jueves, 7 de junio de 2012

La voz de la luna

Juan Luis Espinoza Chinchón Leí “Luna de agua” de Gerardo Garciarosales con los ojos encharcados, llorosos como el día luctuoso en que enterraron a mi abuelo. ¿Cómo es posible que las palabras mágicas del libro originen un llanto incontenible? Al releer volví a llorar. Extasiado, absorto, encantado, aún con las mejillas empapadas, salí de mis aposentos para contemplar la luna. En el firmamento, adornada por las estrellas titilantes, encontré la imagen de mi abuelito. La obra que está narrada poéticamente, ha trastocado mis recuerdos. Las palabras mágicas de la abuela y el niño me han atrapado. Sorprendido, volví a oír la voz de mi abuelo: “La luna, hijo mío, dice que el año que viene no dará buena cosecha, así que medido nomás consumiremos”. Aquella noche lo miré a él y a su inspiración celestial. No encontré ninguna voz. Pensé que estaba sordo. Nadie esclareció mi inocencia. Después de romper la timidez que me empuñaba, le pregunté con voz temblorosa: “¿Cómo puedo conversar, abuelito, con la luna?” “Mira, mira a la luna”, me dijo. “En cuanto aprendas a leerla, podrás oír su voz”. Cuando fui a la escuela, pensé que el profesor me iba a enseñar a escuchar la voz de este satélite, incluso me lave bien las orejas, pero el señor destrozó raudamente mis deseos. Volví a buscar al anciano, mas éste gran maestro ya se había ido al mundo de Juan Preciado. Después, supe que él no sabía leer ni escribir, pero conversaba con la naturaleza. Leí las maravillas del mundo andino. Seguí sus pasos y hallé principios inmarcesibles. La luna con sus encantos me ofreció mucha sabiduría, me enseñó a tender las papitas menudas para el chuño con exactitud infalible. “Luna de agua” resume la imagen del mundo andino, la relación del silencio jaujino con este astro, sus costumbres, su vida, que no es otra cosa que la existencia del hombre del ande que aguarda con esperanza.

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