Diana Casas Rivera
Figura mayor de la cultura peruana e hispanoamericana, José María Arguedas es el escritor que más ha contribuido a cimentar la nacionalidad peruana. Desde una obra que a su gran belleza aúna una profunda reflexión sobre los dilemas que atraviesan nuestra historia y nuestra identidad como nación; el gran literato, antropólogo y etnólogo andahuaylino construyó la visión de un futuro posible donde todas las voces confluyeran en un río fecundo, creador de vida y felicidad.
La contribución de Arguedas ha sido tan notable que no hay lugar en el país y en el extranjero donde no sea sentido y respetado como el amauta que fue. Es un ícono; sin embargo, es un ícono cuya obra, aun con ser tan respetada, es poco conocida y, las más de las veces, tergiversada e incluso temida. De ahí que este año, en contra de lo que se esperaba, el gobierno central le haya negado el homenaje nacional y oficial que se merecía, al cumplirse cien años de su nacimiento.
No obstante, nada de eso ha logrado opacar la significancia de su figura y su obra. Arguedas vive en el corazón del pueblo porque su presencia abrió un ciclo y clausuró otro, como él mismo predijo. Cerró el ciclo del irrespeto a nuestra cultura originaria al mostrarle al mundo toda su vitalidad y vigencia y abrió el camino del entendimiento a través del conocimiento de la posibilidad de un país de iguales, sin rezagos colonizadores.
Como bien señala Gonzalo Portocarrero, frente a las “mareas colonizadoras” que han definido al hombre andino como “indio y vasallo”, “pobre y subdesarrollado”, sembrando en los peruanos rabia y vergüenza —desarmado el criollo ante la pérdida de su identidad por la vergüenza y la incapacidad de reconocer su raíz andina, atrapado entre el odio y la impotencia ante el rechazo y el menosprecio el andino—; Arguedas le dijo al país que el camino de la afirmación no pasa por la nostalgia del pasado inca ni por la despersonalización globalizante, sino por apropiarse del legado andino —de su laboriosidad, su fuerza creativa y su sentido comunitario— y caminar juntos, lado a lado, criollos, andinos y amazónicos, sin diferencias ni actitudes jerarquizantes, mirando el futuro con alegría y confianza.
Es esta visión de Arguedas y la sensibilidad presente en ella, las que lo han hecho tan querido y le han dado universalidad a su obra. En un mundo en efervescencia, de márgenes y discursos subalternos acallados por la retórica hegemónica, su voz golpea como un río y le habla a unos y otros, dominantes y dominados, con dulzura pero con firmeza: otro futuro es posible, solo hay que tender los puentes y empezar a escuchar al otro.
Es por esa razón que hoy en lugares tan distantes como Zürich, París, Londres y Nueva York se le rinde homenaje. Y es por eso, también, que en todo nuestro país se le recuerda con diversos actos, y los gobiernos regionales de Junín, Andahuaylas, Ayacucho y Lima han declarado el 2011 “Año del centenario del nacimiento de José María Arguedas”. Hoy, Huancayo, a través del ICPNA Región Centro, lo acoge para contribuir así al conocimiento de su obra y de su insigne personalidad con una muestra, que tiene también el propósito de acercarnos a quienes inspirados en su lucidez siguen desbrozando el camino de nuestra identidad y nuestra posibilidad como país. ¡José María Arguedas vive!, ¡sigue siendo!
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