El amigo de Manuel
Isabel Córdova
Rosas
“Niño Manuelito”. |
La madre de Manuel había madrugado
para ir al campo a trabajar. Llovía torrencialmente, y desde la casa del niño
sólo se divisaba un manto plateado que cubría la aldea.
Chato, su perro, se recostó junto al
fogón buscando abrigo, pero de pronto, comenzó a ladrar. Manuel vio que la
puerta se abría y apareció un niño que tiritaba y chorreaba por todas partes.
—¿Puedo pasar? Tengo mucho frío —dijo.
Manuel lo acercó hasta el fogón y le
hizo sentar en una banca de madera.
—Voy a traerte ropa. La tuya es bonita
pero de seda, por eso te has empapado. Felizmente somos del mismo tamaño.
De un viejo baúl, sacó las prendas que
su madre le había tejido para que se las pusiera en la fiesta del pueblo. Le
ayudó a vestirse.
—Manuel, gracias.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Lo he adivinado.
—¿Y tú, cómo te llamas?
—A ver si lo adivinas —le respondió el
pequeño.
—Luis, José, Víctor… —pronunció una
decena de nombres sin lograr acertar— Me rindo. Ya que no quieres darme tu
nombre, yo te voy a poner uno: Inti.
—Me gusta —le contestó con una
sonrisa.
Después de desayunar, Manuel sacó sus
juguetes de arcilla y madera para ponerse a jugar. Entre risas y bromas se
pasaron todo el día.
Había cesado de llover y la tarde se
adornaba con un hermoso arcoíris que se paseaba por la aldea de lado a lado. El
sonido de la trompeta de Justo ascendió por las montañas, y se entretuvo unos
instantes en la casa de Manuel. Inti, al ver que oscurecía, no tuvo tiempo de
cambiarse y salió corriendo.
—Hasta mañana Manuel —se despidió.
Cuando Inti llegó a su casa, miró con cautela
y al no encontrar peligro, con gran agilidad, se acunó en el regazo de su
madre, cubriéndola de mimos.
—¿Dónde has estado mi niño? Me has tenido preocupada.
—En la casa de mi amigo Manuel. Él
tampoco tiene hermanitos con quienes jugar. Me ha prestado su ropa, porque la
mía estaba mojada.
—Eres muy pequeño para estar fuera
todo el día. El niño sonrió y se quedó dormido.
Julio, el anciano sacristán, hacía
todas las noches un repaso por la iglesia. De pronto levantó los ojos y vio al
pequeño en los brazos de su madre:
—Madre Mía, ¿por qué permite salir al
niño? Mire la traza que lleva, sus zapatos con lodo. Si se entera el señor
cura, ni cien avemarías me salvarían —cogió al niño y lo llevó a la sacristía
para cambiarlo.
Pasaron los días y los dos niños
sacaban a pastar a las ovejas, y disfrutaban jugando con los saltamontes,
grillos y mariposas.
Una tarde, Inti se despidió de su
amigo y le dijo que se verían en la fiesta del pueblo, que allí conocería a su
madre. Con las prisas, dejó una sandalia.
Llegó la Navidad. Manuel, por primera vez,
bajaba al pueblo. Entraron a la iglesia y cuando giró la cabeza, deslumbrado,
vio al niño en los brazos de María, su madre.
—¡Mamá, es mi amigo Inti! Nunca me has
creído que venía a jugar conmigo —sacó de su macuto la sandalia y se acercó a
ponérsela al niño.
—Es Jesús, hijo de la Virgen María —le
dijo la madre.
—¡Hola amigo Jesús. Tu mamá es
preciosa!
Jesús le sonrió y le hizo una señal
para que guardara silencio.
—Amigo, mañana te espero.
El pequeño Jesús asintió, mientras la madre de Manuel
lloraba con profunda emoción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe tu comentario aquí.