Cien mundos para el fin
Sandro Bossio
Suárez
Me veo llorar abrazado de una columna
de la cocina de mi casa materna a la espera del fin del mundo. Una de mis tías
solía decirme que el fin se acercaba y, por ello, debía portarme bien para que
el cielo me premie. Esperé con fervor que el mundo se agotara, que empezara a
dar vueltas, que el cielo se desfondara, que los terremotos agrietaran la
superficie donde vivía, pero de tanto esperar me aburrí, dejé de llorar y me
fui a comer mazamorra de naranja y a ver la repetición de Ultramán.
Este es el primer recuerdo que tengo
del fin del mundo. Presumí que algo como lo vivido en mi niñez iba a acontecer
pronto, pero no imaginaba (no podía imaginar) la cantidad de fines del mundo
que tendría que sortear.
Cuando tenía cinco años un tío abuelo,
Moisés Sánchez, testigo de Jehová a ultranza, llevó a mi casa el pronóstico
oficial de que ese año, 1975, todos pereceríamos. Otra vez lloré, pero,
decepcionado, otra vez comí mazamorra. Para colmo, ese mismo año, un tal Moses
David, fundador de los Niños de Dios, anunció que un cometa chocaría contra
nuestro ya cientos de veces destruido planeta, pero nada, más mazamorra y, en
lugar de Ultramán, el divertido Hombre Nuclear.
Bueno, ingresé a la secundaria en 1981
y Hal Lindsey, evangélico de renombre mundial, pronosticó que el fin de la
humanidad llegaría el 31 de diciembre de ese año. Se habló, además, de
alineamientos de planetas, convulsiones de tierra, ciclones, maremotos (aún no
existía el término “tsunami”) y
catástrofes nucleares ocasionadas por el resentimiento entre los Estados Unidos
y la CCCP (disculpen, pero yo, a esa edad, creía que el acrónimo significaba
“cucurrucucú paloma” o algo por el estilo y me costaba relacionarlo con la
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas).
Al año siguiente, la hermandad Tara Centers
participó al mundo de la nueva llegada de Jesús y prometió, antes de diciembre,
revelar su nombre. Llegado el momento, mientras veíamos televisión a colores,
nos enteramos que los anunciantes se habían retractado y que no iban a revelar
el nombre divino porque “Jesús no es
figuretti”.
En 1984, el gurú Bhagwan Shree
Rajneesh, lanzó una nueva teoría (sobre la que tuve que hacer mi tarea en lugar
de salir con mis amigas del María Auxiliadora a patinar) acerca de un fin del
mundo poco fulminante, más bien demorón, que tardaría hasta 1999 para
destruirlo todo con inundaciones desmesuradas.
En 1988 me enteré que al fin del mundo
también se le llamaba “rapto”, pero me enteré de algo mucho mejor: había una
novela magistral sobre el tema escrito por Mario Vargas Llosa. Fue así como me
encerré en mi habitación durante días para sentarme a leer “La guerra del fin
del mundo”, que, desde luego, me obsesionó. ¿Llegaría el mundo al año 1900? Una
guerra apocalíptica que me sigue quemando en las entrañas.
Un astronauta predijo el “rapto” para
1988, pero como nada ocurrió se rectificó y aseguró que sería en 1991. Ese año
el islámico Louis Farrakhan dijo a la CNN que la Guerra del Golfo Pérsico era
el punto de partida del Armagedón y en 1992 una iglesia coreana fijó la fecha
del fin para el 28 de octubre de ese año.
¿Se acuerdan de Moses David? Ese
mismo, el de 1975, reapareció en 1993 para decir que ahora sí aparecería Jesús
y se acabaría, finalmente, este mundo de “mierda”. Dijo algo interesante: este
era el verdadero año del “rapto”, pues con Apple había sacado mejor las cuentas
y había hecho el cálculo más exacto.
Se asomó el nuevo milenio y, como lo
venía escuchando desde mi infancia, llegaría indefectiblemente con él el fin
del mundo. Lo que no sabía era que ese final iba a ser informático: el Apagón
Informático, que demolería todos los sistemas computarizados del mundo, echando
a tierra los aviones, borrando los sistemas bancarios, arrebatándonos (lo peor)
nuestras comunicaciones por el celular.
Hubo un divertido Armagedón: sería en
2001, porque se sacó mal la cuenta y no existe el año 0. Ocurría porque ya se
sabía del mejor fin del mundo, el más moderno y marketero, el pronosticado por
los mayas como su fin de era Baktún, que hasta ahora sigo esperando.
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