martes, 4 de diciembre de 2012

TODAVÍA NO PINTO CANAS / CUARTA ENTREGA


El príncipe pintor que llegó del frío

Josué Sánchez

James Chaytor, Diana Casas, y Josué Sánchez sujetando a su hijo Álvaro.

Llegó con la melena rubia y el bléiser azul que pronto nos acostumbraríamos a ver. Vino por una semana y se quedó más de tres años. El día que conocimos a James despedíamos a Sigi, un amigo alemán que regresaba a su país con su familia después de ocho años. Casualmente nos visitaba también una francesa. Seguramente con tanto europeo en casa se sintió cómodo, y fue por eso que regresó otro día, y luego otro. Más tarde nos preguntó si podíamos alquilarle una habitación. Así, se fue quedando.
Primero fue sólo cosa de pintar, pero meses después, Ilse y Bernard, un matrimonio de voluntarios amigos nuestros —austríaca ella, suizo él— fueron a visitarnos para anunciarnos que pronto regresarían a Europa, y entonces surgió la idea de escribir un libro antes de que partieran.
Una noche, Bernard llamó para decir que el siguiente sábado se iría a Suiza por una semana. Era miércoles, pero sin pensarlo dos veces, decidimos que llevaría el proyecto. El lunes siguiente, el proyecto estaba aprobado.
Así empezamos a estudiar las plantas. Pronto nos dimos cuenta de lo difícil que sería. Sólo Ilse y Bernard eran agrónomos. El campo de Diana es el comercio exterior; el mío, la cultura andina; James no sólo había estudiado arte, sino además filosofía y medicina alternativa. Pero no había un solo biólogo o botánico entre nosotros. Tuvimos que aprender aceleradamente. Hicimos investigación de campo, leímos mucho. Trabajamos día y noche.
Fue entonces cuando surgieron las discrepancias. Europa y Perú se confrontaron. Tuvimos discusiones memorables. Fue un representante de la financiera quien nos enrumbó. A mediados del 2000, el libro estaba terminado. El día de la presentación nos sentimos liberados. 
"Plantas en la cultura andina" tuvo gran aceptación en los medios especializados. Tal vez fue que las distintas visiones norte-sur y las diferencias de orientación profesional lo enriquecieron. Pero su mayor mérito fue forjar una amistad sólida entre nosotros, aún en la distancia.
James se quedó dos años más, pintando. Al principio sus colores eran de tonalidades frías; un día, cruzó con un violento amarillo una pintura, así pudimos ver cuánto estaba sintiendo el color y el calor del sur.
Fue realmente un tiempo abrigado, algunas noches encendíamos el fuego en una cabaña que tenemos al costado de la casa, tocábamos guitarra y cantábamos.
Aludiendo a su talla, 2,05 metros, Ilse solía decir que debía ser un noble. Él contestaba que lo decía por ella misma. Un día, mientras censuraba a Diana por su acento al hablar inglés, ella molesta le contestó refiriéndose al célebre colegio inglés: «Bueno, yo no he estudiado en Eton».
Fue una sorpresa para todos cuando él increíblemente contestó alarmado: «¿Cómo lo has averiguado?»
Así, poco a poco, fuimos enterándonos que teníamos un principito inglés en casa. Cuando luego de uno de sus viajes regresó con un libro acerca de su familia y su histórico pueblo, supimos que lo era. Después de ver sus dos escudos de armas, los restos del castillo familiar y su enorme casa en el norte de Inglaterra, nos preguntamos: ¿qué hacía con nosotros?
Tal vez simplemente soñar y jugar un poco. Como en esa ocasión de fines del 2000 cuando nos tomamos esa "antigua" foto, para perennizar la época cuando el príncipe pintor llegó del frío. (Del blog “Todavía no pinto canas” en BBCMundo.com)

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