Jorge Coaguila
La presencia de
Julio Ramón Ribeyro en la literatura peruana es ineludible. Sus relatos
concentran la humanidad del fracaso y la marginalidad del ser, sin tentar
falsos maniqueísmos, y con un uso excepcional de la formas narrativas. Falta
poco para Navidad y, como un obsequio para nuestros lectores, queremos
regalarles esta entrevista hecha y cedida para esta edición por uno de los más
grandes amigos y conocedores de la obra de Ribeyro, Jorge Coaguila.
¿Por qué se muestra reacio con los
periodistas, señor Ribeyro?
En
realidad, por dos motivos: el primero es que la mayoría de periodistas que
vienen a entrevistarme no saben nada de literatura. El segundo, porque creo que
ya lo dije todo, porque siempre vienen con las mismas preguntas. Estoy cansado
de responder a lo mismo: ¿y cómo escribe usted?, ¿por qué escribe usted?...
Deben ser miles las entrevistas que ha
concedido.
No,
miles ni hablar. Serán cien —digamos— o, quizá, un poco más.
Entonces miles las rechazadas.
Sí.
(Risas).
Además de ello, usted evade la
publicidad.
Porque
no me gusta promocionar un libro por todo el mundo luego de publicarlo. En ese
sentido, no me siento tan presionado por mis editores como lo están Alfredo
Bryce y Mario Vargas Llosa.
¿No le resulta paradójico que usted,
el menos publicitado, tenga la mayor preferencia del público lector?
Pues
no sé. Tal vez se deba a que las personas que me leen encuentran muy suya esa
atmósfera de frustración, de desadaptación, de marginalidad que caracteriza a
mis relatos. Acaso porque los lectores sufran los mismos chascos y
humillaciones, acaso porque en mis cuentos no haya vencedores.
Se refirió a la frustración. ¿No se
considera usted una persona frustrada?
No,
porque he realizado lo que he querido. Yo he querido viajar a Europa, publicar
libros, casarme con la mujer que quiero, tener un hijo, tener una casa en
Barranco y otra en Europa, y lo he conseguido. No, no me siento frustrado.
Aunque no puse en estas cosas el empeño que otros ponen.
¿Cuál es su mayor orgullo, entonces?
(Breve
silencio). Ser reconocido por algunas personas cuando camino, por una parejita
de enamorados y que diga: «Mira, ese es Ribeyro». Por el mozo del hotel
Bolívar, por un chofer de taxis. (Nueva pausa). Siento cierta satisfacción.
¿A usted, cuando era joven, no le
agradaba o trataba de conocer a los escritores que tenía a su alcance, como
Ciro Alegría, José María Arguedas...?
No,
nunca.
Sin embargo, más tarde, conoció a
Borges.
¿Cómo
sabe?
Lo leí en una revista de los años
sesenta. Había allí una entrevista a Borges, que había ido a Alemania, adonde
fue usted también.
Sí,
fue en el año 1964. Fui invitado, como muchos otros escritores, al Congreso por
la Libertad de la Cultura. Ahí también se encontraban Miguel Ángel Asturias,
João Guimarães Rosa, Eduardo Mallea, Günter Grass, Ciro Alegría y Roa Bastos.
(Toca su rostro con la palma derecha). Recuerdo que había dos bandos: uno con
Borges y el otro con Asturias. Mientras Asturias se ponía a hablar de
literatura comprometida, Borges, en cambio, hablaba de la estética, y no le
hacía caso. Asturias era un demagogo. Todo esto es muy gracioso, ¿no?
¿Y usted a qué bando iba?
Un
rato estaba en una mesa y otro rato en la otra. Recuerdo también que por esa
fecha llegó un cable que decía que la novela de Vargas Llosa, “La ciudad y los
perros”, había sido quemada en el patio del Colegio Militar. Enterados, Roa
Bastos y yo redactamos una protesta por ello y firmamos todos los escritores
presentes. Es el único documento en que aparecen juntas las firmas de Borges y
Asturias. Pero este documento no se hizo público porque Mario dijo que no había
necesidad.
En todo caso, a usted siempre se le
vincula con la izquierda.
No
soy izquierdista, aunque he tenido actitudes y acciones izquierdistas. Por
ejemplo, apoyé a la guerrilla del 64, de Javier Heraud, o a la guerrilla del
65, de Guillermo Lobatón, Paul Escobar y otros. Me acuerdo que en París,
Guillermo Lobatón dijo que había llegado el momento de la decisión: que quiénes
iban a la lucha. Todos levantaron la mano, menos yo (sonríe nuevamente). Pero
qué iba a hacer; yo no tengo espíritu de soldado. No obstante, Guillermo
Lobatón, que además fue mi compañero en la universidad, me dijo: «No te
critico, podrás servir aquí». Eran más o menos treinta los que levantaron la
mano, pero era por pura figuración, ya que al final solo fueron cinco; los
cinco que murieron. Los otros levantaron la mano solo para hacerse los machos.
Dígame, señor Ribeyro, ¿por qué usted
que tenía tantos amigos en la Universidad de San Marcos, no estudió allí?
Porque
en la Católica el ambiente era más tranquilo, sin huelgas, con poca política.
Si yo frecuentaba la Casona era para hacer amigos y conversar luego con ellos
en los bares. De ese grupo éramos Wáshington Delgado, Eleodoro Vargas Vicuña,
Alberto Escobar, Carlos Eduardo Zavaleta, Alejandro Romualdo, Pablo Guevara,
Francisco Bendezú, Pablo Macera y Carlos Germán Belli, a quien no le gustaba
mucho el trago. En cambio, la Universidad Católica era muy seria para mí.
(La
entrevista completa podrá hallarla en: http://jcoaguila.blogspot.com)
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