Llegar a los cuarenta
Enrique Ortiz
Palacios
A uno de mis mejores amigos no se le
ocurrió mejor idea que celebrar los cuarenta en una isla paradisiaca de Puerto
Rico. Las fotografías que luego colgó en Facebook así lo demostraron. Bellos
paisajes del viejo San Juan, encantadoras sirenas boricuas y otros detalles
fabulosos fueron el colofón de un rito que, para algunos hombres o mujeres, es
tan importante para cerrar y abrir etapas de nuestra existencia.
Llegar a los cuarenta ya es un milagro
de la vida. Es convertirse por primera vez en un hombre, un hombre que deja las
ilusiones del adolescente que cree que todo lo puede, y que la muerte es una
invención de los viejos para no tener libertad de hacer todas las mataperradas.
Llegar a los cuarenta es como estar «a
la mitad de la carrera de la vida» a decir de Alighieri, y cuando volteas la
mirada hacia el pasado, recuerdas esas conversaciones con los buenos amigos,
los libros variados que nos interpelaron y nos enseñaron a ser mejores
personas. Rememoras aquellas películas que nos hicieron derramar alguna lágrima
tímida, vienen a la mente aquellos lugares por los que se caminó. Es la edad en
la que se empieza a entender al padre, es cuando con mayor fuerza quieres ser
un mejor hijo.
Llegar a los cuarenta no es empezar a
ser más viejo, es volverse añejo, es decir, que por haber durado muchos años,
has mejorado de condición: es el ideal. Es mirarse al espejo y comprobar que
los objetivos trazados fueron cumplidos con lealtad, es volverse a mirar al
espejo y ver a un ser humano íntegro, a carta cabal.
Llegar a los cuarenta sin haber
agradecido la infinita paciencia y el colmado amor de tu pareja, resulta
verdaderamente espeluznante, ya que gracias a ella se aprende a ser mejor cada
día. Es quien corrige tus domésticos defectos con el afán de convertirte en un
verdadero homo sapiens, e ir alejándose del pequeño cavernícola que todo hombre
lleva dentro. Es ser el ratoncito valiente, el caballo de madera, la muñeca que
tu hija peina, maquilla o desmaquilla con fruición.
Algunos dicen que a esa edad la música
te parecerá ruido, o que te empezarán a decir “señor” y ya no “joven”. Por
ello, es importante prepararse para ese
día, para no caer en el ridículo de no aceptar el ciclo de la vida. Porque así
funciona la naturaleza: seremos el abono de las nuevas generaciones,
comprendemos que esa empieza a ser nuestra misión. Llegar a los cuarenta no es
un año más, es empezar a subir la cuesta más difícil, pero también la más
maravillosa.
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