Manuel F. Perales Munguía
El arqueólogo Julio C. Tello y el antropólogo Alfred L. Kroeber. Ambos estudiaron la cultura peruana desde sus campos. Foto: Museo Smithsonian |
El 11 de abril de 1880, nació en
Huarochirí (Lima), Julio César Tello Rojas, destacado científico peruano que se
formó inicialmente como médico en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
pero que luego, a partir de sus investigaciones sobre la antigüedad de la
sífilis en el Perú, terminó dedicándose al estudio de las sociedades
precoloniales andinas.
No obstante, las críticas que se han
hecho a su trabajo, el legado de Julio C. Tello es bastante notable, pues
gracias a él tuvimos conocimiento de aspectos importantes sobre viejas
civilizaciones andinas como Chavín y Paracas, que abrieron camino a nuevas
contribuciones por parte de otros especialistas nacionales y extranjeros.
En mérito a los aportes de Tello, el
gobierno peruano declaró que cada 11 de abril, fecha del natalicio del llamado
“Padre de la arqueología peruana”, se celebre también el Día del Arqueólogo
Peruano. Sin embargo, en nuestro calendario, esta es una de las fechas que aún
se encuentra entre las más desapercibidas en el país.
En nuestro medio existe aún bastante
desconocimiento sobre la arqueología, se suele creer que quienes la practican
son una especie de cazatesoros como Indiana Jones o, incluso, buscadores de
fósiles de dinosaurios. Se ignora entonces que ésta, como una disciplina científica
vinculada al quehacer antropológico, estudia de manera holística a las
sociedades humanas que nos han precedido en el tiempo y que, como ya han
desaparecido, muchas veces sólo han dejado rastros materiales de su existencia,
como sus viviendas, templos, caminos y cementerios, además de indicios sobre su
economía, religión, organización sociopolítica, tecnología, etc.
Gracias a la labor de arqueólogos y
arqueólogas podemos conocer, entonces, las formas de vida de nuestros
antepasados, así como sus aciertos y fracasos en la lucha por alcanzar mejores
condiciones para su existencia. Esto es particularmente importante en el caso
de los Andes, puesto que en este medio frágil e inestable se desarrollaron
pueblos y civilizaciones que supieron hacer frente, de forma exitosa, a
problemas muchas veces parecidos a los que nos aquejan hoy en día. Destaca, por
ejemplo, el manejo magistral del territorio y sus habitantes, que permitieron
soluciones creativas al problema alimentario, que a su vez generaron tanta admiración
entre los europeos que arribaron a nuestras tierras en el siglo XVI.
De forma particular, la región central
del país cuenta con un patrimonio arqueológico riquísimo, cuya investigación,
conservación y puesta en uso social permitiría que numerosas poblaciones
excluidas incursionen en formas alternativas de desarrollo. Es lamentable, por
eso, que la mayoría de nuestras autoridades, además de muchos ciudadanos,
menosprecien la importancia de nuestros sitios arqueológicos y de este modo
sean cómplices de su destrucción. Debido a ello, es particularmente loable la
labor de aquellos arqueólogos y arqueólogas que ejercen su profesión con ética
y vocación, al servicio de la protección de nuestra herencia cultural. A todos
ellos, los más sinceros saludos y felicitaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe tu comentario aquí.