sábado, 26 de marzo de 2011

José Oregón y “La casita del cedrón”

Sandro Bossio Suárez

La casita del cedrón puede leerse como una novela corta, o como un cuento largo, y funciona perfectamente en cualquiera de estas especies. En realidad, al margen de las formalidades estructurales y técnicas, se trata de una historia conmovedora, sumamente tierna, que por momentos nos sensibiliza, nos enternece, nos enfurece, atándonos, en todo instante, a la lectura que seduce desde el principio.

Esta es la crónica sensitiva de una niña de nueve años, Chipsa, quien vive aislada en un pueblo lejano, alcanzada por la injusticia, la pobreza y el machismo: ella debe permanecer cuidado cerdos y alimentado a las reses, mientras sus hermanos, por ser varones, han marchado a Huancayo a estudiar. La niña, de un temperamento muy decidido, un día determina escapar y así, tras un largo peregrinaje, llega a Pampas, donde se encuentra con su hermano Jorge, su tía Carolina y su tío Godo, con quienes se queda a vivir, y quienes serán a partir de entonces el eje de su vida. Una serie de acontecimientos, profundamente sociales y humanos, se suscitan desde este punto, en el que la niña va aprendiendo a ver la vida desde una perspectiva mucho más citadina: es decir, estamos ante un texto de aprendizaje. Sin embargo, la ciudad no logra que Chipsa cambie; sino sólo que incremente una nueva cultura a la suya, rozando (pensada o espontáneamente) un tema de palpitante vigencia: la interculturalidad.

Para una mejor comprensión, el texto debe ser analizado desde dos perspectivas: la estética y la social. Es claro que el plano social prepondera, pues el material está lleno de análisis sociológicos y antropológicos, y lleno de alegatos contra las iniquidades de la sociedad. Sin embargo, la estética tampoco está alejada de los cánones literarios profesionales, pues cumple funcionalmente sus cometidos, logrando un texto coherente y uniforme. En ese sentido, el relato se convierte en una corriente serena por la cual discurren los diversos episodios del texto: la más violenta es, desde luego, la situación mutilante de Chipsa en su pueblo frente a la segregación por parte de su padre, quien no le demuestra ternura porque no es su “bola de oro” y sólo la tiene como un elemento colaborativo en la familia a fin de mejorar la economía patriarcal para que los hijos varones sigan estudiando en las ciudades modernas. La frase inicial refrenda lo que decimos: «Sólo mujeres me estás pariendo, mierda», y es el resumen perfecto de este fenómeno sociocultural que todavía anega las localidades más lejanas de nuestras regiones pobres

Dos cosas más llaman profundamente la atención en la lectura. Una es la función del quechua dentro del relato: viejo traductor que se ha pasado la vida enlazando ambas culturas, el autor hace gala de una estupenda conjunción de los idiomas.

La segunda es el tono que adopta la niña para contarnos las diversas historias. Este tono, por momentos, y según las necesidades, torna de divertido a triste, de nostálgico a vivido, de melancólico a sollozante, y se nos presenta realista y creíble.

Finalmente, no podemos sustraernos a la seducción que ejerce en el subtexto la presencia tenue, pero poderosa, de la oralidad andina, que es uno de los mayores logros de este relato.

Por todo ello, por su calidad en la factura de la historia y del ensamblaje del texto, La casita del cedrón es un buen ejemplo de que la literatura de corte campesino no tiene por qué estar disgustada con la modernidad técnica y recursiva de la literatura universal. Por ello, no queda sino felicitar, y profundamente, a José Oregón Morales, por demostrarnos con esta publicación que su vocación literaria sigue tan plena como al principio, y que la buena literatura no es cuestión sólo de técnicas sino, sobre todo, de sentimientos.

Publicado el 26 de marzo de 2011.

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