Teatro mágico, sólo para locos
Lucía Baquerizo Sedano
A los 16 años, reconocí mejor la doble naturaleza que había sospechado tener desde que la razón poseyó mi cabeza. El crédito es de un libro que, sobre mi mano sudorosa, empezó a embrujarme y a llevarme por el más fascinante de todos los mundos, un mundo oculto que está debajo de la ropa, de las cosas y de las palabras, en el que el tiempo no existe y uno encuentra placer y respuestas sin esfuerzo. No sé bien si para descubrir ese nuevo mundo existen leyes de causalidad que pueden entenderse como el destino, o si, más bien, sólo se dan meras casualidades. Empezar a leer, en mi caso, derivó de la sugerencia imperativa de un profesor de literatura al terminar una conversación extraña: “Lobo estepario, Hesse, Lobo estepario, ese libro es para ti”. Cuando después de renunciar al trabajo y dejar mis estudios de Arquitectura, leí la última página de ese libro, supe que no se equivocaba, y que pueden darse conexiones sublimes entre dos personas.
“El lobo estepario” narra una historia genial y terrible que cambia de sentidos y direcciones. Los días no transcurren del modo en que solían hacerlo desde que se conoce a Harry Haller, aquel hombre que en el fondo de su corazón sabía que no era realmente un ser humano, sino un lobo de estepa, solitario y torpe socialmente por naturaleza, como lo somos muchos, casi siempre sin quererlo.
Los griegos crearon a Kayros, el momento justo, existencial, de “insight”. Los libros son hijos de ese dios, vienen en un instante fugitivo que hay que atrapar sin pensar mucho para sentir su esencia. Harry Haller sabía, como yo, que “estaban en mi bolsillo todas las cien mil figuras del juego de la vida. Presentía su significación; tenía el propósito de empezar otra vez el juego, de volver a gustar sus tormentos, de estremecerme de nuevo y recorrer una y muchas veces más el infierno de mi interior”. Iniciaría la tarea de encontrarse y darle el papel exacto a cada personaje, inhalar en ese mundo oculto y exhalar en éste; aprender la risa eterna, entender la ley de las contradicciones, pues ser parte del teatro mágico es sólo para locos. Ojalá que aumenten, que aumentemos, los locos.
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