de quienes tuve la oportunidad de recibir sus enseñanzas, gracias mil, por haber despertado mi vocación por la sacrificada y delicada tarea de la docencia.
En la década del sesenta integré la promoción “José Carlos Mariátegui” del 5to “B”, sección de Letras. Recuerdo los nombres de mis maestros como si el tiempo no hubiera transcurrido. Permanecí cinco años en mi querido “Santa Isabel”, gritando a todo pulmón en aquellos hermosos años que siempre la “S”, siempre la “I”. Una época de oro de la gloriosa Gran Unidad Escolar de aquel entonces.
En Fiestas Patrias y en el aniversario del “cole” desfilábamos a lo largo de la calle Real, al son de la banda de músicos, bajo la conducción del inolvidable “Cholo” Hermosa, con nuestro uniforme comando de color caqui, cosechando aplausos.
Cómo no recordar a mis ilustres maestros, forjadores de mentes. Ahí estaba el Dr. Zegarra, director del colegio, frente al alumnado, mañana y tarde, durante la formación en el patio de honor. Luego de su retorno en 1963 nos dio el abrazo a toda la promo, por nuestra lucha estudiantil contra una injusta reasignación a otro plantel.
Se escucha todavía la voz de mando del teniente Santibáñez. Por aquel entonces integré el batallón de “Shushupis”. Los brigadieres de sección y los cadetes que conformaban la promoción colaboraban eficientemente en la disciplina.
Luego de su retorno en 1963 nos dio el abrazo a
toda la promo, por nuestra lucha estudiantil
contra una injusta reasignación a otro plantel.
Quedan aún en mi mente las sabias enseñanzas de mis profesores como el “Eléctrico” Barreto de Matemáticas, que llenaba de canto a canto la pizarra con ecuaciones; el “Chato” Zárate, también de este curso; el “Tuco” Castellares, impecablemente trajeado, cuadriculando la pizarra con sus cuadros sinópticos de Historia; o Arauco y Scarsi de Sicología y Filosofía respectivamente, explicándonos del qué de la vida uno, y de su origen el otro.
El “Gringo” Plúmer de Inglés, con su asequible metodología; o el pequeño “Lucero”, recomendándonos que aprendamos mejor este idioma. El “Mambo” Pérez, “Shoco” Rojas o Santos de Ciencias Naturales; Ortiz y Gamboa y otros más de Lengua y Literatura, inculcándonos a hablar con propiedad y a andar con nuestro diccionario en el bolsillo. El profe “Pepito” de Artes, con su singular recomendación: no comprar betún, sino fabricarlo. Nonato Osorio y el “Zambo” Rojas de Educación Física, que forjaban atletas de diversas disciplinas.
A todos ellos y otros más, de quienes tuve la oportunidad de recibir sus enseñanzas, gracias mil, por haber despertado mi vocación por la sacrificada y delicada tarea de la docencia.
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