Jhony Carhuallanqui
Soldados alemanes celebran la Navidad en Afganistán. |
La Navidad hace alusión al nacimiento de
Jesucristo en el pesebre de Belén, razón por la cual es una costumbre ligada al
Cristianismo, y cuya práctica (y prédica) no son consentidos ni difundidos
entusiastamente por Judíos, Musulmanes o Budistas, pues este hecho está ausente
o es contradictorio a sus creencias.
Algunos países musulmanes como Irán,
Malasia o Arabia Saudí han sido claros en su legislación “antinavideña”, porque
la consideran una “innovación herética” —producto de la depravada globalización—,
que al ser fomentada de alguna forma, conlleva a sanciones que pueden ir desde
los latigazos hasta la decapitación. Arabia Saudí, por citar solo un ejemplo,
prohibió incluso los saludos telefónicos en esta fiesta (incluyendo a residentes
extranjeros).
Los judíos tampoco festejan la Natividad,
pues consideran que Jesús no es el mesías, así que no hay motivo que
conmemorar. Sin embargo, tienen una festividad llamada el Hanuka (Januca) que
se inicia el 21 de diciembre, dura ocho días, y algunos llaman equivocadamente
la “Navidad Judía”, cuando en realidad, está referida a la reconsagración del
Templo de Jerusalén (del cual hoy solo existe El Muro de los Lamentos).
En un hecho anecdótico, Afganistán
(país musulmán) este año permitirá su celebración “confinada” a los cristianos
en su territorio. Otra extrañeza es Israel (estado Judío) donde desde hace algún
tiempo, se compran árboles navideños y se intercambian regalos, lo que
demuestra que esta fiesta ya no es un distintivo religioso “aislado”, sino un
elemento cultural (y acaso comercial) que se va generalizando.
Néstor García Canclini refiere que, en
estos tiempos, las “reclusiones culturales” son utópicas y las “apropiaciones
culturales” son un hecho inevitable hacia la “hibridación cultural”.
Un caso especial es China
(principalmente Budista) donde el “Espíritu Navideño” se vive intensamente,
pero no por religión, menos tradición, sino por comercio. No importa que no
compartan las costumbres cristianas, pues, siempre que haya compradores, esta
nación adoptará cualquier creencia y la nutrirá de mercancías con el rótulo “Made in China”, que indudablemente
notaremos en cuanto escaparate contemplemos.
Es cierto que esta fiesta se banalizó
y que hay dudas sobre la fecha del nacimiento de Cristo, o sobre el significado
del árbol de navidad; es cierto también que Papa Noel fue empleado publicitario
de Coca Cola y que los renos cambian de orden, nombre y cantidad en cada región
del mundo; además, frases como “un abrazo es suficiente en estas fechas” se van
desvaneciendo. Eduardo Galeano dice que últimamente “lo que no tiene precio, no
vale”, pero creo que la ilusión de los niños no comprenderá esto, pues esta
fecha (religiosa, cultural o comercial) es de ellos.
Esta festividad necesita de renos
voladores, duendes fabricantes de regalos y medias (botas) en la chimenea, pues
su “magia” invita a soñar a los infantes. Bill McKibben afirmaba que “no existe
la Navidad ideal, solo la Navidad que uno decida crear como reflejo de sus
valores, deseos y tradiciones”.
Si ella no existiera, estoy seguro que
inventaríamos una fecha —como pretexto— para sentirnos bien. Un día para decir
te extraño, te quiero o lo siento, donde un abrazo diluya torpes rencores y
renueve nuestra fe: no en Santa Claus sino en el hombre, un ser que jamás
dejará de tener una parte espiritual.
Si algunos creen que es necio ir por
la calle tarareando el villancico “Noche de paz” de Joseph Mohr, diremos que es
un necio feliz, pues la felicidad no tiene lógica. Démosle vacaciones al Grinch que la adultez (o sus traumas)
nos dejó. ¡Feliz Navidad!
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