domingo, 31 de julio de 2011

El Santiago, reverencia a los dioses tutelares

José Oregón Morales

El Santiago, fiesta tradicional dedicada a “Tayta Shanti”, se celebra en el Valle del Mantaro a fines del mes de julio. Su tradición es milenaria y, actualmente, moviliza a miles de personas que confluyen de todas partes del mundo para solemnizarlo.

La conquista y el coloniaje acarrearon la desestructuración total del imperio del Tahuantinsuyo. La economía, basada en un sistema redistributivo, fue reemplazada por un sistema feudalista de explotación de la tierra. Antes de la llegada de los españoles el terruño era propiedad de cada indígena, a quien se le asignaba un “tupo” y “medio tupo” para que coseche sus propios productos de pan llevar. Había parcelas dedicadas al Sol y al Inca que servían para la mantención de las “panacas” imperiales y del ejército imperial. Los españoles centralizaron la propiedad de las tierras en pocas personas que fueron los nuevos terratenientes, latifundistas, propietarios de territorios que, en muchos casos, comprendían las tres regiones naturales del Perú. A esto debe añadirse el genocidio de los nativos en las explotaciones mineras. Un nuevo orden social que colocaba en el pináculo a las castas españolas.
Así se inició todo un proceso de destrucción de nuestro patrimonio material y persecución a muerte de los depositarios del patrimonio inmaterial. Sacerdotes tutelares, “haravicus” o poetas, “amautas”, “kipucamayos” que guardaban la memoria de nuestra historia y de nuestra sabiduría fueron perseguidos a muerte bajo el pretexto de la evangelización encabezada por la iglesia católica. También se condenó a muerte a todos los que siguieran interpretando música con los instrumentos nativos: corneta “lonqor” y “tinya”. Finalmente, se dispuso que cada parcialidad optara por un tipo de vestuario español, bajo pena de muerte.
Sin embargo, en forma clandestina se siguió conservando nuestra memoria, adorando a los dioses tutelares al margen de la presencia de los santos católicos impuestos por los españoles; se cambió el nombre de nuestras festividades, se trastocó el orden temporal y espacial de nuestras vidas, imponiéndonos el calendario occidental católico sobre el ordenamiento del calendario andino. Pero el pueblo siguió adorando a sus “apus”, guardando la memoria de sus héroes disfrazándolos de personajes en las diversas danzas. Los cantos cambiaron de personajes adorados, pero el numen siguió siendo el mismo: los “apus” tutelares. Sobre los cerros Rasuhuillca y Maynay se colocaron las cruces, pero el pueblo sigue reverenciando a los espíritus que encierran estos cerros. Este es el fenómeno de autodefensa a nivel nacional. Por eso, hasta hoy, sobreviven nuestras danzas, nuestra música, nuestra oralidad con algunos elementos occidentales que el pueblo asimiló, porque sabe incorporar aquello que no colisione con su tradición y su cultura.
El Tinyakuy o Santiago, es una danza muy difundida en todo el departamento de Junín. Junto a los instrumentos occidentales, los españoles trajeron nuevas especies animales. Los hombres del mundo andino los hicieron propios y también instituyeron sus festividades y sus canciones para todas las especies. Las liturgias religiosas para cada una de ellas son las mismas que para la llama. Es así que en el mes de febrero se realiza el “Uish Kuchuy” cortando las orejas a hembras y machos, juntando su sangre para propiciar la fertilidad y luego enterrarla como tributo al pie de los cerros. El 24 de junio, se sigue con el “Tinyacuy” a las llamas y alpacas. El 24 de julio está asignado para el ganado vacuno, equino y ovino. También se le conoce como “Tinyakuy” o “Angosay”, que recibe el nombre impuesto de “Santiago” por su coincidencia en la fecha con la festividad española en Santiago de Compostela. En la actualidad los bailes y cantos son acompañados por orquestas completas de saxos, clarinetes, arpa y violín, pero no se pierde la tradición milenaria de bailar y cantar acompañados también por la corneta “lonqor” y las cantoras quechuas escoltadas ellas mismas por su tinya.

Los cantos cambiaron de personajes adorados, pero el numen siguió siendo el mismo: los “apus” tutelares.

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