sábado, 25 de septiembre de 2010

Crónica sobre Silvio Rodríguez

Presencia de Silvio, el unicornio

Sandro Bossio Suárez
Silvio Rodríguez es un hombre popular, amado por su gente, pese a que no es el mejor de los anfitriones. Talentosos músicos y cantantes —como León Gieco, Fito Páez, Juanes— se muestran cordiales y derrochan sencillez, mientras que Silvio hace lo contrario: desplanta, hace esperar a los periodistas, no permite que le fotografíen. Pero sigue siendo un hombre amado.

Llego con Beatriz y Catalina al concierto de Silvio en la Plaza de las Luces (antigua Plaza Cisneros) de Medellín y mostramos nuestras manillas que nos dan acceso a la zona VIP. Nos sentamos en la segunda fila (yo al lado de una fotógrafa del Miami Herald que tiene una cámara que parece un telescopio) mientras los teloneros se desgañitan en la escena. Cuando termina de cantar Jorge Drexler, finalmente, anuncian a Silvio. Los músicos se instalan detrás de sus instrumentos (guitarras, timbales, batería) y la luz cerúlea, humosa, se extiende en el escenario. Entonces aparece Silvio, el divo, se sienta, acuna la guitarra y empieza a cantar “Yo te quiero libre”.
Un mar de voces se eleva en una gigantesca oleada y los aplausos se baten sobre los graderíos. Los fotógrafos y reporteros gráficos (yo con mi camarita de 3 megapixels) intentamos acercarnos a las vallas, pero llegan los cancerberos del concierto y con sus anchas espaldas y sus chalecos verdes nos vedan: “Están prohibidas las fotos”. Todavía pugnamos, pero los cancerberos se ponen más tercos, accionan, casi empujan y alguien dice: “Si siguen tomando fotos, Silvio deja de tocar”. Como si se hubiera soltado la palabra mágica, todos retroceden, algunos guardan sus cámaras, otros las mantienen ocultas pero se resignan.
Catalina me toma de la mano y me dice: “Este Silvio es una actriz”. Recuerdo entonces, a fragmentos, las respuestas de la actriz (es decir, de Silvio) del día anterior en la conferencia de prensa del Museo de Medellín (en la Plaza Botero), porque no ha quedado nada escrito: también estaba prohibido tomar apuntes y grabar. “Comencé a escribir canciones en 1964, en el campamento militar de Managua, unas canciones vivenciales porque acababa de regresar de mi segundo periplo por Angola. Ese año también viajé por primera vez a España. Siempre había vivido pensando en el futuro. Y creo que el crisol que cristalizó lo que era el joven cantar de entonces, fue la Revolución Cubana”, dijo en otras palabras. Un periodista moreno le preguntó, en seguida, cómo fue que se hizo famoso con las canciones sobre el mar que escribió cuando era joven (seguro se refiere a “Canciones del mar”) y Silvio, sin modestia, le respondió que aún sin esas canciones él ya era bastante famoso. Sin embargo, aceptó que eso le dio la oportunidad de entregarse en cuerpo y alma a algo que le gustaba y que no consideraba un trabajo sino un placer: inventar canciones.
Allá, en medio del escenario, Silvio sigue cantando su trova, su poesía, su política, envuelto en luces azules. Unos fantasmas índigos llegan a él en crespas ondulaciones. No les da importancia. Sus manos se mueven, rasgan la guitarra, su cabeza cubierta con una gorrita se menea apenas y, aún a la distancia, se le notan sus orejas grandes a contraluz. Ahora canta “Yolanda”.
Sigo evocando: “¿Y cómo define Silvio Rodríguez al Movimiento de la Nueva Trova?”. “El Movimiento de la Nueva Trova (MNT) es la organización que se creó en diciembre de 1972. Para entonces ya teníamos una coincidencia anímica entre los jóvenes trovadores, es decir ya había una generación cantante. Muchas de esas canciones forman parte del cancionero popular. Ninguna ha ganado un Grammy y posiblemente no lo hagan, pero eso no importa porque ya la gente ha decidido premiarlas que es lo más importante”.
Como todo intérprete (porque aunque defensor de la revolución y del socialismo, Silvio es también un cantante que debe ganarse a su público con estrategias de los del Woodstock), termina de cantar y se retira a la espera de que el gentío empiece a corear: “otra, otra, otra”. Y cuando ocurre, retorna, guitarra en mano, más orejudo que nunca, seguramente con el pecho lleno de la suficiencia que te dan los aplausos por más revolucionario y socialista que seas. Su última canción es, claro, “El unicornio”. La gente grita, las chicas se desvanecen, Catalina aprisiona mi mano con más fuerza. “Es una actriz, pero canta como nadie”, me susurra.
El día anterior Silvio Rodríguez ha confesado que “el término canción de protesta comenzó a usarse a partir de los 60 a raíz de la guerra de Vietnam y llegó a Cuba en 1967, a la Casa de las Américas, donde había una reunión internacional de cantores de diferentes países. A partir de entonces la canción de protesta fue mi bandera. He defendido mi revolución, la sigo defendiendo, pero creo que ha envejecido. Creo que Cuba debe suprimir la ‘erre’ de ’revolución’ y pasar ahora a la ‘evolución’, debemos revitalizarnos”.
“Como nadie”, le respondo a Catalina. Vendría una noche inolvidable en el jacuzzi.

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