El príncipe pintor que llegó del frío
Josué Sánchez
James Chaytor, Diana Casas, y Josué Sánchez sujetando a su hijo Álvaro. |
Llegó con la melena rubia y el bléiser
azul que pronto nos acostumbraríamos a ver. Vino por una semana y se quedó más
de tres años. El día que conocimos a James despedíamos a Sigi, un amigo alemán
que regresaba a su país con su familia después de ocho años. Casualmente nos
visitaba también una francesa. Seguramente con tanto europeo en casa se sintió
cómodo, y fue por eso que regresó otro día, y luego otro. Más tarde nos
preguntó si podíamos alquilarle una habitación. Así, se fue quedando.
Primero fue sólo cosa de pintar, pero
meses después, Ilse y Bernard, un matrimonio de voluntarios amigos nuestros
—austríaca ella, suizo él— fueron a visitarnos para anunciarnos que pronto
regresarían a Europa, y entonces surgió la idea de escribir un libro antes de
que partieran.
Una noche, Bernard llamó para decir
que el siguiente sábado se iría a Suiza por una semana. Era miércoles, pero sin
pensarlo dos veces, decidimos que llevaría el proyecto. El lunes siguiente, el
proyecto estaba aprobado.
Así empezamos a estudiar las plantas.
Pronto nos dimos cuenta de lo difícil que sería. Sólo Ilse y Bernard eran
agrónomos. El campo de Diana es el comercio exterior; el mío, la cultura
andina; James no sólo había estudiado arte, sino además filosofía y medicina
alternativa. Pero no había un solo biólogo o botánico entre nosotros. Tuvimos
que aprender aceleradamente. Hicimos investigación de campo, leímos mucho.
Trabajamos día y noche.
Fue entonces cuando surgieron las
discrepancias. Europa y Perú se confrontaron. Tuvimos discusiones memorables.
Fue un representante de la financiera quien nos enrumbó. A mediados del 2000,
el libro estaba terminado. El día de la presentación nos sentimos liberados.
"Plantas en la cultura
andina" tuvo gran aceptación en los medios especializados. Tal vez fue que
las distintas visiones norte-sur y las diferencias de orientación profesional
lo enriquecieron. Pero su mayor mérito fue forjar una amistad sólida entre
nosotros, aún en la distancia.
James se quedó dos años más, pintando.
Al principio sus colores eran de tonalidades frías; un día, cruzó con un
violento amarillo una pintura, así pudimos ver cuánto estaba sintiendo el color
y el calor del sur.
Fue realmente un tiempo abrigado,
algunas noches encendíamos el fuego en una cabaña que tenemos al costado de la
casa, tocábamos guitarra y cantábamos.
Aludiendo a su talla, 2,05 metros,
Ilse solía decir que debía ser un noble. Él contestaba que lo decía por ella
misma. Un día, mientras censuraba a Diana por su acento al hablar inglés, ella
molesta le contestó refiriéndose al célebre colegio inglés: «Bueno, yo no he
estudiado en Eton».
Fue una sorpresa para todos cuando él
increíblemente contestó alarmado: «¿Cómo lo has averiguado?»
Así, poco a poco, fuimos enterándonos
que teníamos un principito inglés en casa. Cuando luego de uno de sus viajes
regresó con un libro acerca de su familia y su histórico pueblo, supimos que lo
era. Después de ver sus dos escudos de armas, los restos del castillo familiar
y su enorme casa en el norte de Inglaterra, nos preguntamos: ¿qué hacía con
nosotros?
Tal vez simplemente soñar y jugar un poco. Como en
esa ocasión de fines del 2000 cuando nos tomamos esa "antigua" foto,
para perennizar la época cuando el príncipe pintor llegó del frío. (Del blog
“Todavía no pinto canas” en BBCMundo.com)
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