martes, 16 de abril de 2013

El arqueólogo peruano, al rescate del tiempo


Manuel F. Perales Munguía

El arqueólogo Julio C. Tello y el antropólogo Alfred L. Kroeber. Ambos estudiaron la cultura peruana desde sus campos. Foto: Museo Smithsonian
El 11 de abril de 1880, nació en Huarochirí (Lima), Julio César Tello Rojas, destacado científico peruano que se formó inicialmente como médico en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, pero que luego, a partir de sus investigaciones sobre la antigüedad de la sífilis en el Perú, terminó dedicándose al estudio de las sociedades precoloniales andinas.
No obstante, las críticas que se han hecho a su trabajo, el legado de Julio C. Tello es bastante notable, pues gracias a él tuvimos conocimiento de aspectos importantes sobre viejas civilizaciones andinas como Chavín y Paracas, que abrieron camino a nuevas contribuciones por parte de otros especialistas nacionales y extranjeros.
En mérito a los aportes de Tello, el gobierno peruano declaró que cada 11 de abril, fecha del natalicio del llamado “Padre de la arqueología peruana”, se celebre también el Día del Arqueólogo Peruano. Sin embargo, en nuestro calendario, esta es una de las fechas que aún se encuentra entre las más desapercibidas en el país.
En nuestro medio existe aún bastante desconocimiento sobre la arqueología, se suele creer que quienes la practican son una especie de cazatesoros como Indiana Jones o, incluso, buscadores de fósiles de dinosaurios. Se ignora entonces que ésta, como una disciplina científica vinculada al quehacer antropológico, estudia de manera holística a las sociedades humanas que nos han precedido en el tiempo y que, como ya han desaparecido, muchas veces sólo han dejado rastros materiales de su existencia, como sus viviendas, templos, caminos y cementerios, además de indicios sobre su economía, religión, organización sociopolítica, tecnología, etc.
Gracias a la labor de arqueólogos y arqueólogas podemos conocer, entonces, las formas de vida de nuestros antepasados, así como sus aciertos y fracasos en la lucha por alcanzar mejores condiciones para su existencia. Esto es particularmente importante en el caso de los Andes, puesto que en este medio frágil e inestable se desarrollaron pueblos y civilizaciones que supieron hacer frente, de forma exitosa, a problemas muchas veces parecidos a los que nos aquejan hoy en día. Destaca, por ejemplo, el manejo magistral del territorio y sus habitantes, que permitieron soluciones creativas al problema alimentario, que a su vez generaron tanta admiración entre los europeos que arribaron a nuestras tierras en el siglo XVI.
De forma particular, la región central del país cuenta con un patrimonio arqueológico riquísimo, cuya investigación, conservación y puesta en uso social permitiría que numerosas poblaciones excluidas incursionen en formas alternativas de desarrollo. Es lamentable, por eso, que la mayoría de nuestras autoridades, además de muchos ciudadanos, menosprecien la importancia de nuestros sitios arqueológicos y de este modo sean cómplices de su destrucción. Debido a ello, es particularmente loable la labor de aquellos arqueólogos y arqueólogas que ejercen su profesión con ética y vocación, al servicio de la protección de nuestra herencia cultural. A todos ellos, los más sinceros saludos y felicitaciones.

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