martes, 4 de diciembre de 2012

Solo 4, “446”, del 01 de DICIEMBRE de 2012, año IX

LA CITA:

«Como no llevaba un céntimo encima, el camarero le prestó dinero para pagar, y, tras dejar una generosa propina, el Mayor sin darse cuenta se embolsó lo que sobraba... »

Boris Vian, Las murallas del sur

LO ÚLTIMO: El padrino, 40 años de su estreno



Era 1972, Francis Ford Coppola junto a su productor Albert S. Ruddy estrenan la que es considerada mejor película de la historia: “El padrino”.
Con un reparto de lujo: Marlon Brando, Al Pacino, Robert Duvall, Diane Keaton, James Caan y más, este filme cautivó a la crítica y a los espectadores del mundo entero, y recaudó más de 245 millones de dólares en la taquilla.
Después de 40 años, vuelve a las salas como un homenaje a su vigencia, y con sustanciales mejoras digitales a su ya incontrastable calidad.
Lo que nos resulta increíble es que la única cadena de cines con presencia en la región central del Perú, no haya traído “El padrino”, cuando una película interminablemente inferior, sobre lobos amanerados y modelos chupasangre, tiene hasta ocho horarios en sus mejores salas, además de que sí la estrenaron en otras provincias como Arequipa, Trujillo y Chiclayo, o en todo Lima.
Soportamos el hecho de que paulatinamente suban los precios, o que irregularmente traigan filmes de autor, los pongan en las peores salas y los quiten de cartelera a la semana, pero también queremos saber ¡¿hasta cuándo van a continuar con esta infausta marginación?!

Los Sinlogismos de Sofocleto


Jhony Carhuallanqui



El silogismo es una forma de expresión lógica que parte de premisas para obtener una conclusión. Es decir, es una proposición cuya lógica que se articula entre el humor y el sarcasmo, que nos divierte, sorprende o mortifica, pero que siempre nos invita a la reflexión.
El creador de esta forma particular de plasmar ideas fue Luis Felipe Angell o simplemente “Sofocleto”, quién siempre afirmaba  que la ignorancia consiste en saberlo todo, pero de otra manera.
Sofocleto cuestionaba por qué «el capitalista vive explotando, y sale ileso», además aseveraba rotundamente: «Cuando un vicio social es inextirpable, se llama tradición», y «Arpía es una suegra que toca el arpa». Sus Sinlogismos han dado paso a otra forma de interpretar (o reinterpretar) las cosas, y que al leerlas terminamos con un asentimiento cómplice. Por ejemplo:
«El hombre regresa cuando ya no es el mismo que se fue». «Sí, ya lo sé. Todos los demás maridos son perfectos». «El monólogo consiste en tratar de explicarle algo a una mujer», o «Meditar es pensar qué medias ponerse».
Este osado personaje señalaba con esmero que «Lo malo de la inteligencia es que no se contagia a nadie», y que «El peligro de los analfabetos está en que comiencen a escribir».
Luchó contra el autoritarismo desde muy joven: a los 12 años publicó en su colegio religioso el manuscrito “abajo los curas”, lo que le valió su expulsión. Digamos, fue un promiscuo mártir por la tolerancia. También fue encarcelado y expatriado en el gobierno militar de Velasco Alvarado, experiencia que en lugar de amilanarlo, lo estimuló para escribir su célebre “Manual del perfecto deportado”, escrito en el que apunta: «Yo no necesito la libertad de expresión porque en mi país cada quién sabe lo que pienso de él». 
Sus “Peditoriales” en “Don Sofo” —en el que era redactor, corrector, digitador, diagramador y demás— fueron del gusto popular, y los apodos allí vertidos, patrimonio de la época: Luis Bedoya era “El tucán”; Fernando Belaúnde, “El architecto”; y el impávido Víctor Raúl Haya de la Torre, “Papaya”.
Diplomático distinguido y humorista consagrado, dejó el pasatiempo para volverlo pasión. Su ingeniosa  pluma se expuso desde los mayores diarios de Lima hasta “Selecciones” del “Reader´s Digest”. Era políglota por su labor diplomática pero para “romper el hielo” nada mejor que su “Diccionario loco”, que era mejor que la valeriana para los nervios:
Adefesio: Idea brillante que tuvo otro antes que nosotros.
Alameda: Grosera interjección china usada para mandar a la gente a un lugar sucio e innombrable.
Antílope: Enemigo de Lope de Vega.
Barbarie: Época en la que los hombres se mataban de uno en uno.
Budín: Hijo menor de buda.
Camarón: Aparato enorme que saca fotos.
Capuchino: Aplicase al chino que ha sufrido castración.
Lengua: Instrumento cortante que usan las mujeres para convertir en tajadas al prójimo.
Mosquetón: Mosco afeminado.
Santurrón: Patrono de los pasteleros.
Solterona: Mercadería que no se entregó a tiempo.
Su libro “Los Cojudos” terminó siendo una catarsis social donde pormenoriza la escala de “vivansky” y “lobinsky” para medir los grados de “acojudamiento”, y hace una rigurosa clasificación de los “cojudos” para terminar con la “cojudez como institución”. Toda una teoría.
“Clavó el pico” —cómo él diría— en 2004. Además, sobre esto afirmaba: «Lo bueno de la muerte es que jamás se repite». Seguramente él hubiera escrito en su epitafio su ya célebre Sinlogismo: «Dios hizo a los cojudos para que los demás peruanos no se murieran de hambre».

DESLECTURAS (PERUANAS): Tradiciones en salsa verde / Ricardo Palma


Un picante y licencioso giro de las Tradiciones Peruanas

Juan Carlos Suárez Revollar



Ricardo Palma dedicó más de medio siglo a la escritura de la tradición, un género eminentemente americano al que dio forma y llevó a su máximo esplendor. A su humor e ironía se unen el uso de la oralidad y un lenguaje pulcro aunque satírico, lleno de sesgos idiomáticos locales y neologismos (pues Palma fue uno de los lingüistas más destacados en lengua castellana de la época).
Surgida antes de la consolidación del cuento-ficción (que la reemplazó completamente desde el segundo tercio del siglo XX), la tradición es el relato con fondo histórico creado a partir de un hecho real —por banal que fuera— y contado como una anécdota a la que se han añadido detalles ficticios para llenar los vacíos que la fuente documental u oral no registra. Palma la definió como «una de las formas que puede revestir la Historia, pero sin los escollos de esta».
A las más de cuatrocientas tradiciones publicadas entre 1860 y 1918, se suma un pequeño grupo titulado «Tradiciones en salsa verde». Manteniendo el mismo aliento que las otras, relatan hechos pícaros, casi impúdicos, de humor voluptuoso y escarnecedor. La edición príncipe y sus derivadas provienen de una copia mecanografiada que Palma obsequió en 1904 a su amigo Carlos Basadre, con la indicación de «no consentir que sean leídas por gente mojigata, que se escandaliza no con las acciones malas sino con las palabras crudas». No vieron la luz de manera oficial hasta 1973, pues Palma tenía la seguridad de que no estaban «destinadas para la publicidad», y por esa razón no aparecen entre las «Tradiciones Peruanas Completas» que hicieran su hija Angélica en 1924, ni en la de su nieta Edith, en 1953.
Se trata de 16 tradiciones brevísimas y dos composiciones satíricas en verso, precedidas por una dedicatoria, en cuyos títulos se puede encontrar palabras y palabrotas como «La pinga del Libertador», «La cosa de la mujer» o «El carajo de Sucre»: he ahí la razón de la aprensión de Palma por la reprobación que habría significado su difusión. En opinión de Alberto Rodríguez Carucci, el título sugiere que «nos encontramos ante unos textos condimentados con un aderezo picante, y con unos tonos subidos de color, maliciosos y chispeantes, quizás crudos, escabrosos y hasta obscenos».
Antes que un giro de tuerca o conclusión del relato —a la manera del cuento—, finalizan en su mayoría con un efecto cómico, similar al chiste o la chanza, que se asienta en el uso rimbombante de una palabrota o en anécdotas mínimas, habitualmente licenciosas.
Bajo la candente salsa verde de estas tradiciones, no solo reímos de respetados personajes históricos —entre ellos Bolívar, Sucre o Castilla—, sino también de religiosos y nobles. «Fatuidad humana», por ejemplo, relata «los polvos» del rey don Juan de Portugal, y hasta lo califica de «braguetero». Entre las digresiones que Palma solía utilizar para deslizar sus propias opiniones, tuvo la libertad de escribir: «sospecho que Patrocinio era tan puta como cualquier chuchumeca de Atenas», al referirse a la linda y ardiente mulata que llenaba de cuernos la cabeza de este desafortunado rey.
Destaca, además, un ánimo venenoso y burlón sobre el clero y el gobierno, tal cual ocurre con las asustadizas monjitas de «El lechero del convento», obligadas a escuchar de jodiendas y cascadas masturbatorias; o del Mariscal Ramón Castilla, quien destierra al amante de su hembra pretextando que su «gobierno no quiere aguantar cuernos».
Las dos composiciones poéticas —que aparecen bajo título individual— están conectadas al conjunto del libro porque su autoría se atribuye a Monseñor Cuero y Fray Francisco del Castillo, personajes de las tradiciones «El carajo de Sucre» y «Un Calembourg», respectivamente. En esta última aquel díscolo fraile se mete en problemas por comparar los cojones del padre provincial con los del chivato de Cimbal.
En el plano lingüístico, Palma se adelantó a los autores modernos que hurgaron en la jerga y el argot para retratar el lenguaje coloquial popular. Así, acopió para la literatura expresiones como «los riñones de la concha», o los americanismos «culear», «chucha», «cojudo» o «pájaro».
Cerca a los 40 años de publicadas, las «Tradiciones en salsa verde» siguen haciéndonos reír, ya sin rubor, de los chismes y rumores que circulaban siglos atrás en esta tierra criolla, de cuya historia Ricardo Palma se sirvió para inventar el género literario que le dio inmortalidad.

IMPRESCINDIBLES: GEORGE HARRISON


Selección y textos: Roberto Loayza

All Things Must Pass (1970)

Sin duda alguna, el debut del Beatle silencioso es su obra maestra, haciendo palidecer, incluso, a los primeros trabajos solistas del resto del grupo. Una perfecta mixtura de su enorme espiritualismo con su conocido sonido tan rico en texturas, que Harrison fue puliendo en los últimos trabajos de la banda. Phil Spector hace una estupenda labor con un pródigo trabajo orquestal en un disco triple tremendamente ambicioso y apasionante, que cuenta con el invalorable apoyo de su gran amigo Eric Clapton.



Concert For Bangladesh (1971)

Este concierto elevó a Harrison a un status de súper estrella comprometida con causas justas, el mismo que dejó un legado invaluable para siguientes eventos de similar carácter. A instancias de su amigo y maestro, el músico indio Ravi Shankar, el 1 de agosto de 1971, el Madison Square Garden de Nueva York fue testigo de un concierto legendario con la participación de luminarias como Ringo Starr, Clapton, Badfinger, Leon Russell, Billy Preston y la participación estelar de Bob Dylan, todos guiados por la mano maestra de George. Eran tiempos en que las estrellas del rock pensaban que podían salvar el mundo.



Brainwashed (2002)

15 años después del estupendo y exitoso “Cloud Nine” sale a la luz este extraordinario disco. Por desgracia Harrison no pudo verlo terminado, puesto que el 29 de noviembre del 2001, falleció en su casa de Los Ángeles. Una gema humilde, de perfil bajo, como le gustaba al buen George, finamente producida por el gran Jeff Lynne, cerebro de la Electric Light Orchestra y gran amigo. Introspectivo, profundo y sazonado con un delicioso buen humor. Se puede percibir que la injusta batalla contra el cáncer la libraba con ironía y desbordante talento. Una dulce despedida.


TODAVÍA NO PINTO CANAS / CUARTA ENTREGA


El príncipe pintor que llegó del frío

Josué Sánchez

James Chaytor, Diana Casas, y Josué Sánchez sujetando a su hijo Álvaro.

Llegó con la melena rubia y el bléiser azul que pronto nos acostumbraríamos a ver. Vino por una semana y se quedó más de tres años. El día que conocimos a James despedíamos a Sigi, un amigo alemán que regresaba a su país con su familia después de ocho años. Casualmente nos visitaba también una francesa. Seguramente con tanto europeo en casa se sintió cómodo, y fue por eso que regresó otro día, y luego otro. Más tarde nos preguntó si podíamos alquilarle una habitación. Así, se fue quedando.
Primero fue sólo cosa de pintar, pero meses después, Ilse y Bernard, un matrimonio de voluntarios amigos nuestros —austríaca ella, suizo él— fueron a visitarnos para anunciarnos que pronto regresarían a Europa, y entonces surgió la idea de escribir un libro antes de que partieran.
Una noche, Bernard llamó para decir que el siguiente sábado se iría a Suiza por una semana. Era miércoles, pero sin pensarlo dos veces, decidimos que llevaría el proyecto. El lunes siguiente, el proyecto estaba aprobado.
Así empezamos a estudiar las plantas. Pronto nos dimos cuenta de lo difícil que sería. Sólo Ilse y Bernard eran agrónomos. El campo de Diana es el comercio exterior; el mío, la cultura andina; James no sólo había estudiado arte, sino además filosofía y medicina alternativa. Pero no había un solo biólogo o botánico entre nosotros. Tuvimos que aprender aceleradamente. Hicimos investigación de campo, leímos mucho. Trabajamos día y noche.
Fue entonces cuando surgieron las discrepancias. Europa y Perú se confrontaron. Tuvimos discusiones memorables. Fue un representante de la financiera quien nos enrumbó. A mediados del 2000, el libro estaba terminado. El día de la presentación nos sentimos liberados. 
"Plantas en la cultura andina" tuvo gran aceptación en los medios especializados. Tal vez fue que las distintas visiones norte-sur y las diferencias de orientación profesional lo enriquecieron. Pero su mayor mérito fue forjar una amistad sólida entre nosotros, aún en la distancia.
James se quedó dos años más, pintando. Al principio sus colores eran de tonalidades frías; un día, cruzó con un violento amarillo una pintura, así pudimos ver cuánto estaba sintiendo el color y el calor del sur.
Fue realmente un tiempo abrigado, algunas noches encendíamos el fuego en una cabaña que tenemos al costado de la casa, tocábamos guitarra y cantábamos.
Aludiendo a su talla, 2,05 metros, Ilse solía decir que debía ser un noble. Él contestaba que lo decía por ella misma. Un día, mientras censuraba a Diana por su acento al hablar inglés, ella molesta le contestó refiriéndose al célebre colegio inglés: «Bueno, yo no he estudiado en Eton».
Fue una sorpresa para todos cuando él increíblemente contestó alarmado: «¿Cómo lo has averiguado?»
Así, poco a poco, fuimos enterándonos que teníamos un principito inglés en casa. Cuando luego de uno de sus viajes regresó con un libro acerca de su familia y su histórico pueblo, supimos que lo era. Después de ver sus dos escudos de armas, los restos del castillo familiar y su enorme casa en el norte de Inglaterra, nos preguntamos: ¿qué hacía con nosotros?
Tal vez simplemente soñar y jugar un poco. Como en esa ocasión de fines del 2000 cuando nos tomamos esa "antigua" foto, para perennizar la época cuando el príncipe pintor llegó del frío. (Del blog “Todavía no pinto canas” en BBCMundo.com)

PERFUME DE MUJER:


“Fatuidad Humana”

Ricardo Palma



Dicen las crónicas que Patrocinio, tal se llamaba la bagaza, era caliente y alborotada de rabadilla, lo que la producía gran titilación y reconcomio en el clítoris.
Con ella, los cortesanos no tenían más que invitarla a beber una copa de onfacomelí (licor africano), y… a cabalgar se ha dicho…
Sospecho que Patrocinio era tan puta como cualquier chuchumeca de Atenas; cuando a un hombre le venía en gana echar un polvo con una de esas pécoras, no tenía para qué gastar palabras; bastábale con cerrar el puño, levantando el dedo índice.

MICROCUENTO:


Rubén

Manuel Araníbar Luna



Los diarios inventaron todo. Y la culpa es mía por creer en este mamarracho. Eso sí, siempre tuve el presentimiento de que estabas vivo. Me alegra saber que te has rehabilitado, pero en tus ojos veo aún el resentimiento.
Prometo cambiar esa historia si me dejas vivir. Hoy sí creo en tus palabras, pero créeme también que tengo aún miedo en aceptar tu ofrecimiento de cortarme el cabello, amigo Pedro Navaja.

Los mataperros de ayer y de hoy


Ernesto Chagua Blanco

“Los mataperros”, de Héctor Meza Parra, recrea sus travesuras de niñez y de dos de sus primos. Se trata de una de las novelas juveniles más divertidas de toda la literatura de la región centro. En la siguiente crónica, Ernesto Chagua Blanco, un amigo cercano del autor, nos cuenta su encuentro con los tres protagonistas del libro.

“Los mataperros”, 40 años después



Cuando leí las aventuras de los mataperros Elver, Angel y Luis —convertidas en una novela por Héctor Meza Parra bajo el título de “Los mataperros”—, quedé extasiado con las travesuras de estos tres mosqueteros infantiles, que consumaron sus diferentes jugarretas en un mundo llamado Tarma.
Pienso que todos, sin excepción, tuvimos nuestras diabluras cuando niños, y de escribirlas enriqueceríamos la literatura de las “mataperradas”. Pero Dios solo dio a unos pocos el don de escribir y saber contar tan bien como nuestro amigo Héctor Meza Parra.
Quizá esta obra sea el punto de partida para que otros escritores prosigan enriqueciendo la literatura de las “mataperradas”, con travesuras sanas, inocentes y nada maliciosas.
Pero el motivo principal de este comentario es que hace unos días conocí a los tres personajes de la obra: Elver, Ángel y Luis. En verdad, casi no han cambiado. Sigue su humor redondo de la niñez. Ninguno es más que otro ni este menos que aquel. Con sus bromas y chistes —como en el libro—, en tanto increpaban diversas cosas al autor, me carcajeaba a mandíbula batiente, como cuando bosteza un hipopótamo.
Ese día estuvimos cruzando bromas en la esquina de los jirones Jauja y Leoncio Prado, en la tienda de don “Cushti”, en Tarma, mientras saboreábamos una Coca-Cola.
Fue una experiencia fuera de serie, porque entrevistarse con estos personajes de novela, pero en su versión de carne y hueso, sería la envidia de cualquiera. Para perennizar este encuentro les tomé una fotografía. Se situaron en el mismo orden en que aparecen en otra foto, de su primera comunión, a la edad en que cometían sus “mataperradas”.
Y no está descartado que podría salir a la luz otro libro con las nuevas aventuras de los mataperros, esta vez ambientada en su juventud.