martes, 16 de abril de 2013

COLUMNA: EL BUEN SALVAJE


El silencio de Cashamarca

Sandro Bossio

Tuve entre mis manos el borrador de una investigación que, a primera vista, me pareció de una importancia sustancial para el estudio arqueológico de la antigua región central del país: Cashamarca.
Su autor, el arqueólogo Manuel Calderón Lazo, uno de los investigadores más lúcidos y competentes del ramo, me contó que ese libro era el producto de una larga investigación realizada en el distrito de La Unión, en Tarma. Su trabajo había consistido en excavaciones arqueológicas en el asentamiento Cashamarca, respaldado por un equipo multidisciplinario conformado por arqueólogos, antropólogos y biólogos, con cuyo concurso fue posible reconstruir el proceso histórico del Antiguo Perú en nuestro ámbito. Manolo —como cariñosamente llamamos a este calificado profesional— me comentó que el libro iba a ser publicado con el auspicio de la empresa Cemento Andino.
Le perdí la pista a la publicación, hasta que, no hace mucho, me encontré con el autor y le pregunté por la obra: finalmente, había sido publicada hasta en dos ediciones diferentes (una en tapa corriente y otra en cartoné), y distribuida a las principales instituciones culturales y políticas del país. Sin embargo, éstas guardaron absoluto silencio.
Me hice de un ejemplar y, después de leerlo, reconfirmé mi primera impresión: se trataba de un libro apasionante, en el que no solo encontramos el fruto de un trabajo arduo y juicioso en la franja de los antiguos tarama-chinchaycochas, sino sobre todo un estudio técnico que profundiza la relación de éstos con los huancas y las culturas zonales. Abría, en todo caso, un nuevo panorama sobre el planteamiento al que estábamos acostumbrados: es incuestionable la presencia huanca en la zona tarama; en ese lugar concurre también influencia del norte (yarush); esta etnia manejó mecanismos de reciprocidad asimétrica con grupos vecinos.
Luis Elías Lumbreras, en el prólogo, nos da más luces: «Encontramos una explicación histórica bastante bien documentada del papel social y político que jugaron los pueblos de esta región en una época caótica y de anarquía, de recomposición de la fortaleza de las identidades locales. En los estudios arqueológicos de Cashamarca, que Manolo Calderón y sus colaboradores presentan, podemos perfilar un acercamiento bastante preciso a esa realidad histórica, nos acerca a la explicación social del carácter de una organización urbana compleja, a través del modelo político de jefaturas locales y su impacto en las sociedades pastoras y agrícolas de su tiempo».
Se me ocurre pensar que, teniendo un libro tan esclarecedor como este, las instancias culturales lo vieron como un documento peligroso capaz de cambiar una falsedad consuetudinaria, de modo que prefirieron no revelar el texto, invisibilizarlo, para no tener que enfrentar engorrosos esclarecimientos. O, peor aún, que a nuestras instancias culturales no les interesa para nada el estudio arqueológico serio y, por ello, ni siquiera lo han leído.
Como fuere, es momento de valorar este sustancial estudio que merece una razonable atención y una más justa difusión.

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