José Oregón Morales
Tus pasos ya son del mundo de arriba, Rubén Morales Valdez. Clarito estoy viendo tu rostro apasionado en los teatros de Huancavelica cuando, muy jóvenes todavía, al lado de Valentín, añadíamos fuego a las protestas de nuestra tierra subidos a las tablas de nuestras esperanzas. Tengo una pena de no haber podido decirte adiós en el camposanto y de no haberte cantado la canción que te apasionaba tanto. Ahora, masticando amarguras, recuerdo los años de muertes y desapariciones; recuerdo aquella tarde que, confundido con las penumbras de la mala hora, llegó hasta nosotros el maestro Ricardo Dolorier:
—Estoy amenazado, en cualquier momento me matan. Debo dejarte mis composiciones antes de morir.
Poncho de negra puna.
Culebra de largo frío.
Están matando el rocío.
Que no lo maten Dios mío*.
Era la canción dedicada a los periodistas de Uchuraccay. La guitarra amansaba hasta la ternura a nuestros bestias corazones.
—Debe ser muliza, debe ser muliza. Si la muerte me recoge, las cantarás por favor en mi nombre.
Que no lo sepa la aurora,
no se lo digan al viento.
Reventando están centellas
cerquita de las estrellas
Arden mi canto y mi voz.
Arden mi raza y mi orgullo.
Arde la flor en capullo.
Arde mi rabia en un puño.
Antes del amanecer, entre las neblinas pertinaces de Azapampa, se perdió el maestro Ricardo con su saco plomo, del mismo color que las neblinas. Las letras como fierro ardiente de la herranza quemaron las cortezas de mi corazón sediento. Abrazado a mi guitarra me las fui cantando por los pueblos que se afincan a lo largo del Mantaro. Y una tarde, en el viejo “Santi”, las escuchaste, Rubén, y pulsando las cuerdas de la tuya me pediste que te las enseñe. No son mías, Rubencho. Son del maestro Ricardo Dolorier. Con tus ojos grandes de sapo tierno devorabas cada letra, cada nota; tus manos diestras pulsaban tu guitarra. Cuídate, Rubén, cantarlas significa una sentencia de muerte. Pero no tuviste miedo de levantar tu voz como un “Illareck” de fuego rompiendo las oscuridades de los cielos y las grabaste con tu conjunto musical:
Mirando estaba la tarde,
y lo han desaparecido.
Mirando estaba la vida,
y lo han desaparecido.
Vayan, busquen compañeros.
Griten su nombre a los cerros.
Que no quede ni un lucero
sin alumbrar su camino.
Y si encuentran su tumba
bajo una piedra olvidada,
lancen con esa piedra.
Que reviente su granada.
Como “Illareck”, rayo, padre del Arco Iris, fue tu vida, Rubencho, corta y fulgurante, tronadora y refulgente. Como un Illareck remontaste la cordillera oriental de tu Tayacaja y viniste a clavar tu fuego en Huancayo, a las riberas del Hatun Mayu. En este espacio que finalmente nos acogerá a todos. ¿Sabes, Rubén? Yo también me voy, porque esta guadaña ha pasado muy cerca de nuestros tallos cansados, respirándonos la memoria con sus fríos requerimientos. Es necesario que muera la mies para que florezca la espiga.
Por cinco esquinas están.
Los sinchis entrando están.
Para matar estudiantes
huantinos de corazón.
La sangre del pueblo tiene rico perfume,
huele a jazmines, violetas, claveles y margaritas.
A pólvora y dinamita
¡Carajo!
¡A pólvora y dinamita!
* Todos los versos pertenecen al maestro Ricardo Dolorier.
Mirando estaba la tarde,
ResponderEliminary lo han desaparecido.
Mirando estaba la vida,
y lo han desaparecido.
Vayan, busquen compañeros.
Griten su nombre a los cerros.
algun grupo canta la cancion