Un
picante y licencioso giro de las Tradiciones
Peruanas
Juan Carlos Suárez Revollar
Ricardo Palma dedicó más de medio siglo a la escritura
de la tradición, un género eminentemente americano al que dio forma y llevó a
su máximo esplendor. A su humor e ironía se unen el uso de la oralidad y un
lenguaje pulcro aunque satírico, lleno de sesgos idiomáticos locales y
neologismos (pues Palma fue uno de los lingüistas más destacados en lengua
castellana de la época).
Surgida antes
de la consolidación del cuento-ficción (que la reemplazó completamente desde el
segundo tercio del siglo XX), la tradición es el relato con fondo histórico
creado a partir de un hecho real —por banal que fuera— y contado como una
anécdota a la que se han añadido detalles ficticios para llenar los vacíos que
la fuente documental u oral no registra. Palma la definió como «una de las
formas que puede revestir la
Historia , pero sin los escollos de esta».
A las más de cuatrocientas tradiciones
publicadas entre 1860 y 1918, se suma un pequeño grupo titulado «Tradiciones en salsa verde». Manteniendo
el mismo aliento que las otras, relatan hechos pícaros, casi impúdicos, de
humor voluptuoso y escarnecedor. La edición príncipe y sus derivadas provienen
de una copia mecanografiada que Palma obsequió en 1904 a su amigo Carlos
Basadre, con la indicación de «no consentir que sean leídas por gente mojigata,
que se escandaliza no con las acciones malas sino con las palabras crudas». No
vieron la luz de manera oficial hasta 1973, pues Palma tenía la seguridad de
que no estaban «destinadas para la publicidad», y por esa razón no aparecen
entre las «Tradiciones Peruanas Completas»
que hicieran su hija Angélica en 1924, ni en la de su nieta Edith, en 1953.
Se trata de 16 tradiciones brevísimas
y dos composiciones satíricas en verso, precedidas por una dedicatoria, en
cuyos títulos se puede encontrar palabras y palabrotas como «La pinga del
Libertador», «La cosa de la mujer» o «El carajo de Sucre»: he ahí la razón de
la aprensión de Palma por la reprobación que habría significado su difusión. En
opinión de Alberto Rodríguez Carucci, el título sugiere que «nos encontramos
ante unos textos condimentados con un aderezo picante, y con unos tonos subidos
de color, maliciosos y chispeantes, quizás crudos, escabrosos y hasta
obscenos».
Antes que un giro de tuerca o
conclusión del relato —a la manera del cuento—, finalizan en su mayoría con un
efecto cómico, similar al chiste o la chanza, que se asienta en el uso
rimbombante de una palabrota o en anécdotas mínimas, habitualmente licenciosas.
Bajo la candente salsa verde de estas
tradiciones, no solo reímos de respetados personajes históricos —entre ellos
Bolívar, Sucre o Castilla—, sino también de religiosos y nobles. «Fatuidad
humana», por ejemplo, relata «los polvos» del rey don Juan de Portugal, y hasta
lo califica de «braguetero». Entre las digresiones que Palma solía utilizar
para deslizar sus propias opiniones, tuvo la libertad de escribir: «sospecho
que Patrocinio era tan puta como cualquier chuchumeca de Atenas», al referirse
a la linda y ardiente mulata que llenaba de cuernos la cabeza de este
desafortunado rey.
Destaca, además, un ánimo venenoso y
burlón sobre el clero y el gobierno, tal cual ocurre con las asustadizas
monjitas de «El lechero del convento», obligadas a escuchar de jodiendas y
cascadas masturbatorias; o del Mariscal Ramón Castilla, quien destierra al
amante de su hembra pretextando que su «gobierno no quiere aguantar cuernos».
Las dos composiciones poéticas —que
aparecen bajo título individual— están conectadas al conjunto del libro porque
su autoría se atribuye a Monseñor Cuero y Fray Francisco del Castillo,
personajes de las tradiciones «El carajo de Sucre» y «Un Calembourg», respectivamente. En esta última aquel díscolo fraile
se mete en problemas por comparar los cojones del padre provincial con los del
chivato de Cimbal.
En el plano lingüístico, Palma se
adelantó a los autores modernos que hurgaron en la jerga y el argot para
retratar el lenguaje coloquial popular. Así, acopió para la literatura
expresiones como «los riñones de la concha», o los americanismos «culear»,
«chucha», «cojudo» o «pájaro».
Cerca a los 40 años de publicadas, las
«Tradiciones en salsa verde» siguen
haciéndonos reír, ya sin rubor, de los chismes y rumores que circulaban siglos
atrás en esta tierra criolla, de cuya historia Ricardo Palma se sirvió para
inventar el género literario que le dio inmortalidad.
No hay nada que hacer, Ricardo Palma era un gran cojudo y vivió de engañar a los peruanos, pues insultaba a todos pero no decía cuál era su verdadero nombre...
ResponderEliminarcalla puto ignorante de mierda mal nacido si no sabes nada de historia del peru mejor no opines
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