Máximo Orellana Tapia
En un cotidiano recorrido por la ciudad, podemos percibir, sentir y vivir como muchos lugares y calles muestran una infame afrenta al derecho de todos frente a la accesibilidad y la libre circulación por los espacios públicos; éstas se hallan invadidas con una serie de elementos: objetos, mercancías, paneles, estantes y cuanto objeto se pueda uno imaginar, los cuales impiden el poder transitar de manera irrestricta y sin obstáculos.
En otras palabras, nos encontramos dentro de una ciudad “abandonada a la angurria mercantilista” de quienes conducen negocios y que ignoran intencionadamente, o no, que las calles son de todos quienes vivimos; y es más, no conformes con el emplazamiento de sus establecimientos, prolongan éstos hacia las veredas y vías para “incrementar sus ventas” y “exhibir mejor” sus mercancías, como se puede ver en la patética fotografía adjunta del Jr. Cajamarca por nombrar solo una de las tantas espacios que presentan el mismo problema.
Una de las experiencias recientes en el país relacionadas con el tema, constituye las acciones tomadas por el gobierno edil de Susana Villarán, Alcaldeza de Lima, frente a la desmesurada y prepotente ocupación de las calles capitalinas por comerciantes que además de tener sus negocios establecidos, también, expenden mercancías en las vías a través de terceros sin importarles los problemas que generan. Es evidente que frente a esto se está actuando acertadamente, con firmeza y autoridad sin que ello signifique negarle a nadie el legítimo derecho al trabajo.
El reconocido sociólogo y urbanista Jordi Borja, hace algunos años en un foro mundial sobre desarrollo de las ciudades, señalaba: “el mercado dejado suelto es destructor de la ciudad”, frase que se cumple fehacientemente en una realidad como la nuestra, donde parecen no existir normas, ni administración municipal que regule el uso de los espacios.
Frente a esta problemática, quizás ya no cabe solo señalar responsables o culpables, que los hay desde muchas gestiones atrás, sino por el contrario, a manera de propuesta, podemos señalar que una primera alternativa debe ser reeducar a los propietarios de los establecimientos y a la ciudadanía en general, con el propósito de reivindicar el derecho a la ciudad; mediante conferencias, propuestas y cuantas ideas positivas puedan realizarse.
Desde este análisis y en alusión al título de ciudad “incontrastable”, éste debe ser dignificado en el buen sentido, para que no pase que lo único incontrastable sea el desorden y la anarquía imperante, sabiendo que los desafíos urbanísticos de este tercer milenio son el logro de ciudades atractivas y competitivas que hagan de ellas lugares propicios para la organización de certámenes importantes, la buena convivencia, y más, cuyo referente turístico debería ir más allá de su folklore o paisaje natural.
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