Un método peligroso: eros y tánatos vistos por
Cronenberg
Jorge Jaime Valdez
David
Cronenberg es, actualmente, uno de los maestros del cine. Por esta razón
causaba mucha expectativa, para sus seguidores, conocer su versión sobre el
nacimiento del psicoanálisis. La mente y el cuerpo, la corrupción de la carne y
los laberintos de la mente, desde sus inicios han sido tópicos tocados
reiteradamente por el canadiense.
“Un método
peligroso” nos cuenta la relación entre Sigmund Freud y Carl Jung. Entre ellos
aparece Sabine Spielrein, paciente y después amante de Jung. Como se puede ver,
se trata de un triángulo de personalidades distintas y complejas que se
encontrarán para después separarse durante el periodo que abarca la cinta,
influyéndose, admirándose, sometiéndose, deseándose y manipulándose.
En
apariencia se trata de una película de época, sobria y muy cuidada, pero
viéndola de cerca es una cinta perversa y compleja como la mayoría de los
filmes de Cronenberg. Es verdad que está más cerca a “Dead Ringers” que a “Una historia de violencia”, a “M. Butterfly” que a “Videodrome”, sin embargo, en todas encontramos
esa extraña dualidad entre la destrucción del cuerpo y de la mente, o en todo
caso las alteraciones físicas o mentales, las mutaciones de la carne pero
también las alteraciones psíquicas, y como no, el placer y el dolor; eros y
tánatos nunca fueron mejor retratados que en el cine de Cronenberg.
Viggo
Mortensen se ha convertido en un notable actor en manos del cineasta, con quien
colaboró en sus últimos tres rodajes. Estuvo
bien en “Una historia de violencia”, mejoró considerablemente en
“Promesas del este”, y en “Un método peligroso” interpretó magistralmente a
Freud. Por su parte, el Jung que compone Michael Fassbender y la joven
histérica que hace knightley no se quedan atrás. Quizás uno de los mayores
atractivos de esta cinta está en las soberbias interpretaciones de los tres
protagónicos.
La belleza
endemoniada de Keira knightley aparece descuidada forzando la mandíbula, y
conteniendo las palabras que se niegan a salir para encarnar a una joven que sufre
de una histeria terrible, quien será la paciente de Jung y posteriormente se
convertirá en una brillante psiquiatra, al extremo que ella teoriza sobre eros
y tánatos, el impulso de vida y muerte, el cual se le atribuye al padre del
psicoanálisis, Freud, con quien entabla una relación no erótica sino académica.
La película
está llena de diálogos prolongados y, a diferencia de otras del autor, no
muestra lo visceral, todo es controlado a excepción del cuerpo contorsionado
por la histeria de Sabine. Lo sórdido está en las mentes y en sus juegos de
seducción. Para Freud toda la conducta humana se ve reducida al impulso sexual;
su discípulo y amigo, Jung, cree en el poder de la palabra. Entre ambos se da
un duelo de inteligencias, el maestro perverso se va apropiando del discípulo y
éste, a su vez, de su paciente, a quien convierte en su amante a pesar de que
trata de evitarlo, pero gana el deseo a la razón.
El
personaje de Sabine es el más complejo y atractivo, tras su neurosis está un
cuerpo torturado por los recuerdos de un padre dominante, donde el deseo va de
la mano con el dolor, que experimenta en su tortuosa relación con el controlado
Jung.
La cinta es
inquietante por lo que insinúa, se ve poco, a pesar de que agazapado tras las máscaras de la normalidad
está el mal, tratando de cubrirlo todo. Aparte de las actuaciones, del guión
adaptado y de la puesta en escena, la fotografía y la música merecen una
mención aparte. Cronenberg hace mucho trabaja con Pete Suschitzky, como
director de fotografía, y con Howard Shore que se encarga de la banda sonora:
ambos lo hacen de maravilla. La elegante fotografía va acompañada de una música
igual de hermosa creando atmosferas sublimes.
Este
espacio queda corto para escribir sobre este espléndido filme que se encuentra
entre lo mejor de su apreciable filmografía, sin tener nada que envidiarle a
sus antecesores.
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