sábado, 29 de enero de 2011

Solo 4 “350” del 29 de enero de 2011

Levantó la cara al pálido día. ¿Estás ahí?, susurró. ¿Te veré por fin? ¿Tienes cuello por el que estrangularte? ¿Tienes corazón? ¿Tienes alma maldito seas eternamente? Oh, Dios, susurró. Oh, Dios.
Cormac McCarthy, La carretera

La tunantada, Patrimonio Cultural de la Nación


La tunantada, danza típica de Yauyos, en Jauja, fue declarada por el Ministerio de Cultura como Patrimonio Cultural de la Nación. Este acto se hizo con la presencia del viceministro de Interculturalidad José Carlos Vilcapoma Ignacio, quien entregó la Resolución Viceministerial Nº 076-2011-VMPCIC-MC, del 21 de enero de 2011, que contiene la mencionada declaratoria.

Dona, la sobrina carnal de José María Arguedas

Huancaína de corazón, vive en nuestra ciudad hace setenta años

Tiene la mirada viva, los ademanes prestos, la vida marcada en los nobles surcos de su piel. Se llama Donatilda Arguedas Matamoros, “Dona” para los amigos, y es la sobrina carnal de José María Arguedas. Hija de Félix Arguedas Altamirano, hermano del notable escritor peruano, vive desde los catorce años en Huancayo y aquí hace un recuento lúcido de su vida al lado del gran escritor.

“Llegué muchachita de Andahuaylas, para vivir y trabajar en Huancayo, y fue aquí donde conocí por primera vez al tío José María”, dice Dona. Habla con energía, con absoluta convicción, y nos pide que le hablemos un poco fuerte porque el oído la traiciona. “La primera vez que lo vi me sorprendió su cariño, el afecto que mostró por mí, seguramente porque yo era la única hija de su querido hermano Félix, que murió joven”.
Dona tiene la memoria tan viva como su mirada. Recuerda que José María era muy alegre, muy querendón, y que tenía muchos amigos, le gustaba cantar en quechua y tocar la guitarra. “Yo lo conocí en los años cincuenta, cuando él venía a Huancayo y lo recibían sus amigos”. Entre ellos figuraban, en primera línea, Leoncio Rojas Izarra (fallecido hace poco a los 102 años), Sergio Quijada Jara, Manuel Baquerizo Baldeón, Federico Gálvez Durand y otros más, con quienes siempre estaba trabajando temas de antropología, arqueología y cultura.
Dona tiene anécdotas que contar de su famoso tío: “Era alegre, pero se deprimía mucho y por eso siempre estaba amenazando con suicidarse, tanto así que una vez mi tía Nelly, la última de las hermanas, le dijo ‘ay, José María, tú tanto amenazas con matarte y nada’. El tío se resintió por eso y cambió su testamento sin dejarles nada a sus hermanos. Lamentablemente, ya sabemos cómo terminó el tío”. Nos confía algo que pocos saben: José María Arguedas intentó suicidarse más veces de las que las crónicas oficiales dan cuenta, tal como lo contó él mismo en sus cartas familiares. “Lloré mucho cuando me enteré de su suicidio, como su familia que era, porque se había hecho querer mucho”, dice Dona.
Cada vez que él llegaba a Huancayo, ella lo apoyaba en todo, igual como lo hizo, después de su muerte, con su viuda Sybila Arredondo, cuando ella decidió radicarse un par de años en Huancayo. “Yo le busqué la casa donde vivió ese tiempo. Fue en la Avenida 13 de Noviembre y Huancavelica. Ella me quería mucho y estuvimos muy cerca durante toda esa temporada”.
El rostro de Dona se agrava cuando le toca hablar de la supuesta hija de José María. “No es verdad que mi tío José María haya tenido una hija secreta en Apata, como dicen algunos aquí en Huancayo. Mi tío no podía tener hijos, porque sino los hubiera tenido en sus dos matrimonios, o con la chica que tuvo en Piura. Además, qué razón tenía él para esconder a una hija. Si la hubiera tenido, estoy segura que no la hubiera ocultado, sino que se hubiera sentido muy orgulloso de ella. En la familia se dice que mi tío José María conoció a la mamá de la supuesta hija cuando ya estaba embarazada. Mi tío Arístides hizo una declaración al respecto en La Voz de Huancayo, donde desmentía la paternidad del tío José María, porque él sabía que no era cierto”. Dona, siempre enérgica, briosa, dice que José María Arguedas envió una carta al Arzobispado de Huancayo para que retirara el apellido que la mamá le había puesto a la niña. Asegura tener esa carta entre sus cosas: “Es más, sabemos que Vilma (la supuesta hija) estudió el colegio con los apellidos Ponce Ponce. Recién cuando muere el tío José María, en 1969, se hace poner de nuevo el apellido Arguedas. Imagino que lo hizo para heredar los derechos de autor”, dice Dona.
Hay mucho más pan para rebanar, pero las cosas deben hacerse con calma, pues tenemos Dona para rato y, por ello, preferimos dejarla por el momento.

Semblanza: Rubencho

José Oregón Morales

Tus pasos ya son del mundo de arriba, Rubén Morales Valdez. Clarito estoy viendo tu rostro apasionado en los teatros de Huancavelica cuando, muy jóvenes todavía, al lado de Valentín, añadíamos fuego a las protestas de nuestra tierra subidos a las tablas de nuestras esperanzas. Tengo una pena de no haber podido decirte adiós en el camposanto y de no haberte cantado la canción que te apasionaba tanto. Ahora, masticando amarguras, recuerdo los años de muertes y desapariciones; recuerdo aquella tarde que, confundido con las penumbras de la mala hora, llegó hasta nosotros el maestro Ricardo Dolorier:
—Estoy amenazado, en cualquier momento me matan. Debo dejarte mis composiciones antes de morir.

Poncho de negra puna.
Culebra de largo frío.
Están matando el rocío.
Que no lo maten Dios mío*.

Era la canción dedicada a los periodistas de Uchuraccay. La guitarra amansaba hasta la ternura a nuestros bestias corazones.
—Debe ser muliza, debe ser muliza. Si la muerte me recoge, las cantarás por favor en mi nombre.

Que no lo sepa la aurora,
no se lo digan al viento.
Reventando están centellas
cerquita de las estrellas

Arden mi canto y mi voz.
Arden mi raza y mi orgullo.
Arde la flor en capullo.
Arde mi rabia en un puño.

Antes del amanecer, entre las neblinas pertinaces de Azapampa, se perdió el maestro Ricardo con su saco plomo, del mismo color que las neblinas. Las letras como fierro ardiente de la herranza quemaron las cortezas de mi corazón sediento. Abrazado a mi guitarra me las fui cantando por los pueblos que se afincan a lo largo del Mantaro. Y una tarde, en el viejo “Santi”, las escuchaste, Rubén, y pulsando las cuerdas de la tuya me pediste que te las enseñe. No son mías, Rubencho. Son del maestro Ricardo Dolorier. Con tus ojos grandes de sapo tierno devorabas cada letra, cada nota; tus manos diestras pulsaban tu guitarra. Cuídate, Rubén, cantarlas significa una sentencia de muerte. Pero no tuviste miedo de levantar tu voz como un “Illareck” de fuego rompiendo las oscuridades de los cielos y las grabaste con tu conjunto musical:

Mirando estaba la tarde,
y lo han desaparecido.
Mirando estaba la vida,
y lo han desaparecido.
Vayan, busquen compañeros.
Griten su nombre a los cerros.
Que no quede ni un lucero
sin alumbrar su camino.
Y si encuentran su tumba
bajo una piedra olvidada,
lancen con esa piedra.
Que reviente su granada.

Como “Illareck”, rayo, padre del Arco Iris, fue tu vida, Rubencho, corta y fulgurante, tronadora y refulgente. Como un Illareck remontaste la cordillera oriental de tu Tayacaja y viniste a clavar tu fuego en Huancayo, a las riberas del Hatun Mayu. En este espacio que finalmente nos acogerá a todos. ¿Sabes, Rubén? Yo también me voy, porque esta guadaña ha pasado muy cerca de nuestros tallos cansados, respirándonos la memoria con sus fríos requerimientos. Es necesario que muera la mies para que florezca la espiga.

Por cinco esquinas están.
Los sinchis entrando están.
Para matar estudiantes
huantinos de corazón.
La sangre del pueblo tiene rico perfume,
huele a jazmines, violetas, claveles y margaritas.
A pólvora y dinamita
¡Carajo!
¡A pólvora y dinamita!

* Todos los versos pertenecen al maestro Ricardo Dolorier.

Perfume de mujer

El desierto del amor

François Mauriac
No desnudó más que el estrecho espacio contusionado y volvió a cubrirlo. Mirando fijamente el reloj, se puso a contar las pulsaciones. Aquel cuerpo le era confiado para que lo curase, no para que lo poseyera. Sus ojos saben que no es su misión maravillarse, sino observar. Contemplaba aquel cuerpo ardientemente, con toda su inteligencia. Su espíritu lúcido cierra el camino al triste amor.

El libro que cambió mi vida

Crónica de una muerte anunciada

Diana Panez García


Con aproximadamente ocho años descubrí que había algo más allá de Caperucita Roja y Blanca Nieves (lo intuía). No podía creerme ese mundo dulce y malévolamente planeado para la perfección (lo que me vendía la abuela, quien con cuentos rosas me enseñaba a leer). Así fue como lo encontré: decidida a esculcar entre los libros de papá, hallé uno pequeño (a mi edad eso me atrajo muchísimo, pero el título lo hizo más). ¿Cómo puede estar una muerte ya anunciada y además ser narrada?, me pregunté. Eso me encantó. Mi viejo ejemplar de “Crónica de una muerte anunciada” llevaba en la portada un gráfico llamativo que entonces me pareció violento, aunque no al punto de amedrentarme.
Nuestra relación se inició esa misma tarde. Realmente viví aquella historia. Sufrí como una habitanta más de aquel pueblo que sabía que Santiago moriría pero no pudo advertirle. Me ilusioné (a pesar de ya conocer el final) creyendo que Cristóbal Bedoya podría salvarlo. Lloré cuando lo asesinaron. Me estremecía al conocer el arma con la que los hermanos Vicario matarían a Santiago; me tardé en entender la importancia del honor, y deduje que “la prima boba” lo mató.
Comencé saliendo de casa junto a Santiago (sin tanta fe), no calculé el alcance de aquel sueño, y le hice un guiño a Divina Flor. No volví a toparme con “Cristo B”. Saludé a mi novia y no entendí lo del rifle de mi suegro, tiré las cartas y me fui. Con ocho años de existencia, esa crónica llegó a mí para abrirme los ojos, arrancarme unas lágrimas y amar a Gabriel García Márquez. Por años lo guarde entre mis cosas de mano. Podía (y puedo) leerlo cuando se me antoje. Era además el texto que recomendaba a mis compañeros de clase, acostumbrados a esas historias baratas de quienes creen tener las respuestas a todos los problemas.
Finalmente, fui yo quien le dijo (con lágrimas vivas) a Wenéfrida Márquez: “Que lo mataron niña Wene, que lo mataron”, y con él a mí (aprendiendo a vivir las historias que leía).

Microcuento

El botín
Giulissa Segura Quiroz

Cual viento huracanado corría la fiera por aquellos verdes prados, tan libre y viajera como siempre lo fue. Su pálida crin se mezclaba con su mirar azulado, y sus fuertes pisadas estremecían al más bravo guerrero. Un disparo sordo se oyó a lo lejos, el destello cristalino de su más preciado tesoro cayó en la grama. “Tu libertad ahora es mía, evasivo unicornio”, pronunció el alquimista dispuesto a tomar su botín.

Tiempos de agitaciones: Arguedas y “Santa Isabel” de Huancayo

Eduardo Valentín Muñoz

Según Carmen María Pinillas y Temístocles Bejarano, el 15 de marzo, en que se iniciaba el año escolar de 1928, una noticia publicada en “El Heraldo” trastocó el regocijo estudiantil lorentino. La dictadura de Leguía había decidido cambiar al director del más importante centro de estudios de la región, el Colegio “Santa Isabel”. El maestro Antonio Guillermo Urrelo, muy apreciado por los isabelinos, era cambiado por Juan Francisco Franco, para entonces director del San José de Jauja. Este y otros cambios en la plana de docentes propició la respuesta de los estudiantes que en ese momento decidieron formar una organización federativa: Federación Estudiantil Isabelina (FEI), integrada por alumnos de distintos grados, encabezada por Jorge Prialé como Presidente y por José María Arguedas Altamirano como Vicepresidente. Esta fue la estructura que condujo una importante movilización con desplazamientos a Jauja y por casi toda la ciudad de Huancayo. La FEI tuvo, a iniciativa de Arguedas con sus cortos 17, que llegaba trasladado de Ica al tercer año de secundaria, un tabloide que tomó el nombre de “Antorcha” y que salió a la luz, el 1º de junio de 1928, en la histórica imprenta de Gregorio Lazo Sánchez, periodista de ideas renovadoras y guía de la juventud ávida de paz y justicia social. En este impreso salen por primera vez las ideas progresistas y germinales de nuestro posterior autor de “Los ríos profundos”.
En 1928, Huancayo se iba proyectando como ciudad que expresaba un crecimiento desigual, marcado por las diferencias sociales. Precisamente, Antonio Urrelo, como director de “Santa Isabel”, había llevado a cabo con maestros y estudiantes isabelinos el censo poblacional de 1927, donde se señalaba que Huancayo era una ciudad con 11,164 habitantes en el radio urbano y 24 mil habitantes para todo el distrito. Es por estas iniciativas que Urrelo y el colegio de Lorente, tenían el aprecio de toda la ciudadanía. Este era el contexto que recibía y defendía, el joven Arguedas, en Huancayo.

Función continuada: El escritor oculto

Las memorias de Tony Blair

Juan Carlos Suárez Revollar

Roman Polanski es uno de los mayores maestros del cine que continúan en actividad. Su obra aborda diversos géneros, desde el horror: “Repulsión” (1965), “El bebé de Rosemary” (1968); el policial: “Chinatown” (1974); el thriller erótico: “Luna de hiel” (1993); la comedia: “El baile de los vampiros asesinos” (1967), “Piratas” (1986); y el drama, con los dos títulos que conforman lo mejor de su filmografía: “Tess” (1979) y “El pianista” (2002).
Su último trabajo, “El escritor oculto” (“The Ghost Writer”, 2010), es un thriller político, adaptado a partir de la novela “The Ghost” de Robert Harris. El ex primer ministro británico Adam Lang (Pierce Brosnan) enfrenta un juicio por crímenes de lesa humanidad en Irak; y al mismo tiempo está a punto de publicar sus memorias, pésimamente escritas. Por ello la editorial contrata a un escritor oculto (Ewan McGregor) —personaje de aquella oscura clase de escritores a sueldo cuyo trabajo es finalmente firmado por su emplead or, y que son también conocidos como negros literarios— para que las reescriba.
Los evidentes paralelos entre Lang y el otrora primer ministro británico, Tony Blair, permiten a Polanski mostrar su desprecio por aquél, al caracterizarlo artificial, ridículo; y lo más claro, como un fantoche de la geopolítica estadounidense. Por eso mismo, este filme podría catalogarse como un ensayo político o una historia de tesis. Sin embargo, pesa más la pericia del director para que la historia sobrepase al discurso que se pretende transmitir. El tratamiento visual usa tonos fríos, y un ambiente permanentemente nublado, lluvioso y frígido. A ello se suma el peso del encierro y el atosigamiento por la falta de libertad que viene de parte de guardaespaldas, periodistas y activistas. El permanente peligro y persecución a los que están sometidos los personajes, parecen no poder evitarse, principalmente para el escritor oculto. Ello se agrava al empezar a hurgar entre los indicios de crimen en la muerte de Mike McAra, su antecesor con el manuscrito de las memorias. Se establece, además, de a pocos, puntos en común entre ambos escritores; y se pasa de la antipatía por el primero a su identificación con la causa que éste perseguía y que lo habría llevado a la muerte. Es por eso que el apoliticismo inicial del nuevo escritor oculto va desapareciendo según avanza la trama.
La conclusión que parece dejarnos Polanski es la impunidad que hay, pese a todo, para hombres poderosos como Adam Lang o Tony Blair, esa vieja estirpe de políticos que, en el filme, aparecen por doquier y en casi cualquier bando. Sin dudas, “El escritor oculto” es la mejor película de Polanski desde “El pianista”.

El escritor oculto
Director: Roman Polanski
Título original: The Ghost Writer
Duración: 128 minutos
Países y año: Francia, Alemania e Inglaterra, 2010.
Idioma: inglés con subtítulos en español


Y en cartelera:
Tras el breve paso de “El escritor oculto” de Roman Polanski por la cartelera comercial de Huancayo, se puede ver ahora “Red social” de David Fincher, otro filme de alto nivel que hay que procurar no perder, y que reseñaremos la próxima semana. Quedamos a la espera de “Más allá de la vida” de Clint Eastwood y “La cinta blanca” de Michael Haneke.